"La globalización de la gilipollez es imparable"
Entrevistas / Ramoncín

"La globalización de la gilipollez es imparable"

Alan Queipo — 17-05-2019
Fotografía — Archivo

Es difícil saber dónde está la frontera entre el Ramoncín de lengua viperina, que no se calla nada y opina sin problemas ni cordones sanitarios sobre música, política, industria, machismo y censura; y el Ramoncín que ha firmado algunos de los discos seminales del rock'n'roll patrio. Este año se cumplen cuatro décadas de la publicación de Barriobajero (EMI, 1979), su segundo álbum y el que, a buen seguro, más ha determinado el sonido y el discurso de uno de los músico-agitadores más controvertidos y controversiales que haya dado la escena musical española.

Con motivo de la reedición que desde Warner Music han hecho de este disco (con canciones extras y un extenso libreto) y del concierto que ofrecerá este sábado 18 de mayo en la sala Joy Eslava, descolgamos el teléfono, lo ponemos en altavoz, encendemos la grabadora y dejamos que Ramoncín eche la vista atrás y recuerde este icónico cancionero, y de paso demuestre por qué, a sus 63 años, mantiene su lengua sin marcas: porque no se la muerde.


Escuchando el disco me da la sensación de que, si bien tu debut fue el que supuso esa conmoción popular y social, es en Barriobajero donde despliegas algunas marcas identitarias de lo que sería tu obra: toda la reivindicación de lo cheli, ese lenguaje propio, tu conexión más con el sonido del blues y el rock and roll que con el punk. ¿Lo ves así? ¿Dirías que es el disco que más ha marcado las líneas de tu lo que sería tu obra futura?
Estoy totalmente de acuerdo contigo. Cuando haces el primer disco no tienes la certeza de que vayas a hacer el segundo. En mi caso, con el alboroto que se produjo tan inmenso con mi primer disco, que hoy sería imposible explicar, y hasta irrepetible (por cómo es el mundo y la industria hoy en comparación con cómo era hace más de cuarenta años), corría peligro de que hubiera sido flor de un día.
Creo que eso sigue pasando hoy: hay muchos grupos que duran un disco o dos, creo que la mayor parte de los grupos no pasan de uno o dos discos. Yo tenía claro que quería hacer otra cosa: tenía la posibilidad de grabar como, cuando y donde quisiera. Desde EMI me trajeron del estudio de EMI de Londres la mesa con la que habían grabado The Beatles; y grabé un disco en el que quería hablar del barrio, para que todo el mundo supiera quién soy. No quería ser “El rey del pollo frito”, ese era un personaje maldito al que le hice una canción; ni tampoco el “Marica de terciopelo”, aunque sí era alguien que reivindicaba el derecho a la libertad sexual a finales de los setenta. Sí quería que la gente viera que era el amigo del Chuli, el hermano de Felisín, el chaval que anda por las calles todo el día, que chamuya jerga, pero que también lee a Balzac. Era un riesgo.

Ahora que dices lo del riesgo, he visto que en tu web dices: “El director de la compañía dijo que había hecho un álbum maravilloso, pero que le gustaría que cambiáramos un poquito alguna letra. 'Yo te ayudaré'. Le mandé a la mierda. El álbum salió, pero no hicieron nada por él y me fui”.
Sí, sí, fue así. Era Ray Guirado, un señor que era muy amigo mío: habíamos salido, me ayudó muchísimo con el primer disco, me daba discos de rock americano que me gustaban y eran muy difíciles de conseguir. Hizo muchísimos éxitos para Rocío Jurado y muchísimos artistas. Y cuando entregué el disco me llama súper agradecido por haber un disco en el que no gastamos mucho dinero (craso error de mi parte: debería haber gastado mucha pasta para que se vieran obligados a recuperarla), pero quería que cambiase las letras. Eso para mí fue como un muro de piedra. ¿Cómo va a rehacer letras sobre gente que formaba parte de mi vida en mi calle, en las tabernas a las que yo iba? Eso se tradujo en una ruptura tremenda que se cristalizó en que EMI no hiciera prácticamente nada por Barriobajero; y firmé un preacuerdo con Hispavox para mis siguientes discos. Es un disco que se quedó en un dique seco, pero sí creo que es un disco que dejó una huella en todos mis discos siguientes.

"Cuando entregué el disco me llama súper agradecido por haber un disco en el que no gastamos mucho dinero, pero quería que cambiase las letras"

¿Fue un disco bisagra para ti, que te ayudó a saber lo que esperaba de ti la industria y por donde no estabas dispuesto a sucumbir?
Yo creo que sí. Barriobajero tuvo, además de todos estos conflictos con EMI, la mala suerte de haber sido un disco que se quedó entre medias del revuelo que generó mi debut, y el éxito que tuvo mi siguiente disco para Hispavox, Arañando la ciudad, que tiene canciones como Hormigón, mujeres y alcohol (NdeR: más conocida como Litros del alcohol) o Putney Bridge. Y Barriobajero se quedó entre dos obras que para la gente son la hostia. Pero para mí Barriobajero sentó las bases de mi obra. El director de Warner me lo decía hace unos días: lo considera un disco seminal, que le daba forma a mi obra, que marcaba las líneas de una carrera de fondo.

¿Sigues sintiéndote un barriobajero, como cantas en la canción? ¿Sigues teniendo el pulso de lo que pasa en la calle? ¿O ha cambiado mucho tu perspectiva?
Más que cambiar yo, creo que ha cambiado un poco el concepto de la palabra “barriobajero”: ahora es más un descalificativo. La gente piensa más es un arrabalero, en alguien de barrio peligroso. En aquel momento era otra cosa. Yo era de Méndez Álvaro, y antes llegar al centro era una aventura: había que saltar cementerios, atravesar arroyuelos; y sin embargo, ahora las casas de mi barrio se venden como que están en el centro. El concepto no estaba asociado a la miseria, sino a gente de clase trabajadora: en mi barrio había y sigue habiendo mucha clase trabajadora de Renfe, de la Standard Eléctrica, El Águila… La mayoría eran perdedores de la guerra, con abuelos fusilados, machacados o encarcelados. Pero estábamos muy bien educados, había libros en nuestras casas.
Yo me sigo juntando con los mismos amigos que hace cuarenta años, y tengo un concepto supremo de la vida en los barrios, y de cómo vivíamos: tuvimos la suerte de pasarnos libros de la Generación Beat, comprarnos discos prohibidos en el Rubio del Rastro y apañarnos con una chinita de hachís, y nos libró de una época muy jodida para mi generación. Vivir en la calle Canarias, en Áncora, en General Lacy no era vivir en un arrabal marginal, como sí se puede pensar ahora de alguien “barriobajero”. Pero sí, yo me di cuenta muy pronto (supongo que porque tengo hijos desde muy joven: fui padre cuando aún tenía que seguir siendo hijo) que vivir en palacios y a todo trapo está muy bien, pero yo soy más feliz en la Bodega Rosendo de mi barrio, y entrar por la puerta y ponerme en mi rincón y sentirme protegido y poder estar solo esperando que vengan mis amigos. Esa sensación no la he perdido nunca. No digo que no tenga amigos artistas o cosas en común con gente de la industria; pero mis amigos de toda la vida es lo que me ha mantenido en tierra firme todos estos años, especialmente en los momentos duros.

La temática del disco es muy suburbial: referencia a drogas, mucho lenguaje callejero, de vida al límite. No sé si te cuesta ponerte en contexto cuando cantas cosas como: “Olvídate de los porros, no tengas tanto morro; te gusta vivir de gorra, dándole el queo a tu tronca”.
El repertorio de Barriobajero nunca ha faltado en los conciertos. A pesar de tener catorce o quince discos, no recuerdo un concierto en el que no haya habido canciones que se consideran indispensables en mi repertorio: Blues para un camello o Felisín, el vacilón (que ahora cobra un sentido más sentimental aún, porque Felisín era Félix, mi hermano) nunca han faltado. Son canciones que tienen algo de memoria personal, de álbum de fotos: yo me pongo a cantar canciones como Hola, muñeca! y es como estar mirando un álbum de fotos en blanco y negro pero que reconoces muy bien. Sabes perfectamente el momento, los personajes, cómo y por qué lo escribí. Y en directo, la potencia de esos temas no desmerece nada de todo lo que vino después en mi discografía. Las canciones acaban desapareciendo del contexto del álbum y del año y el momento en que las publiques, y solo valen si tienen sentido cada vez que las cantas. Si te empeñas a veces en cantar una canción que no encaja o no encaja con el pensamiento del momento, es mejor olvidarla y dejarla ahí.

Ahora mismo canciones como Hola, muñeca! podrían ser tildadas de machistas, por frases como: “Te llevaré hasta mi mejor sitio y serás mujer para mí”. De hecho, en alguna que otra lista de canciones machistas de los ’70 y ’80 me suena haberla visto. ¿Qué opinas de esta recontextualización de algunas canciones?
(Ríe) Opino que la globalización de la gilipollez es imparable (risas). Y esa es una cosa con la que no vamos a poder. Ha llegado el tsunami de la gilipollez y va a arrasar con todo. Yo salí en televisión, en marzo de 1978, con toda la estructura franquista en el país y el poder, policía franquista y secretas, sin Constitución, con gente presa por la Ley de Peligrosidad Social… y pude cantar en la TVE para 18.620.000 personas (el dato exacto te doy) cantando Marica de terciopelo en directo, con un rombo en el ojo, vestido de forma estrambótica, y dije en el micro: “Se la dedico a todos los presos que aún tenéis en el talego”. Y me fui a mi casa. Hoy si hago eso igual me llevan detenido o se acaba mi carrera para siempre.
En su momento, a nadie se le ocurría reivindicar el derecho de la libertad sexual de la gente (y encima desde la perspectiva de un hetero), y yo lo hice hace más de cuarenta años atrás, en un período histórico especialmente tenso. Si tuviera que ponerme a explicar cada cosa porque a alguien le parece que incurre en algo cuestionable, no podría haber sacado ningún disco. En mi primer disco tengo una canción como Noche de cinco horas donde un tío asesina a una tía en un hotel, y la letra da la explicación; pero también se necesita un poco de comprensión lectora en este país. Solo nos fijamos en lo que nos queremos fijar. Ahora ya no se tienen que preocupar tanto de la censura, ya saben cómo hacerlo: la mejor censura que existe es la falta de difusión, que se lleva tiempo usando. Ya les aviso: en mi nuevo disco que se preparen, porque van a querer censurar cuatro o cinco canciones como mínimo. ¿No puedo decir “te llevaré hasta mi mejor sitio y serás mujer para mí”? Pues tendrán que cortarme la lengua: no pienso cambiar. La mejor forma de cerrar una boca es vaciándole el estómago, y eso se consigue sin difundir las obras de quienes las escriben.

Recuerdo un texto que escribió Juan Puchades para Efe Eme hace unos años que decía: “Con Ramoncín convertido desde hace años en saco de boxeo en el que descargar fobias diversas, cuesta hablar de él, reivindicar su obra, pues se sabe que será huero intento, que la ira irracional ya nunca más dejará ver el bosque”. ¿Tú sientes que también es una batalla perdida intentar que la gente te valore por tu obra y no por los jardines mediáticos?
A veces creo que sí y otras creo que no. Es un estado de ánimo. La trampa es la misma siempre: tienes gente que te quiere y te sigue y te comprende. Pero hay una verdad objetiva, que no la va a cambiar nadie. A mí el tiempo ha venido muchas veces a darme la razón. Ya le podrían dar por el culo al tiempo: si ya la tenías antes, es una putada que te la vengan a dar tiempo después. Mira a Rubalcaba, si no: hace dos semanas era aún enemigo público, incluso dentro de su propio partido, y ahora es un ídolo. Tenemos una fea costumbre de reivindicar a las personas en España. El que se muere hijoputa ya era hijoputa antes de morir.
En mi caso, yo era un saco de boxeo, es cierto. Que ahora el tiempo me venga a dar la razón y que todos los autores estén jodidos, y que la SGAE sea la sociedad de autores que menos derechos recauda en Europa, en menos de 300 millones, cuando los franceses recaudan más de 1600 millones… Son las mismas empresas las que hay en España y en Francia. Allí cuando han intentado denostar a una sociedad de gestión, ha aparecido un gobierno a defender esos derechos. Y aquí hemos dejado que se pisoteen. Y yo he quedado como chivo expiatorio. Pero, al fin y al cabo, esta noche en alguna fiesta alguien pinchará Litros de alcohol. Y el sábado en la Joy Eslava la gente cantará Hola, muñeca como si fuera la última vez en su vida. Y hay muchas cosas que no las puedes borrar, y que te mantienen en un estado de excitación permanente (ríe).

Hay una canción especialmente crítica con el sistema tanto político y social como económico, Trozos de cristal. Hay quien puede decir que, con los años, tú también formaste parte protagonista del sistema y sus instituciones. ¿Sigues teniendo la misma visión que en lo que cantabas en aquella canción, o eran arrebatos críticos de juventud?
Pues fíjate, Trozos de cristal tiene un punto ecológico que se ha empezado a reivindicar hace bien poco. Hay una frase que dice: “Seremos fácilmente destruidos como frascos de perfume”. A mí ya me preocupaba lo que pasa en el mundo a nivel ecológico, pero también las decisiones que el poder y el sistema no toma, haciéndonos la vida un poco peor. De esto hace cuarenta años: estaba tratando de contar la fragilidad contra los poderes, el sistema, cómo nos ve el mundo. Eso no ha cambiado mucho, desgraciadamente. En ese momento era una letra difícil de entender, pero es algo que sigo pensando con sesenta.

Una de las canciones-insignia de este disco es Soy un chaval, un canto casi nihilista y de eterna juventud. Más allá de tu aspecto físico juvenil; a nivel emocional y casi de filosofía de vida, ¿te sigues sintiendo un chaval?
Yo sí, pero mis rodillas dicen lo contrario (risas). Mis cabezas han aguantado ese boxeo al que me sometí y me sometieron mediáticamente. Un buen boxeador tiene que pegar y evitar que te peguen, pero cuando te pegan también tienes que saber encajar. Y creo que he sabido aguantar esa carrera de fondo. La gente no cree que un tipo de 63 puede tener un buen aspecto, salvo que se haya metido en un quirófano y le hayan quitado cosas y puesto otras. Yo me cuido bien. Yo me tuve que operar la nariz primero porque era mía y hago lo que me sale de los cojones con lo que es mío; y luego, porque me la habían roto y no me quedaba otra. Pero no me siento un chaval. ¿Sabes por qué? Por las cicatrices.
Vivimos metidos en la trampa del tiempo: y ves que se te van tus abuelos, tus padres, tu hermano… y eso es muy jodido, y nadie va a escapar de ello. El tiempo no se para por nada ni por nadie. Cuando uno ha visto a tanta gente padecer y caer es difícil sentirse un chaval inocente. Miro alrededor en mi casa y no quedo nadie más que yo en mi familia. Tengo una memoria de elefante y recuerdo todo, pero me he quedado solo en mi familia. Y cuando quedo con mis amigos a veces los miro y veo que estamos mayores: me recuerdo como chavales, pero el tiempo ha pasado para todos. El corazón siempre te recuerda las pérdidas, las faltas y la velocidad con que pasa todo.

¿Dirías que ha envejecido mejor Ramoncín o tu obra de juventud?
Ahí estamos, compitiendo en un pulso a ver quién resiste mejor (ríe). Hay canciones que casi pueden conmigo, otras que me rejuvenecen y me dan mucha emoción; y otras que no me dicen ni me cuentan nada a mí. Yo estoy dispuesto a cantar Litros de alcohol en el geriátrico con ochenta años, pero otras que no tienen sentido.

"Yo me tuve que operar la nariz primero porque era mía y hago lo que me sale de los cojones con lo que es mío; y luego, porque me la habían roto y no me quedaba otra. Pero no me siento un chaval. ¿Sabes por qué? Por las cicatrices"

Llevas ya varios años en los que has ido recuperando tu legado, reeditando y remasterizando discos, publicando recopilatorios, directos… Es cierto que también ha habido algún que otro disco con canciones nuevas, pero la mayoría son miradas al pasado. ¿Sientes que te quedan cosas nuevas por decir o que lo mejor ya está hecho?
Yo eso lo pensé en el año 1992. Yo grabé mi primer disco en 1977 y salió en 1978, y hasta el año 1990 había grabado ocho discos de estudio, un doble en directo y tres recopilatorios, y estaba rozando el Disco de Diamante. Y el doble en directo vendió 400.000 discos. Y estaba en Ourense, en un sitio al que curiosamente vuelvo este año, y me volví a ver a los chicos y tuve la sensación de que o paraba o se acababa todo. Tuve la sensación de que ya lo había hecho todo: había hecho todo lo que quería y de la manera que quise, pero tenía sensación de que ya lo había dado todo. Además, había tenido una reunión con la compañía de discos, que tras el éxito del directo Al límite, vivo y salvaje estaban desesperados porque sacase otro disco tras haber hecho cuatro Discos de Platino. Querían que grabe cualquier cosa, les daba igual: después de vender 400.000 puedes grabar “lo que sea” y antes de que la gente se dé cuenta de que le has engañado, ya han vendido 50.000 copias. Y no estaba en ese punto.
Eso lo veo en muchos artistas a día de hoy: discos que son peores que todo lo que han hecho, pero siguen copando las listas porque van a rebufo de un éxito anterior. Veo a chavales de veinte años con la obligación de “salvar las listas y el mercado”: artistas muy jóvenes que sacan cualquier cosa, pero dentro de veinte años las canciones que seguirán sonando son las nuestras de los ochenta. La gente va a seguir pidiendo el Litros de alcohol, Santa Lucía, Bienvenidos, La chica de ayer… antes que la mayor parte de los números 1 de ahora.

¿Dirías que la música de ahora es más descartable?
Yo creo que sí. Nosotros estamos liberados ya. A mí el dejarlo en aquel momento me permitió luego grabar un disco como Miedo a soñar a finales de los noventa: el objetivo no era buscar el éxito, sino hacer realmente lo que quería sin que nadie esperase ya nada en concreto de mí. O cuando grabé Cuando el diablo canta, mi último disco de estudio, que es el disco que quería hacer. Las cifras de venta ya son tan ridículas, que medirse en ventas no tiene sentido: ahora con 1000 o 1500 discos eres número 1.

Barriobajero es un disco bastante documental e historiográfico: mucho retrato del Madrid de finales de los setenta, mucha picaresca, mucho costumbrismo. ¿Cómo ves el Madrid en 2019 de Carmena en comparación con el Madrid de Tierno de 1979?
Yo soy un crítico durísimo con lo que se está convirtiendo esta ciudad. Creo que hay cosas que se han hecho muy bien, pero también que el mayor error que se puede cometer a la hora de manejar un Ayuntamiento es la ideología. En el Ayuntamiento no sirven las ideologías: sirve ponerse del lado de los buenos o de los malos. Yo fui amigo de Tierno Galván, he cenado con él. Y él decía: “Yo nunca voy a hablar de economía ni de estadísticas, eso se lo dejo a los técnicos y estadistas: yo me ocupo de las personas”.
Está de puta madre que Carmena le haya hecho ahorrar al consistorio 11 millones de euros y que no se hayan tirado ni hayan ido a parar a manos de golfos, prevaricadores ni constructores corruptos y tengamos las cuentas limpias y saneadas. Pero también hay que preguntarse con quién va: con el trabajador que se mete en la cama a la madrugada y no puede dormir porque hay un descojone en la calle de abajo; o con los que están impidiendo que el trabajador duerma. Parece una gilipollez, pero es fundamental. Hay quien pueda decir que es una reflexión carcamal.

¿Tú dirías que Carmena no va con los trabajadores que madrugan?
No lo sé, no he tenido ocasión de hablar con ella nunca. Pero sí creo que debería preocuparse, además de que haya menos polución en Madrid, y que es maravilloso, pero entre autobuses y taxis siguen los mismos atascos. Cuando dice: “Les voy a dar un paseo por Madrid, que está mejor que nunca”. Pues el paseo que se lo dé conmigo, que vivo en el centro. El ciudadano quiere vivir en una ciudad limpia, con poca polución, seguridad para sus hijos, asequible y con un acceso a la vivienda razonable, con higiene en las calles, con descanso nocturno… Creo que Carmena ha hecho cosas que están muy bien, pero ha descuidado algo importante: saber quiénes son los buenos y quiénes son los malos.

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