Harto del indie
Entrevistas / Carl Barât

Harto del indie

Héctor G. Barnes — 13-11-2010

En medio del temporal mediático que ha significado el anuncio de la reunión de The Libertines, Carl Barât intenta sacar adelante su homónimo debut en solitario, en el que mantiene intacto su olfato para las melodías instantáneas y ofrece el bloque de canciones más sólidas producidas por su autor desde los días con Peter Doherty.

Entre entrevista y entrevista, el británico aprovecha para fumarse un cigarro en los aledaños del hotel madrileño donde atiende a los medios, el momento ideal para dejarle caer que uno no esperaba oír un disco así firmado por él. “¿Sorprendente? ¿Qué esperabas, otro disco de indie?”, espeta mientras toca ferozmente una guitarra imaginaria, “¿Raca, raca, raca? No, estoy harto del indie… Al menos por una temporada”. Pues sí, “Carl Barât”, el álbum, resulta estimulante en su libertad, en su voluntad de escapar de lo previsible. Barât se la juega en distintas ocasiones, y se lleva un buen puñado de bazas. Más allá del single “Run With The Boys”, que recupera el tono callejero que le hizo famoso, su acercamiento a unas composiciones más reposadas, atentas a los arreglos brillantes (por ahí anda Neil Hannon de The Divine Comedy), asoma en temas como “So Long, My Lover”, una canción de ruptura feliz a lo Cohen, o en “The Fall”, con su cadencia a lo Jacques Brel, como reconoce con media sonrisa. “No puedo negar haber estado escuchando a Brel últimamente. Más a él que a Scott Walker, cuyas canciones no me gustan demasiado, aunque sí la forma en que utiliza su voz. ¿Leonard Cohen? Eso sí que es un halago, aunque hasta ahora no había caído en la comparación con ‘So Long, Suzanne’, de hecho, me daba miedo que el título sonase demasiado simple”. En el siempre conflictivo trance que es intentar madurar cuando, precisamente, la espontaneidad y el descaro han sido los principales valores de la música que te ha lanzado al estrellato, este nuevo trabajo resulta honesto y convincente, brillante a ratos, mucho más que el decepcionante segundo álbum de Dirty Pretty Things, “Romance At Short Notice”, que sonaba como un último estertor antes de que la banda pasase a mejor vida. “Fueron tiempos difíciles. El clásico síndrome del segundo álbum. Mucha presión de la discográfica, egos, borracheras… Y sobre todo, un vacío de poder en la banda, la democracia no nos funcionó. Cuando montas un grupo con tus amigos de la infancia, maduras de la misma forma que ellos. Cuando lo haces ya de mayor, eso no ocurre y no existe la misma conexión”. La solución, sugerida por su manager, fue por lo tanto sentarse a escribir por sí mismo un nuevo grupo de sencillas canciones que ayudaran a Barât a reencontrarse con su faceta como compositor, esta vez, más unido a su piano que a la guitarra. “Cuando dejas las guitarras, es como si abrieses la ventana en una habitación llena de humo. El ambiente se aclara, empiezas a respirar mejor, a ver los colores que hay en las paredes. Y entonces puedes empezar a explorar”. Como él mismo cuenta, este nuevo ciclo de canciones documenta la relación de Barât con no una, sino dos diferentes mujeres. Una historia con final feliz, por cierto, y que sigue la constante de su autor de hablar abiertamente y sin ambages de experiencias personales en sus letras. “Hay que hacerlo así, si no el oyente se da cuenta enseguida de que no se está contando la verdad. Es complicado ser tan sincero, y he tenido problemas en el pasado por ello”. Fue precisamente a comienzos del pasado año, embarcado en un gira americana, cuando tocó fondo, como cuenta en “Threepenny Memoir”, el libro de memorias que publica a la vez que el disco, quizá algo sorprendente para un artista de treinta y dos años. “En primer lugar, hay que tomárselo como una declaración del momento actual, no como una autobiografía. Y aquella gira americana fue una forma de ponerme a prueba, viajar yo solo, salir al escenario sin nadie más. Fue complicado”. Además, en el pasado invierno, Barât ha recuperado una de sus viejas pasiones, actuando en la obra de teatro “Fool For Love”, escrita por Sam Shepard. Una cosa lleva a otra y, cómo no, tarde o temprano tiene que salir el nombre de The Libertines. Aunque pone los ojos en blanco cuando se le pregunta si ha tenido que contestar muchas preguntas sobre su banda últimamente, no evita hablar de ella. “Aún no me he arrepentido, aunque pueda haber sentido miedo en algún momento. Es parte de mi vida, ¿qué voy a hacer?”, dice mientras se remanga para enseñar el tatuaje con el nombre del grupo que porta en su brazo derecho. “No estaría hablando aquí contigo si The Libertines no hubiesen existido. Pero serán estas nuevas canciones y no otras las que estaré tocando el año que viene”.

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