Vértigo
Libros / Paula Ribó

Vértigo

5 / 10
Luis M. Maínez — 13-07-2022
Empresa — Verso & Cuento

Paula Ribó escribe “Vértigo” en 2018 y lo autopublica pocos meses después. La tirada de las autoediciones, siempre pequeña, hace que su impacto sea moderado. Lo leen amigos y amigos de amigos hasta llegar a una pequeña comunidad de lectores que tienen la oportunidad de encontrarse en primicia con el germen de lo que será Rigoberta Bandini, una de las artistas más populares del momento en nuestro país. Rigoberta Bandini es Paula Ribó pero la propiedad conmutativa no funciona en viceversa.

“Vértigo” es el relato breve y absolutamente entrópico, en parte posmoderno de una reconstrucción, de una ruptura y de una escapada a un Estocolmo que se configura como un cronotopo (donde lugar y tiempo se unen) frío y sin tiempo, en el que nada pasa. Está congelada, la vida, como un río por el que ya no corre el agua. La propia autora expande su presencia hasta convertirse a sí misma en un cronotopo que monopoliza todo la obra. Los intentos por mirar al exterior de la autora son todos infructuosos. El yo más absoluto puebla cada frase, cada reflexión y cada acción que ejecuta Paula Ribó en su intento por desembarazarse de lo que ella misma fue. Abrazándose a sí misma, la autora olvida lo exterior para olvidar así su dolor y poder renacer. Hablando de reconstrucciones, pienso en Luis Rosales y en su “Diario de una resurrección”, en el que el poeta ejecuta el baile contrario, asiéndose al mundo real para superar la tragedia.

En el plano estrictamente literario, “Vértigo” adolece de pulso narrativo. Probablemente adrede. Las escenas se suceden como un sueño ambiguo, todo es vagamente descriptivo y profundamente emotivo sin llegar a ser lírico. El “Vértigo” de Paula Ribó no es un vértigo inestable ni sorprendente, aunque sí inquietante: la autora se deja llevar por el no pasar del tiempo y eso se traslada a su prosa, estable y neutra, sin cambios de ritmo ni ejercicios estéticos que puedan alterar la percepción del estado escandinavo de su escritura. Dice Ribó que se abraza a la metáfora por seguridad, y quizá ese sea el motivo de su evidente linealidad estilística. Curiosamente moderna.

Y es que hablábamos antes de la posmodernidad evidente en “Vértigo”, pero habría que especificar que se trata de una lucha de paradigmas lo que vemos aquí, como tantos otros artistas de su generación, entre lo moderno y lo posmoderno. Lo que no ejecuta con su prosa, Ribó lo traslada a la edición, con una propuesta estética en la que el propio formato del libro sirve de estímulo para que el lector vaya cambiando de actitud y asimilando las distintas formas de monólogo que conforman el libro de forma distinta. Este recurso acompaña formalmente un fondo en el que no deja de ser curioso el retrato generacional que ejecuta, quizá sin darse cuenta, la autora. Los viajes de desconexión a una ciudad lo suficientemente ajena para sentirse fuera de casa, pero lo suficientemente próxima para no resultar hostil, su pasión por el aguacate –quizá sea “la cosa” más recurrente en la obra–, símbolo de los desayunos Instagram y su visión de compartir habitación en una casa palacio grande como algo que quizá fuera demasiado lujoso para acostumbrarse a ello. Una juventud tardía marcada por símbolos representativos del falso progreso al que nos vemos abocados los nacidos en los noventa casi irremediablemente y por una visión del amor que, en ese momento, está fundamentada en la concepción tradicional del mismo, algo que también es marca de la casa de nuestra generación. Esa tensión subyacente –lo que hay detrás de lo que cuenta Ribó durante su transformación en Bandini– es el mayor acierto de este “Vértigo” que, por otro lado, se lee fácil y rápidamente y que ofrece algunas claves muy importantes para entender uno de los fenómenos culturales más relevantes de los últimos tiempos. Me acuerdo de una canción del dúo Hnos Munoz, “to’ lo que me cuentas me abre en canal, pero se me olvida”.

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