¡Me cago en Godard!
Libros / Pedro Vallín

¡Me cago en Godard!

6 / 10
J. Picatoste Verdejo — 10-01-2020
Empresa — Arpa

El primer ensayo, provocador y sugestivo, del periodista político-cultural de La Vanguardia Pedro Vallín bien se podría haber titulado "¡Bienvenido Mr. Hollywood!" en lugar de invocar ese exabrupto impertinente. El abajo firmante cree que ningún cineasta que haya dedicado su vida al arte de la mentira cinematográfica merece ser sepultado bajo resbaladizas y olorosas heces, por muy metafóricas que sean. Ni siquiera George Lucas, que solo ha demostrado saber hacer una cosa muchas veces; vaya, como un triste autor europeo cualquiera.

Y es que Vallín juega a la oposición de modelos de cine, rompe tópicos y toma partido claramente. El autor no solo defiende que el cine de Hollywood es progresista sino que, por el contrario, el cine europeo es aburguesado y da la espalda a la sociedad. La base del mal para el autor del ensayo es la sacerdotal crítica marxista que ha inoculado en la mentes de la gente un sentimiento de culpa por gozar con productos comerciales que buscan únicamente el placer de la audiencia (sin embargo, cuesta imaginar que el público de las cintas Marvel que se indigna con ciertas declaraciones de Scorsese esté demasiado contaminado por esa crítica marxista).

La obra está dividida en dos partes, la teórica y la práctica. En la primera, con un estilo tan sencillo como erudito, con una evidente e ingeniosa capacidad de sugerir y relacionar ideas que no puede sorprender a quien siga la concurrida cuenta de Twitter del periodista, expone las bases de su razonamiento: la reivindicación desacomplejada del cine como producto artesano frente a la obra relamida de endiosados auteurs, del cuento dinámico en oposición a la novela encorsetada –es decir, del producto comercial hollywoodiense versus el cine de autor europeo–, de los finales felices como acicate para el progreso. Es especialmente estimulante cuando defiende cuestiones que son anatemas para el cinéfilo purista como el doblaje o los remakes.

En la segunda, el autor –en la línea de lo que hacían Balló y Pérez en la referencial “La semilla inmortal”, obra citada por Vallín en varias ocasiones, o Gubern en “Máscaras de la ficción”– analiza géneros y arquetipos del cine hollywoodiense: las comedias del período mudo con vagabundos de protagonistas, la emancipación de la mujer a través de las femmes fatales del noir o el intruso benefactor del western en favor de la comunidad.

No le falta razón a Vallín cuando pone en la picota ciertos vicios de esa crítica que señala de manera automática a un tipo de cine por su procedencia. Y que se muestra menos permisiva que cuando ha de valorar cierto cine de autor. Sin embargo, ya hace más de medio siglo que la Betsy Blair de “Calle Mayor” paseaba por una innominada ciudad provinciana de la España franquista soñando con las cocinas americanas que veía en las películas de Hollywood. Y cuando uno pasa algunas páginas de este libro no puede evitar tener la sensación de que le están intentando vender la cocina americana. Igual que cuando Michael Moore vende Europa a los suyos. No puede ser tan buena.

Decía en su última visita a Barcelona el teórico (¡norteamericano de nacimiento, francés de adopción!) Noël Burch –autor de “El tragaluz del infinito”; no hace falta ponerse escatológico para crear títulos llamativos– que si hacer una película comunista hiciera dinero, Hollywood haría películas comunistas. El propio Vallín tiene claro que para la Meca del cine poderoso caballero es don dinero: “Los intereses comerciales, hablando de un medio de masas y de vocación plebeya, es tanto como decir que la industria ha atendido los intereses populares. Por eso es cine progresista” (Página 81). Así pues el cine de Hollywood es progresista por casualidad, no por vocación. De ahí que, al final, se pinche el globo e importe poco si lo es o no. Tampoco le importaba a nuestra amiga Betsy. Le acababan diciendo que esas películas eran falsas y ella contestaba que qué mas le daba, que eran bonitas. Pues eso.

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