Ese vicio delicioso

A primera vista, este podría parecer otro libro más de memorias protagonizado por el roquero de turno que empapa el relato en el tópico de sexo, drogas y rock & roll. Podría ser, si no fuera porque el protagonista en cuestión formó parte, en uno u otro momento y entre alguna que otra aventura, de formaciones mitificadas como The Gun Club, The Cramps, y hasta los Bad Seeds del mismísimo Nick Cave. Poca broma, por tanto, con el contenido del presente tomo, porque el asunto gana interés a pasos agigantados en base a las especificidades cernidas en torno al protagonista del relato.

El volumen en cuestión empieza a coger un empaque con las andanzas de un joven chicano queer que despierta a los placeres e instintos de este mundo en el marco de Los Ángeles de mediados de los setenta. En efecto, “Ese vicio delicioso” (Liburuak, 23) resulta una lectura de lo más jugosa, con Brian Tristan –rebautizado artísticamente como Kid Congo Powers– exponiendo sin tapujos y con constante intensidad a lo largo de trescientas páginas, las formas y maneras en las que empezó a sentir una atracción irresistible por el rock, el glam y el punk, primero como espectador y después, en una alocada trayectoria cargada de afortunadas carambolas, como miembro de una serie de bandas legendarias.

Entre los parabienes de la referencia estaría la naturalidad narrativa, apostando Tristan por un realismo siempre determinante en el éxito práctico de este tipo de producto. “Ese vicio delicioso” es un libro muy ameno y entretenido, aderezado con otros nombres propios salpicando relatos y capítulos. De Poison Ivy a Siouxsie Sioux, pasando por Lux Interior, Ramones o Jeffrey Lee Pierce. Uno que saca a la superficie la pasión desbocada por los universos tangenciales del rock, contagiando al lector con idéntico ardor y catalizando de este modo la empatía que genera la interesante vida de su autor.