A lo largo de la historia de la literatura gótica, pocas veces han surgido personajes tan atractivos y misteriosos como Elinor Caskey, figura central de los horrores surgidos en Perdido, el pueblo maldito sobre el cual Michael McDowell edificó su obra cumbre. No en vano, “Blackwater” es una suerte de gran folletín terrorífico a través del cual somos testigos de varias generaciones de los Caskey, familia que el guionista de “Bitelchus”, entre otras piruetas de género, nos muestra hasta lo más profundo de sus rencores, venganzas y toda clase de sentimientos emponzoñados.
Que en esta edición española se haya respetado el deseo de McDowell de publicar esta novela en seis entregas sirve como anzuelo mayor en una lectura que, por su propia estructuración, siempre mantiene la tensión, además de articular un catálogo glorioso de giros narrativos y apariciones de personajes que empujan hacia adelante una lectura que, ante todo, preserva los cánones de estilo gótico en una suerte readaptación de tramas rurales en la mejor tradición de Mark Twain.
Quizás esta última referencia sea el ancla estilística más consistente de “Blackwater”, a partir de la que McDowell también se ve con el vigor suficiente como para retratar las jaulas geográficas de los Estados Unidos a comienzos del siglo XX. Radiografía mediante la cual la ficción sobrenatural deviene en retrato devastador de un micro universo al cual somos arrastrados como si estuviéramos plantados en la ventana de una casa contigua a las viviendas de los Caskey. Y es que el tristemente malogrado McDowell sabía perfectamente la condición de voyeur de todo lector/a arrastrado a las fauces del misterio. Ni más ni menos que el rotor de una fluida sucesión de escenas orquestadas en torno a esta ronda de personajes congelada en la rueda del tiempo.
Si a todo esto añadimos el don natural de McDowell para atraernos hacia el secreto del entretenimiento pura, pocas palabras se me pueden ocurrir tras leer estos seis volúmenes que no sean estas dos: clásico incontestable.
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