Si tuviera que decidirme por la principal virtud de este grupo, me quedaría con la elegancia.
La elegancia es necesaria si uno quiere hacer pop virado a tonos oscuros y resultar creíble y efectivo. Una voz como la de Jordi Tamayo -Ian Curtis y David Graham como referentes- es una importante ventaja. Hace falta elegancia para aprovechar el lado crepuscular y ambiental de la electrónica. ¿Les suena Manta Ray tras cruzarse con Diabologum?: pequeños y discretos detalles, coqueteos con samples equívocos, texturas aquí y allá, timbres inusuales producto de la síntesis... Lo extraño provoca desasosiego e inquietud; su sonido es rico en esas sensaciones («I Beg For Mercy», «Interlude Nº 3»). Elegancia también para definir líneas de bajo tan simples como efectivas, con un timbre rotundo, potente y bien definido. Elegancia, en fin, porque tratándose de pop hay que cuidar la melodía y la redondez de los temas; «Winterland» y «New Town Man» cubren con brillantez estas necesidades. Precisamente en esta línea donde dan lo mejor de sí mismos.
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