Suena “Sawgrass”, la primera del álbum, y uno ya tiene la certeza de que el undécimo álbum de Josh Ritter va a ser el más solemne y serio de su larga carrera discográfica. La canción es una oración, un salmo dedicado a la muerte de su madre durante la pandemia. Dos hechos que marcan a fuego el tono confesional del álbum hasta hacerlo… ¿aburrido?. Igual calificarlo así es un poco injusto, porque hay algún momento de lucidez melódica que lo salva. Solo hay que escuchar “Money I Do”, el segundo tema del disco, para disfrutar de una deliciosa, a la par que inofensiva tonada de ritmo trotón, que actúa como un bálsamo. Pero en general sí, cabe afirmar que el disco muestra la cara más íntima, espiritual, adulta y seria del cantautor de Idaho. Y ¡qué demonios! Servidor echa en falta canciones de la garra de ‘Old Black Magic’ de su anterior álbum o discos chispeantes en los que cabía de todo como “Sermon on the Rocks” (15)
No cabe duda, por tanto, que la pandemia ha hecho mucho daño. Y una de sus consecuencias -me apetece exagerar- más aterradoras, es que ha dado pie a un excesivo volumen de discos auspiciados por aquellos días de incertidumbre, soledad e incluso -ejem- miedo. Era algo que se venía venir y este “Espectral Lines” es una buena muestra de ello. Pero como servidor está en el lado contrario del tablero, es decir, con más ganas de gresca que nunca, pues no está muy por la labor de caer en la depresión por culpa de discos como este. Además Josh Ritter ya se puso tierno y confesional con mucho más acierto en ese disco de desamor y vuelta a enamorar que representó “The Best In Its Tracks” (13). Así que, solo por eso, cabía exigirle más.
Poco dice en su favo, también, que uno de los puntos álgidos del disco sea un tema tan bobalicón como “For Your Soul”. Canción que cualquier iglesia pentecostés incluiría en su cancionero con gusto, aunque es un tema que también podría acabar en un anuncio de una compañía de seguros. Vete tú a saber. Y ¡Ojo! Eso no quiere decir que el genio de Josh Ritter a la hora de componer tonadas no aparezca por ningún lado. “Strong Swimmer” - la sexta- es una buena muestra de ello. Canción que por cierto resulta ser la antesala de una segunda y comatosa mitad del disco que, pese a los destellos de evidente belleza, acaba por adormecer al más predispuesto.
Solo me resta esperar que Josh Ritter se haya impregnado de su duelo hasta decir basta, y responda en el futuro con un álbum de folk-rock vital con su inevitable lugar para las baladas confesionales, pero a modo de relleno y no como norma. Y es que, tras las cenizas de la pandemia, solo cabe el Fénix del rocanrol más correoso. Y eso es aplicable a otros discos cansinos que empiezan a prodigarse por doquier. Por favor, que alguien diga basta.
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