Pity Party
Discos / Curtis Waters

Pity Party

7 / 10
Carlos Pérez de Ziriza — 09-10-2020
Empresa — BMG
Género — urban

Paradojas de la era Tik Tok: Abhinav Bastakoti (que es el nombre real de Curtis Waters) comenzó el confinamiento como un estudiante de apenas 20 años, prácticamente anónimo, que se ganaba unos cuartos vendiendo smoothies, y salió del encierro –tres meses más tarde– como una de las estrellas emergentes más rutilantes del pop en 2020. Sin moverse de casa. Sin conceder una entrevista. Sin aventurarse a dar un concierto. Se le había ocurrido colgar un par de clips en la red social de moda. El primero, pasó inadvertido. El segundo, en el que bailaba al ritmo de una de sus canciones, “Stunnin’” (junto al rapero Harm Franklin), empezó a acumular reproducciones. Millones. Y el fenómeno se trasladó a Spotify: a día hoy, la canción lleva más de 123 millones de plays. Dicho así, parece un milagro. Pero lo cierto es que el debut largo de este nepalí criado en India y Canadá, y afincado desde los 17 en Carolina del Norte, tiene mucha miga. Más aún si tenemos en cuenta que fue compuesto mucho antes del bombazo de “Stunnin’”, sin expectativas de que nadie lo escuchara, más allá de su familia y su círculo de amigos. Así se explica la bisoña pero incontaminada emotividad que desprende.

Encumbrado, desde ya, al creciente fenómeno de figuras que han encontrado en la red social de los videos de quince segundos su mejor pasarela (Lil Nas X, Doja Cat, Curtis Roach, Gus Daperton), Curtis Waters no puede negar que fueron Odd Future, Kanye West o Tyler The Creator quienes le marcaron el camino cuando se decidió a descubrirles, con tan solo 14 años. Aprendió desde entonces a componer de forma autodidacta, mediante tutoriales de youtube, y el trazo casero de las canciones que había ido difundiendo hasta ahora por soundcloud se nota en esa baja fidelidad, esos subgraves sísmicos y esos filtros que aplica a su voz, que tanto tienen que ver con el trap – el género, al fin y al cabo, que más permea en “Mistakes” o en “Lobby Boy”, precisamente las dos colaboraciones al margen de “Stunnin’”, con Renzo Suburbn y el propio Harm Franklin – , pero en su caso modula todo eso hasta emparentar con el pop tierno y juguetón a lo Beck (“Shoe Laces”), el r’n’b de síncopa pegajosa a lo The 1975 (“Better”), el emo pop chicle noventero (“6 Pills”, en alusión a su condición bipolar) y hasta el electro punk de la rabiosa “System”. Quizá el desarraigo vital que acumula desde que era un crío tenga que ver con esto. Y es una suerte.

Mención aparte merece la fantástica “Stunnin’”, el corte con el que empezó todo, y que aquí tiene el detalle de disponer al final de su minutaje, como si quisiera indicar que el álbum no es – ni mucho menos – una mera excusa para su envasado. Un perdigonazo de funk policromado y sensual; desafiante, pulido y rapeado, que como hit aparentemente inverosímil que es, expresa mejor que nada el jubiloso presentismo de quien no tiene nada que perder y vive para el aquí y el ahora.

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