El torbellino tras la irrupción de Billie Eilish fue tal que arrasó con todo. No pasó otra cosa en 2019. "When We All Fall Asleep, Where Do We Go?" vivía una atmósfera tenebrosa, rara, sobre todo para llevar el sello de una adolescente que, a su vez, en directo era fortísima, firme, ultraprofesional. Era algo grande.
Aquel disco multipremiado hizo llegar el pop electrónico, uno de tipo machacón, sin llegar a lo industrial, a los más jóvenes. Fue un vendaval. Que casi se lleva por delante a la propia Eilish. Quedó claro años después en "Getting older".
Crecer no iba a ser una cosa sencilla. La estadounidense decidió cambiar por fuera, más allá del rubio platino; "Happier than ever" (21) vivía mucho más del downtempo y de la melodía como escaparate. Se perdió parte de la fuerza incontinente de las creaciones con Finneas (hermanísimo y productor), necesidad que traspasaba el marketing, eso de las pesadillas y tal, y que la había puesto en boca de medio mundo. No llegó –claro– a las cifras descomunales de su primer envite. Era un álbum con momentos altamente bellos, pero que escuchado ahora se interpreta desorientado. Su tercer disco es un notable más claro que aquel "Happier than ever".
Desde entonces ha habido un silencio desalentador para los fans, necesario para su creatividad. Más allá de la barbarie junto a Rosalía (Lo vas a olvidar; sin duda) en 2021 o de la fantástica "What I was made for?" ("Barbie, The album", 23), nada. Si la carrera de la americana debía seguir la senda de la honestidad brutal, la única premisa repetida una y otra vez, ley para los zeta y –es de suponer– para el nuevo público amasado a partir de su segundo álbum, debía ser prudente con las publicaciones.
Y "Hit me hard and soft" responde a las virtudes de su carrera, que ahora ya no admite comparaciones con coetáneas ni coetáneos.
En el olimpo pop, Billie Eilish no compite con la velocidad de Olivia Rodrigo ni, por supuesto, previo perdón –da vergüenza incluso insinuar el parentesco, por básico–, con la consolidada trayectoria de la reina Eras. Eilish cruza sus propios senderos.
Ha hecho acopio de todo lo bueno de sus anteriores apuestas para crear el álbum más completo y variado de su carrera hasta la fecha. Sin problema, el mejor, sin alcanzar todavía la excelencia (yo mismo me dejé imbuir por el ruido en ese nueve de su álbum de debut, rectificar es poco de críticos, pero me gustaría pensar que sí de personas justas): el crecimiento personal con unos arreglos deliciosos de "Skinny", una Lana del Rey menos reinona. El R&B, alguien dijo Dua Lipa, de "Chihiro". El folk prudente traspasando el AOR de "The greatest". Y la disrupción: la mejor noticia para los que no sólo quieren secretitos al oído son esas partes electrónicas, mucho más bucle y perturbadoras que hasta la fecha. En la misma coda de la citada "Chihiro" o en "Bittersuite", a imagen y semejanza del reclamadísimo Burial.
Hay otros caramelitos, como la vacilona y aspirante a tema de su vida, "L’amour de ma vie", cuya producción –algo que atraviesa el disco– con todas esas voces y sonido abellotado, recuerda a gran obra clásica. Y cuyo final es una tremenda horterada, de voz pitufada y bases IDM. Pero y qué. "Blue" es el gemelo musical del arranque, con esos vientos vetustos, y el tema que cierra los cuarenta y pocos minutos del título. Cómo se agradece un disco corto y bien compactado en tiempos en que parece que para contentar a los fans haya que subir el material a peso.
Billie Eilish tiene meta propia: ser sistema, aspirar a lo masivo (sin el disco en la calle ya anunció gira mundial de grandes recintos con doblete en el Sant Jordi para 2025), y a la par imponer un vocabulario musical donde lo popular no respire cartón piedra. Y no llegará a las escuchas de su debut, no. Jamás. Nunca (o sí). Pero bueno, como no volverá a tener dieciséis años. Ahora los problemas, las pesadillas, son otras: identidad, relaciones personales... Crecer es lo único que se le puede pedir a un artista para seguir considerándolo tal y no un simple molde. O todavía peor, un extremo: tarántula negra y peluda saliendo de la boca o portada rubio platino para Vogue. Billie Eilish tiene muchos más grises en los que moverse.
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.