El ritmo de Detroit
Conciertos / The Muggs

El ritmo de Detroit

7 / 10
Holden Fiasco — 22-05-2018
Empresa — Undercover Producciones
Fecha — 20 mayo, 2018
Sala — Crazy Horse
Fotografía — David Mars

Mañana de domingo soleado, la gente paseando su ocio por las calles y las plazas. Se ve todo distinto con el brillo de la luz y el trino de los pájaros. Hasta vuelves a creer en la humanidad, la bondad y esas cosas. Además, si bajas del metro y tienes que caminar hasta el Crazy Horse, donde tocaban The Muggs en sesión matinal, te da tiempo para pensar hasta en el amor y maquinar poesía barata.

El Crazy Horse está, si te quieres situar, justo frente al Museo Guggenheim, en el otro lado de la ría, en las esquinas de un Bilbao de postal. Desde allí, las láminas de titanio retorcido, bajo el sol y el cielo abierto, parecían una enorme pieza suelta del telescopio Hubble que acababa de caer en el desierto de Atacama. No sé si eso era lo que se le pasaba por la cabeza a Zach Plisca cuando se apoyaba en una columna de los soportales y miraba hacia la otra orilla. El batería de The Muggs en esta gira salía y entraba del Crazy Horse como si lo de dentro fuera la sala de espera de neonatos y lo de fuera un callejón oscuro donde fumar sus nervios a escondidas. Quizás estaba inquieto o simplemente aburrido, pero no paraba quieto. Cuando la cosa iba a empezar, fue el primero en sentarse, como diciéndole a los otros dos, venga, vamos, que hay prisa. Empuñó la baqueta de la izquierda como lo haría Buddy Rich y el tío no cambió el semblante en todo lo que duró el concierto. No le hizo falta: alzaba y hundía los ritmos como le venía en gana, sin esfuerzo aparente. Fue uno de los grandes protagonistas de la sesión matinal, aunque hubo otros dos, y con ellos ya tendríamos el power trío, que es precisamente lo que son The Muggs: tres tíos de Detroit que hacen blues y blues-rock como quien se levanta por la mañana y se tuesta el pan, con naturalidad, vamos; pero con más emoción y energía, por supuesto. Los tres se acoplaron con soltura y nos ofrecieron un concierto que fue de menos a más, sin salirse de los renglones, ni, ya de paso, de la forja que los ceñía en el escenario.

Abrieron con largos apartes instrumentales y un parón tras la primera canción. Así que aprovechamos para fijarnos en los detalles: el rumor del aire acondicionado, el crujir de la madera, la espuma de la cerveza, el sol tras las gruesas cortinas… hasta en la gorra de los Detroit Tigers que llevaba Danny Methric y la flat cap italiana de principios del siglo pasado que vestía, elegante, un Tony DeNardo al que le valía la camiseta de los Hentchmen para celebrar su origen. Son de Detroit, eso queda claro en el atrezzo, pero también en la música, donde no se oyen a los Stooges ni a los MC5, pero Detroit es más, y sí se escucha por ahí abajo al John Lee Hooker que se vino a la ciudad para trabajar en la Ford y amenizar las noches en Hastings o a los Grand Funk Railroad que también eran de Michigan. Son como los Dirtbombs, de la ciudad, pero a su bola. De la ciudad que, como dice Charlie LeDuff, vio nacer la producción en masa, el automóvil, la carretera asfaltada, las neveras o los guisantes congelados. La ciudad donde se inventó el estilo de vida americano. La misma ciudad en la que la música, de alguna manera, ayudó a reescribir ese sueño con versiones alternativas que lo corrompían o rechazaban. Viendo a estos tres en el escenario, podías llegar a convencerte de que lo que acabo de decir tiene algún sentido y no es simplemente palabrería para esconder que no reconocí las primeras canciones que tocaron, digámoslo.

Sí reconocí a Rory Gallagher. El “I Take What I Want” sonó lozano y firme en manos de un Methric que pasaba de puntear las cuerdas a laminarlas con los dedos dibujando jeroglíficos en los trastes, sin preocuparle que aún tuviera el meñique calzado con el bottleneck. Más aún, se subía las gafas con el dedo y se quitaba el sudor con el brazo, todo sin abandonar los riffs y los punteos. Así, por ejemplo, con suficiencia y pericia, alargaron la rotunda “Never Know Why”, donde se parecen a Led Zeppelin, sí, ellos mismos lo han reconocido varias veces, pero lo que prevalece es esa línea de graves en el Fender Rhodes, esponjoso y embaucador, que parece afectar directamente al subconsciente. Cogen el género y lo manipulan sin florituras ni cortapisas, aprovechando que su inspiración es la acertada. Ya lo explican en “White Boy Blues”, la canción en la que reclaman su potestad, cuando dicen que “the blues all change from day to day”, y puede que hablen de lo que duele o de lo que se canta pero sirve para ilustrar lo que hacen. Esa misma canción sirve de ejemplo: ritmo irrebatible, melodías pegajosas y un mensaje lanzado sin pretensión.

Cerraron su concierto con el “Rattlesnake Shake” de Fleetwood Mac, interminable y reverberante, pero, a falta de uno, hubo dos bises, porque, como dijo Danny Methric: “We can’t say not to you”. En el primer bis, advirtió Tony DeNardo que iban a tocar dos de su primer álbum, “The Muggs”, y así lo hicieron. La primera fue el “Gonna Need My Help” que adaptaron vía Muddy Waters, aunque lo que quede de la original sea solo algún verso y el espíritu de la letra. Una canción para bailar con el cuello y dar envidia a los Wolfmother. Cuando la terminaron, intentaron cerrar con “Rollin’ B-Side Blues”, pero el público les obligó a sumar una más, en este caso, una “Need You Baby” en la que a quien recuerdan es a Jimmy Hendrix, o, al menos, así lo celebró el que escribe ahora, quien, por cierto, apuró hasta el último acorde, como relamiendo hasta la última gota del elixir de la felicidad.

Con el eco nos fuimos, con el eco de las notas pero también el de los tacones del respetable que alguno clavaba sobre el enmaderado aprovechando el ritmo de la música. Ahí dejamos a un Tony DeNardo que se dedicaba a saludar, con mucha educación, a todos los que le siguieron en primera fila. Volvimos a la realidad: la tonsura ardiendo al sol, los transeúntes ausentes y una soleada mañana de domingo que ya llegaba a su final. Sí, todo se ve distinto con el brillo de la luz y el trino de los pájaros, pero más aún después de un concierto de The Muggs. Hasta vuelves a creer en la humanidad, la bondad y en la música como la raíz de tu felicidad individual. Inocentes somos, inocentes permaneceremos.

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