La reina del norte
Conciertos / Björk

La reina del norte

7 / 10
JC Peña — 05-09-2023
Empresa — Live Nation España S.A.U.
Fecha — 04 septiembre, 2023
Sala — WiZink Center, Madrid
Fotografía — Santiago Felipe (@santiagraphy) - Cedidas por la organización

Según la borrasca se alejaba de la ciudad, la islandesa más célebre del planeta desplegó en el recinto de Goya su particular utopía: un espectáculo singular que combina una puesta en escena casi operística con vídeo-arte y, por supuesto, música. El objetivo es transmitir esa simbiosis entre arte y tecnología que la artista persigue desde los noventa. El espectáculo destila tanta originalidad y brillantez como distancia gélida por momentos y ciertos altibajos arrítmicos. La imagen de la islandesa bailoteando sola un ritmo imposible en su propia tarima me parece muy elocuente. Sí, vive en su mundo. Otra cosa es que invite a entrar en él.

Hacía cinco años largos, pandemia de por medio, que no visitaba nuestro país (la última vez fue en el contexto del Primavera Sound en Barcelona)…y más de dieciséis desde que pasó por Las Ventas: visto lo visto (largo vídeo de Greta Thunberg en la parte final) la plaza madrileña era el entorno más inadecuado para una mujer que aprovecha sus espectáculos para hacer explícita su airada conciencia ecologista y su llamada a la alianza entre tecnología y naturaleza. Esto podría dar pie a comentarios maliciosos sobre la huella de carbono de su imponente show (once personas sobre el escenario, si no me equivoco) que yo me voy a ahorrar. Lo importante es que Björk no se ha prodigado por la ciudad, motivo por lo que sus conciertos tienen categoría de acontecimientos especiales. Por si quedaba alguna duda, el entusiasta recibimiento del público que llenaba la pista (con sillas) y las gradas así lo confirmó.

Y sabemos bien que la islandesa pertenece a esa rara categoría de artistas totales que han construido un universo propio. Su prestigio se mantiene casi intacto tras una carrera larga que se extiende ya tres décadas, aunque sus cimas discográficas (en lo que a mí respecta, el mágico y precioso “Vespertine” de 2001) queden ya lejos, y sus trabajos más recientes, con sus virtudes, exijan del oyente una complicidad que no todo el mundo está dispuesto a regalar a estas alturas.

Probablemente el mejor modo de encarar su música a día de hoy sea disfrutando de unas composiciones cada vez más abstractas y menos pop enmarcadas en el espectáculo ambicioso, onírico y preciosista con el que gira: un “teatro digital” o “concierto de ciencia ficción”, en sus propias palabras, que se basa muy mayormente en material de sus últimos dos LPs, “Utopia” (estrenado a finales de 2017) y en menor medida el más reciente “Fossora”(22). El espectáculo, bautizado originalmente como “Cornucopia”, fue estrenado originalmente en Nueva York y funciona como puerta de entrada a su particular universo.

La puesta en escena incluye un escenario como de cuento de hadas nórdico, sobre el que tocan, se contonean y bailan las chicas de Vibra, el septeto islandés de flauta con el que trabaja últimamente, un percusionista que toca de todo -incluyendo un imposible dispositivo acuático-, arpa y un director musical encargado de las programaciones y los sonidos electrónicos. El sonido, sugestiva simbiosis de electrónica y música de cámara, es potente y nos envuelve junto a las proyecciones y la iluminación, un impresionante diseño visual de formas orgánicas que van mutando con las composiciones. En el centro de la propuesta está, claro está, la prodigiosa voz de la artista, que aunque se apoya a veces en algún truco (a veces se dobla en directo) no ha perdido un ápice de fuerza ni el tono infantil que la hace todavía única.

La cantante se luce incluso a capella, pero llega un momento en que, como sucede en sus álbumes, sus melodías resultan tan originales y poderosas como repetitivas. Muy pocas concesiones en el repertorio a sus canciones más antiguas: la deconstrucción de “Venus As A Boy” con flauta y voz no pasa de ser curiosa, pero los músicos insuflan toda su potencia a “Isobel”, uno de los hitos de la noche. No es casualidad que también lo sea la poderosa “Pagan Poetry”, aunque inviertan el orden de sus dos partes y no se recreen demasiado en ella; da la impresión de que la artista, que da las gracias en un esforzado castellano unas cuantas veces, quiere reivindicar su presente, lo cual no se le puede reprochar. Esas “gracias” y la presentación de sus músicos son las únicas concesiones que se salen un poco del guion.

Es una hora y media de reloj, una duración asumible teniendo en cuenta la aridez de ciertos tramos, que culmina en el relativo desparrame de “Notget”, con el que la nórdica invitó a bailar al público sentado, sin demasiado éxito. Las luces del WiZink avisaron inmediatamente de que no habría más, y nos despertaron del sueño de una noche de verano en que habíamos estado sumidos. Yo, con sensaciones contradictorias que no restan méritos a una propuesta genuinamente única.

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