El Vecino. Historias

El retorno de “El Vecino”, creación superheroico-costumbrista de Santiago García y Pepo Pérez, pasa por ser uno de los acontecimientos comiqueros del año. El lanzamiento de una serie de imagen real dirigida por Nacho Vigalondo para Netflix ha acelerado los tiempos de una saga que llevaba una década a la espera de su conclusión y ha permitido la recuperación y puesta al día de todo el material publicado hasta la fecha.

Pieza fundamental de este Vecinoverso son las historias aparecidas en la fenecida revista El Manglar, que permitió a sus autores unas dosis de libertad y experimentación complementaria al núcleo central de la serie. Su carácter de cápsulas autoconclusivas permitía a García y Pérez ahondar en aspectos y personajes concretos que las líneas maestras de “El Vecino” no podían asumir y, al mismo tiempo, realizar pequeñas explosiones controladas de digresión, tanto gráfica como discursiva.

Astiberri recupera ahora ese material nunca antes reeditado y añade nuevas historias y materiales extra en las que los autores ofrecen un pormenorizado relato del cómo y el por qué todo el conjunto. De casi cada página del tomo emanan el enorme cariño y amplio conocimiento analítico que los creadores de la saga tienen sobre el cómic como medio. También lo bien que han sabido homenajear una educación sentimental común, cimentada en lo más granado de los clásicos Marvel, a la que han añadido un costumbrismo apoyado en experiencias propias y las dudas e inquietudes de su generación en el paso hacia la vida adulta para crear algo nuevo y emocionante.

“El Vecino. Historias” funciona a múltiples niveles, y eso le añade un grado de fascinación. Así, el lector de cómics experimentado apreciará las referencias y aplaudirá la exploración de nuevos terrenos por parte de los autores, mientras que el recién llegado valorará lo cercano de muchas situaciones, por mucho que el trasfondo esté lleno de uniformes coloridos y superpoderes, y podrá disfrutar de un vívido muestrario de narrativa gráfica. Sea cual sea el punto de entrada, el espectáculo, como se suele decir, vale cada céntimo de lo que cuesta la entrada.