¿Se es menos madre por desatender a una hija en épocas de mucho trabajo y estrés? Claro que no. ¿Se debe sentir culpable una cirujana por estar ausente gran parte del año, lejos de casa y de los suyos? Tampoco. Ella es Penélope y no es la mujer de Ulises. Ella ni espera ni teje, ella salva vidas en misiones humanitarias durante meses de intensidad extrema y, unas pocas semanas, vuelve a su casa con la familia, donde se siente completamente desubicada, aunque muy querida y añorada por los suyos.
Vanistendael tira de un estilo pictórico muy expresivo y colorista, unas acuarelas que fluyen como los sentimientos encontrados de Penélope y sus contradicciones y desencuentros, convirtiendo la dura narración –muy cinematográfica, hay que decirlo– en un poema expresionista que cabalga como un corcel salvaje campo a través. A Penélope, cuando llega a casa, no solo la espera su familia consanguínea sino que se le aparece una de las víctimas –una niña ensangrentada– que atendió en Alepo (Siria) en los momentos más inoportunos. Es el estrés postraumático o sencillamente el grito del mundo que aparca durante unos días para poder atender a los suyos. Porque ese mundo existe y no está tan lejos, porque ¿quiénes son los suyos? Un poeta cínico y descreído que tiene por marido y una adolescente del primer mundo con problemas del primer mundo (la regla, los exámenes, los novios, hacerse mayor de edad).
Su familia, la familia que ha elegido y engendrado. Casi nada. De repente un cumpleaños, una reunión familiar para Navidad y una más que evidente tensión en el aire. ¿Qué estás haciendo con tu vida, Penélope? ¿Qué te está haciendo la vida? Nadie sabe nada de las pulsiones que mueven tus hilos y nadie tiene por qué saberlo. Esa ausencia cuando estás con los tuyos no tiene cura, me temo. Debes partir, parte y salva vidas, has nacido para eso. Octavio Botana
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