Sin novedad en el frente
Cine - Series / Edward Berger

Sin novedad en el frente

7 / 10
JC Peña — 17-11-2022
Empresa — Netflix
Fotografía — Cartel de la película

Con mayores o menores intermitencias, el cine bélico siempre ha estado vigente. El género ha dado pie a películas formidables de todas las épocas, de “Objetivo Birmania” a “Senderos de gloria”, “Apocalypse Now”, “El puente sobre el río Kwai”, “El submarino” o “La delgada línea roja”, por citar unas pocas. Además de dar pie a dos series clásicas de HBO, “Band Of Brothers” y “The Pacific”. La guerra siempre es un viaje al corazón de las tinieblas y también a su reverso, la eterna dualidad humana en su dimensión más descarnada que Kubrick exploró simbólicamente con el marine Bufón de “La chaqueta metálica”. Es terreno fecundísimo para el drama. Y nos pese más o menos, como estamos comprobando durará lo que dure la especie humana.

“Sin novedad en el frente” es una nueva y lujosa adaptación de la novela antibélica por autonomasia, escrita por el escritor y veterano de guerra Erich Maria Remarque. Prohibida en la Alemania nazi por derrotista y desmitificadora, ya tuvo una notable adaptación hollywoodiense en 1930, dirigida por el competente y multifacético Lewis Milestone, el de “Rebelión a bordo”. Netflix ha producido esta nueva versión sin escatimar los medios de los que hoy se dispone: nunca hasta ahora, ni siquiera en la meritoria “1917”, se había plasmado en pantalla la crudeza de aquella carnicería espantosa con semejante despliegue y sin ahorrarnos secuencias terribles, como la de la interminable agonía del soldado francés en un cráter junto a su atormentado verdugo alemán, o los momentos en los que los reclutas más jóvenes deben recuperar las chapas de identificación de sus camaradas recién caídos.

La impecable realización del poco conocido Edward Berger (“Jack”) es uno de los alicientes, así como presentar el punto de vista de los perdedores, demasiadas veces demonizados sin más. Como en la novela, el protagonista pasa de la euforia nacionalista a la desolación de encontrarse atrapado en un auténtico matadero humano al servicio de la demente obstinación de los políticos y el militarismo en boga, el mismo camino que atravesó Alemania, que tras la dolorosísima derrota se encomendaría al nacionalsocialismo como insensata tabla de salvación.

El director encuentra clara inspiración en la larga y fecunda tradición del género para representar los innumerables espantos de la contienda en las trincheras en su paroxismo final, del uso del gas al lanzallamas o los primeros y primitivos –impresionante la escena en que aparecen– tanques. En paralelo, nos cuenta los esfuerzos de los exhaustos mandos alemanes (los americanos habían decantado la balanza con tropas de refresco) por llegar a un armisticio lo menos oneroso posible, y la intransigencia del arrogante alto mando francés por forzar lo que de hecho sería una capitulación que dejaría las puertas abiertas al rencor, con las consecuencias de todos conocidas.

El ambicioso filme, de impecable factura y ambientación, y con aciertos tan interesantes como el uso expresionista de la música, la fotografía y el montaje –la belleza de muchos planos es innegable–, pierde fuerza por el subrayado innecesario en los momentos intimistas, así como por la cargante sobreactuación del joven protagonista Felix Kammerer (que encarna al soldado Paul Baumer). Como sabemos bien, añadir dramatismo a lo que de por sí lo tiene consigue el efecto contrario. Aparte de los momentos de arritmia en los que la historia se resiente por esta doble dimensión (la íntima del soldado de a pie y la del marco histórico con los gerifaltes insensibles al sufrimiento de millones de jóvenes recién salidos de las escuelas y mandados a morir por avanzar unos pocos metros), resulta paradójico que las excepcionales escenas de combate, o detalles como el contraste descarnado entre las comodidades culinarias de los estirados mandos en la retaguardia y la mugre de las trincheras llenas de ratas (ese arrogante general francés quejándose de que el cruasán no es del día…), las reflexiones del implacable general prusiano o la firma del armisticio en el vagón de tren (que volarían dos décadas después los nazis) tengan más potencia que aquellos momentos a ras del suelo en los que el mensaje contra la guerra debería volar.

Al final, la producción alemana destaca ante todo por su imponente despliegue de medios y no pocos aciertos visuales –se nota que debe ser un proyecto largamente acariciado por su realizador, que cuida cada plano con esmero–; pero está lejos de hacer revelaciones valiosas sobre el animal humano en tiempos de guerra, en el sentido, por ejemplo, de la extraordinaria, inquietante y también germana “El capitán”.

 

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