Earwig y la bruja
Cine - Series / Goro Miyazaki

Earwig y la bruja

6 / 10
Daniel Grandes — 23-04-2021
Empresa — Estudio Ghibli
Fotografía — Archivo

Quizás si no viviéramos en esta época de continuas transiciones y cambios que nos está tocando vivir este último experimento del estudio Ghibli que es “Earwig y la bruja” nos hubiera sorprendido un poco más. Pero creo que estamos curados de espanto. Hasta las noticias más surrealistas se han convertido en costumbristas en esta distópica realidad que cada vez lo es un poco menos pero por puro hábito, no porque su naturaleza no exija esa etiqueta. Que la última película de Goro Miyazaki utilice la animación 3D, convirtiéndose así en la primera obra del mítico estudio japonés en hacerlo, pretendía ser un golpe sobre la mesa, una declaración de intenciones sobre lo que podría estar por venir dentro de una filmografía colectiva que ha adecuado al espectador a una heterogeneidad narrativa articulada a partir de una más que atractiva homogeneidad esencial. Esos colores, gestos y sonidos, en definitiva detalles, que cautivan a uno la primera vez que se sumerge en una película de Ghibli, aquellos que marcan la diferencia y fidelizan el inmenso fandom que la compañía nipona presenta a día de hoy, son aquellos que a la vez empujan a entender esta filmografía como un único universo, regido por unas normas cinematográficas comunes al más puro estilo Marvel (salvando las colosales distancias).

“Earwig y la bruja” parece un intento, no de dinamitar lo construido hasta el momento, sino de jugar a estirar un poco el chicle, siguiendo así la línea de la primera serie de Marvel, “Wandavision” (salvando de nuevo las colosales distancias). Lo nuevo de Goro Miyazaki es una rara avis para Ghibli, y creo que hubiera sido absurdo estrenar cualquier otra cosa en unas salas de cine que parecen precisamente ser una rara avis en el contexto actual. El último sueño en fotogramas de Ghibli es el primer paso, que quizás sea en falso o quizás se convierta en una nueva carrera de fondo, hacia una nueva fotogenia visual del estudio. O quizás sería más adecuado referirse a “Earwig y la bruja” como una tentativa de transfusión de esa magia óptica ya adquirida por la compañía en el 2D al cuerpo de la imagen digital recién concebido por los de Hayao Miyazaki. Y realmente no estamos ante un mal primer tanteo.

Encontramos bastante de la magia de la marca Ghibli en esas imágenes generadas por ordenador, por mucho que el ojo de muchos espectadores, entre los que me incluyo, se empeñarán en recordar al cerebro durante gran parte del metraje que bastante de esa esencia se está perdiendo por el camino al sustituir el trazo por el píxel. Porque tampoco podríamos ponernos a alabar locamente este algo arcaico y tosco 3D, a años luz de la perfeccionada técnica de otras compañías de animación contemporáneas. Pero ahí quedan esos momentos (al final son los que hacen grandes el cine del estudio Ghibli), adheridos en la retina por una inexplicable trascendencia de lo no-épico que muchos de esos otros estudios ansiarian poder conseguir. “Earwig y la bruja” es capaz de generar esos momentos, así que quédense tranquilas y tranquilos.

Esta entrañable historia de realismo mágico –basada una vez más en una novela de la británica Diana Wynne Jones, de quien Miyazaki padre ya adaptó “El castillo ambulante”–, como base de un combate implícito entre el coming of age y el síndrome de Peter Pan no tiene miedo a poner sus cartas sobre la mesa, por mucho que sea consciente de que está lejos de tener una escalera real de color. Hay mucha valentía por parte del hijo de Miyazaki a la hora de decidir orquestar la que podríamos considerar prácticamente una antítesis de “La colina de las amapolas” (11). Si hace diez años el cineasta nos hablaba de la vida como algo expansivo y sobre el mundo como un inabarcable lienzo donde uno debe querer perderse, ahora decide reducir drásticamente la escala de su universo, encerrándolo en un espacio familiar (si es que podemos llamarlo así) mucho más laberíntico y claustrofóbico en una especie de cruce incestuoso entre “Monster House” (06) y “La familia Adams” (19). Miyazaki se adhiere al relato de terror y fantástico clásico y a sus arquetipos y narrativas, pero de forma excesivamente descafeinada, exceptuando por algunos magistrales momentos del personaje de Mr. Jenkins, un Nosferatu melómano con claros problemas de ira.

Pero de nuevo, aunque el filme presenta interesantes juegos espaciales sobre habitaciones que están y a la vez no y sobre pasillos que llevan aquí y allí a la vez en una especie de revisión superficial de M.C. Escher, acotar la acción de “Earwig y la bruja” a un solo espacio parece limitar a la acción de golpes de efecto. E insisto en el verbo acotar. La cinta acota en exceso también en lo narrativo, presentando arcos y tramas interesantes que se dejan en fuera de campo de forma desmesurada debido a su decisión de focalizar en singular. Los personajes, exceptuando a la protagonista, resultan algo mecánicos y sus evoluciones, bastante precipitadas. Pero nadie nace aprendido, ni siquiera el icónico estudio de animación japonés. Que este primer proyecto en 3D no haya sabido encontrar la fuerza lumínica ni paisajística que la animación tradicional de la compañía erige de forma casi involuntaria no significa que un servidor no quiera ver más historias digitales de Ghibli, todo lo contrario. Creo que Miyazaki no ha manejado mal esta pequeña demo, la cual ha sabido, a través de esta limitada odisea de lo entrañable con toques de rock, dejarnos con ganas de más (¿en el buen sentido, en el malo o en ambos?). Al fin y al cabo, quedémonos con lo positivo: la comida sigue viéndose igual de bien. Si sales de hambre con una peli de Ghibli, es que es de Ghibli.

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