Creation Stories
Cine - Series / Nick Moran

Creation Stories

6 / 10
Octavio Botana — 18-05-2021
Empresa — Movistar +
Fotografía — Archivo

Menudo personaje Alan McGee. Autoproclamado President Of Pop en su momento más dulce, ha surfeado todas las olas de la industria musical, ha descubierto a bandas seminales y ha sacado matrícula de honor en todos los lugares comunes del rise and fall –and rise again– del show business, convirtiéndose en una figura más allá del bien y del mal, siendo como es una persona tirando a normal, casi arisca, un poco como el vecino de al lado que golpea tu pared cuando tienes la música demasiado alta (guiño-guiño).

“Creation Stories”, repaso poco profundo y trufado de clichés –pero simpático y delirante a veces– de la(s) vida(s) y obra(s) de McGee, está dirigida por Nick Moran, producida por Danny Boyle y guionizada por Irvine Welsh, mucho big name para que la cosa salga mal. Ewan Bremner (Spud, en “Trainspotting”) aporta su sobrado talento, su cara-de-zumbado y su cerradísimo acento escocés a esta producción que no llegó a las salas de cine debido a la pandemia y que ahora Movistar + acaba de estrenar. Con doble línea temporal (la que nos muestra a un McGee en la actualidad siendo entrevistado por una periodista norteamericana en Los Angeles; y la que discurre desde su adolescencia hasta mediados de los 2000), el film comienza con una advertencia cachonda: “Algunos nombres han sido modificados… para proteger a los culpables”. Y arranca la vida de un McGee adolescente, hastiado como todos, devoto de Bowie, Bolan, Mott The Hoople, ansioso de hacer algo con su vida más allá de seguir las aburridas existencias de unos padres de clase media-baja en unos años setenta muy en blanco y negro. “Deberías estar en la calle jugando el fútbol”, le suelta su padre cuando lo pilla imitando a Bowie en su habitación. Pero McGee tiene otros planes, y cuando ve a Sex Pistols en aquella mítica actuación/entrevista televisiva en el programa de Bill Grundy (diciembre de 1976), vemos cómo literalmente se le eriza el vello de los brazos y se abre un camino ante él: Londres. Pero su padre insiste: “Podrías ser una electricista cualificado” o “Piensa en el futuro”, y eso es exactamente lo que hace el chaval: huir para labrarse uno.

En Londres el punk ya está dando sus últimos coletazos mientras McGee trabaja en curros de mierda para comprarse discos (evitando pagar alquiler viviendo en una casa okupa) hasta que monta su propia banda (dicen las crónicas que los mejores mánagers han tenido que ser músicos antes) y comienza a actuar por ahí, sin suerte. Entonces Television Personalities hacen acto de presencia y su talento es tal que McGee les quiere tener siempre cerca, con lo que inaugura un sello discográfico para ficharlos a ellos y a tantos otros grupos que empieza a descubrir en sus noches locas. Como se suele decir, el resto es historia: The Jesus And Mary Chain, Primal Scream, My Bloody Valentine (impagable la escena en la que Kevin Shields contrata a un segurata que impide a McGee entrar en el estudio que el mismo McGee ha contratado para finiquitar –de una puta vez– “Loveless”), y un larguísimo etcétera entre los que podríamos destacar a Sugar, Teenage Fanclub, The Boo Radleys y, claro, Oasis. McGee y Creation representan el anti-establishment del mundo discográfico: espíritu independiente, formatos dispares (singles y maxis a punta pala), excentricidad, talento y, aunque a priori nadie lo imaginaba, éxitos.

Todo el mundo quiere ser fichado por él, pero no todo el mundo vale. “No lo hacíamos por las ventas, lo hacíamos por las bandas”, afirma McGee antes de que My Bloody Valentine inventen el shoegaze. Y a las revoluciones siguen las revelaciones: las drogas a tope, las visiones-alucinaciones (una particularmente chalada con el mismísimo Aleister Crowley), el acid house y el desfase sin límite (“Esta mierda –refiriéndose al extasis– es barata y da buen rollo”). McGee entra en una espiral loquísima de la que no es capaz de salir ileso. Los rehabs no funcionan, vende Creation a Sony, se hunde en un pozo sin fondo y vuelve a salir con ánimos para volverse a sumergir de cabeza y con doble salto mortal. Entonces, en una de sus vidas extra descubre a Oasis y, de nuevo, el resto es historia. Película sencilla, veloz (a veces demasiado), divertida, necesaria y con algo que se agradece mucho en cuanto a repaso de figuras controvertidas del mundo pop como McGee, en este caso por obra y gracia de él mismo: sin redención. Y no la hay porque no hay arrepentimiento (no tiene que haberlo, joder), o como asegura él a uno de los incontables terapeutas que pasan por su vida: “Fue divertido”, en referencia a su(s) paso(s) por las drogas. Los excesos, quiero creer, son lo que convierte a este tipo de personas -las que son capaces de advertir y promocionar el talento de otras- en seres especiales, en detectores, en faros en la oscuridad. McGee, dicho mal y rápido, encontraba lo que todo el mundo andaba buscando. O como aseveraba él mismo: “Yo hice que las cosas sucediesen”. Tal cual.

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