Blonde
Cine - Series / Andrew Dominik

Blonde

7 / 10
Luis M. Maínez — 04-10-2022
Empresa — Netflix
Fotografía — Cartel de la película

Las casi tres horas de metraje de “Blonde” hipnotizan, mucho, casi tanto como Marilyn Monroe hipnotizaba a aquel que la veía actuar, casi tanto como Norma Jean quedaba hipnotizada por sus traumas del pasado, inhabilitándola, en muchos sentidos, para tener una vida normal, si es que hay una vida normal cuando han construido un personaje en paralelo a tu persona, utilizando solo tu cuerpo y tu cara, que todo el mundo desea y quiere poseer, de cualquier forma, muchas veces usándola, aprovechándose precisamente de esos traumas que la determinan en el transcurso de su vida.

“Blonde” no funciona a la manera de los repetitivos biopics que han anquilosado nuestras pantallas en el último lustro. El material original –la novela de Joyce Carol Oates, una de las escritoras norteamericanas vivas más importantes– permite a la cinta sostenerse con un halo de misterio alrededor, y al mismo tiempo, la hilvana a la obra completa de la novelista, donde las situaciones de abuso tienen un protagonismo enorme. Así es también en la película: Norma Jean está definida por sus carencias más que por sus cualidades. En esto se parece paradójicamente a una Marilyn Monroe, que carece de personalidad salvo la que dicta el guión de turno. En una escena le dice a su segundo y breve marido, la estrella de baseball Joe DiMaggio, que no entiende el deporte que le hizo famoso porque no hay guión, todo es improvisado. Es Norma la que habla en la intimidad del hogar, pero es Marilyn, como profesional, la que intenta empatizar con la profesión de su esposo.

Resulta descorazonador asistir a la lucha de Norma Jean contra el mundo y contra Norma Jean que plantea “Blonde”. Contra el mundo porque se ha convertido en un símbolo que no puede controlar; se encuentra una y otra vez (y otra vez) con el desdoblamiento que supone su figura. Como Jekyll, que termina convertido para siempre en Mr. Hyde, salvo que Norma no lo acepta ni lo provoca, solo lo sufre e intenta huir. Contra sí misma porque su propia condición, su falta de estabilidad mental (heredada de su madre); el desgarro que le supone no convertirse ella misma en madre; la ausencia de un amor normal, que quiera a Norma sin ser Marilyn, o incluso que quiera a Norma siendo Marilyn; pero, sobre todo, la carencia de un padre que sobrevuela, bombardeando constantemente, toda su vida personal. La filia de Marilyn con su padre y la relación con sus parejas exhibe lo más repugnante de la condición humana. No por ella, claro, sino por los hombres que entran en el juego de las necesidades provocadas por las heridas que ella lleva en la piel.

“Blonde” es Norma Jean y Norma Jean es Ana de Armas, la actriz cubana que media España conoció en “El Internado” y el mundo entero ha conocido gracias a papeles brillantes como “Puñales por la espalda” y a su relación con Ben Affleck, y que ahora queda fijada en el imaginario colectivo como una Norma Jean espectacular que se mantiene casi tres horas en pantalla siendo el centro de atención, no solo del espectador, sino de la propia historia. Cuando todo gira a tu alrededor, paradójicamente, tu presencia puede llegar a diluirse, convirtiéndote en un mero catalizador de lo que pasa a ti debido. No es el caso de esta interpretación. Su trabajo sobresale en todo momento, como debe ser, en mitad de la maravilla estilística que Andrew Dominik ha firmado, donde la sobriedad marca la película como un latido interno inapelable, pero que se desarrolla intrépidamente, jugando con el color, con el montaje y con el propio ritmo de la película. Ahí radica parte del triunfo de “Blonde” frente a otras formas de encarar películas biográficas, al respetar la esencia literaria de la novela, el director aparece narrando y advirtiendo al espectador. No se puede contar la vida de un personaje como Marilyn Monroe sin entender que estaba hecha de cine.

La crudeza de los primeros momentos de la película sirve de herida también al público para entender bien el camino que recorre desde entonces Norma Jean. “Blonde” habla sobre la construcción de una mujer en un objeto de consumo inalcanzable, en un diamante de sangre; pero, sobre todo, habla de cómo una mujer que todo el mundo quiere se destruye por culpa de lo que sucede en la intimidad. En el caso de Norma Jean su intimidad estaba marcada por los mismos focos que alumbraban a Marilyn, que incapacitaban a todos, e incluso quizá a sí misma, a verla más allá de lo que interpretaba. Símbolo maldito de muerte y deseo, icono al mismo tiempo de vida y alegría casi naif, “Blonde” refleja todo eso porque en eso la convirtieron a ella.

 

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