Entrevista a Gaspar Noé por su película "Vortex"
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Entrevista a Gaspar Noé por su película "Vortex"

Daniel Grandes — 08-08-2022

Hay muchos que señalan a "Vortex" como un antes y un después en la filmografía de Gaspar Noé ("Clímax", "Irreversible", "Lux Aeterna"…). Al fin y al cabo no hay mucho hueco en este díptico sobre lo inevitable para vasos de plástico llenos de sangría con LSD, la estridencia de la electrónica de Thomas Bangalter o luces estroboscópicas inquisidoras de brujas.

Él, sin embargo, defiende que sigue siendo el mismo y que nada ha cambiado. Hoy hablamos con Gaspar Noé sobre llorar en el cine, sobre nuestros padres, sobre “películas de terror” y, por encima de todo, sobre por qué morirse sigue siendo algo extraordinario.

Antes que nada, felicidades por la película. Como espectador la he disfrutado muchísimo y como hipocondríaco la he sufrido como el que más.
¿Tus padres bien? (ríe)

De momento sí, por suerte (ríe)
Es que hay mucha gente que me explica que no ha podido disfrutar de la película porque les recordaba demasiado a lo que les estaba tocando vivir en casa con sus papás o mamás.

Han sido muchos los que han señalado a "Vortex" como un cambio de paradigma en tu filmografía. ¿Tú lo has sentido así?
No considero que haya un cambio de paradigma. A veces llegan proposiciones de productores para hacer películas y uno siempre necesita un salario o dinero para pagar sus películas. La gente que produjo Climax contactó conmigo porque necesitaban de manera urgente una película que se pudiera rodar con dos o tres personajes en un decorado único. Hacía años que pensaba en una historia con una pareja mayor en la que la mujer perdiera la cabeza, como le pasó a mi abuela y a mi madre. Desde un inicio pensé en Françoise Lebrun para el papel. En cuanto al hombre no tenía ninguna idea concreta. Sólo sabía que el prototipo de hombre que quería para el papel era el de Dario Argento. Es muy amigo pero pensé que no aceptaría.
Llamé a Asia Argento y le dije que tenía un rol para su padre. Me dijo que a él le encantaban mis películas pero que necesitaba saber de qué iba a ir. Le dije que no era algo tipo "Climax", sino tipo Enter The Void. Creo que lo que convenció a Dario fue que le dije que yo no iba a escribir ninguna de sus líneas porque se me da fatal. Él se encargó de su personaje y yo me encargué de la cámara. También nos unió nuestra fascinación por "Umberto D." (1952) de Vittorio de Sica. Le dije que esa película me había traumatizado y el me dijo que amaba al actor no-profesional que aparecía. Me terminó diciendo que sí.

"Me ofende que la gente no llore con mis películas”

La muerte siempre ha sido esencial para entender tus películas, pero en Vortex esta aparece de una forma mucho más existencialista y totalmente alejada de la noción de espectáculo.
A veces en la vida uno llega a la conclusión de que la mejor solución es la muerte de la persona. Las amigas de mi madre pensaban que lo mejor que podía pasar es que ella se muriera. Hay situaciones en las que todo se puede alargar por décadas y la gente se vuelve loca. Los que necesitan ayuda psicológica acaban siendo no tanto las personas seniles sino los que tienen que convivir con ellos. Estos momentos son como la parte bad trip de "Climax" pero eternizada. Cada día es peor que el anterior y nunca sabes cómo va a terminar esto. Una muerte natural nunca es un mal final. Las flores al final se caen. Por eso puse la canción de Françoise Hardy. La vida es una flor que crece pero también se cae hasta fundirse en la tierra.

Hay bastantes elementos en tu película que me empujan a preguntarte por tu relación con "Amour" de Michael Haneke.
Me gustó muchísimo. Justamente la vi en un momento en el que mi madre estaba muy mal. Justo volvía de Buenos Aires para asistir al festival de Cannes. Lloré durante toda la película. Lloré cada lágrima de mi cuerpo. Volví a Argentina y a los pocos meses se murió mi madre. Haneke no inventó la vejez, pero fue una suerte que su película fuera un éxito crítico y comercial porque abrió las puertas a la representación de algo universal. Hay muchas más películas sobre violaciones que sobre la vejez. La gente tiene tanto miedo a este tema que prefieren ver historias sobre la Tercera Guerra Mundial. O sobre epidemias de ébola. O sobre asaltos. ¿Cuántas historias de asaltos hemos visto en el cine? En cualquier familia hay dos o tres personas atacadas por el alzheimer. Pero en el cine hay poquísimos ejemplos. Sí, lloré muchísimo con Amour. Por eso cuando alguien me dice que no ha llorado con una película mía me ofendo (ríe). Me dicen que son tan duras que no pueden reaccionar. ¿Por qué lloro yo entonces?

En "Vortex" vuelve esa pantalla partida con la que ya habías jugado en Lux Aeterna. ¿Siempre habías tenido en mente este recurso a la hora de idear la película?
Lo que yo sabía es que quería rodar rápido. El mejor amigo de mi padre y el actor de mi primera película habían muerto por coronavirus. Yo había tenido un derrame cerebral. Estuve cerca de la muerte e incluso me dijeron que había muchas posibilidades de que me quedara medio tarado. La muerte era algo omnipresente para mí. Me identificaba con eso. Por eso tenía miedo de que si posponía todo le pudiera pasar algo a Françoise, a Darío o a mi padre. La película se rodó muy rápido, pero ha tardado mucho en distribuirse. Sobre lo de la pantalla partida, en Lux Aeterna me dieron dinero para hacer un cortometraje. Tenía cinco días de filmación. Rodé todo lo que pude. Acabó saliendo una película con varias pantallas de 52 minutos. El productor ejecutivo no entendía por qué no hacía la película con una pantalla para que pudiera durar 70 minutos y así poder tener un largometraje. Yo le dije que mejor tener una película eficaz de 50 minutos que una lenta de hora y media.

Cuando estuviste en Sitges hace un par de años dijiste que considerabas Lux Aeterna una película de zombies. ¿La noción de género cinematográfico estaba en tu mente a la hora de pensar en Vortex? ¿Cómo definirías la película?
Con esta película quería hacer un thriller con elementos realistas, en definitiva una película de terror. Para mí "4 meses, 3 semanas, 2 días" (2007) de Cristian Mungiu es el ejemplo perfecto de un buen cine de terror. "La llave" (1987) de Mohammad Aladpoush es la historia de un chico que se queda a solas con un bebé en un apartamento y con el gas abierto. Durante 90 minutos estás más tenso que con una película de Hitchcock. Esas tensiones son esenciales para entender los casos de alzheimer. Una vez fui al rastro de Buenos Aires con mi madre. Me ausenté unos segundos para ir a hacer pis. Le dije mil veces que no se moviera. Casi me meo encima de lo rápido que fui, pero al volver ya no estaba.

"Hay gente que actúa siempre de manera lógica y a mi me gusta hacerlo de forma instintiva"

Algo que también vuelve en "Vortex" son esos míticos parpadeos entre planos.
La percepción que tenemos de la vida es la de un tiempo continuo con pequeños parpadeos. Hacer una película basada en el plano-contraplano o en la sucesión de planos amplios y cercanos es mentir sobre lo que es la percepción. Añadir pequeños fragmentos de negro es una manera de mentir un poco menos. Es como una mesa. Puede tener ángulos rectos o pueden haberle lijado las esquinas. Creo que ese efecto de diaporama nos acerca más a la realidad.

¿Con qué te quedas del proceso de esta última película?
Que tuve suerte y me salió bien (ríe). Hay que confiar en los otros. Avanzo siempre de manera instintiva. Por ejemplo, apenas conocía a Alex Lutz, el actor que interpreta al hijo de la pareja. Lo conocí en una fiesta y me pareció muy melancólico. Físicamente me recordaba a Darío. Es un genio. Hay gente que actúa siempre de manera lógica y a mi me gusta hacerlo de forma instintiva y colectiva. En el caso de esta película presenté las diez páginas de guión - que en realidad eran siete con las letras muy grandes - y me dieron un subsidio del Estado francés para largometrajes. Sólo a Godard le habían dado dinero de ese tipo porque Godard es Godard. A mí creo que me lo dieron por el tema.

En "Climax" acabas la película con una frase que ocupa toda la pantalla y que creo que resume muy bien todo tu cine. No puedo evitar acabar la entrevista preguntándote si sigues creyendo que morir puede ser una experiencia maravillosa.
La palabra extraordinaria no significa que sea buena o mala, sino que está fuera de lo ordinario. Es una de las pocas experiencias que nadie te puede contar. El que dice que resucitó miente porque no murió (ríe). Morirse debe ser como dormirse. Yo anoche me dormí y ni me di cuenta. Ni siquiera me cepillé los dientes. Morirse debe parecerse mucho a eso. Pero bueno. Sí, la muerte es extraordinaria.

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