“Lo insólito de la música nunca va a poder ser abordado por la IA”
EntrevistasFito Páez

“Lo insólito de la música nunca va a poder ser abordado por la IA”

JC Peña — 08-07-2025
Fotografía — Archivo

Historia viva del pop-rock en español y ganador de un Grammy y once Grammy Latinos –entre otros–, el argentino Fito Paez regresa con una ópera rock psicodélica grabada entre Madrid y Londres que lleva el elocuente título de “Novela” (Sony Music, 25).

El músico, escritor y puntual director de cine ha firmado contrato con Sony Music España, sello que publica su álbum número veintinueve, “Novela”. Un trabajo único, porque empezó a darle vueltas hace casi cuatro décadas. Evita la palabra “ambición”, pero es imposible eludirla cuando hablamos de un doble de veinticinco canciones en el que vuelca casi todo lo que le gusta –menos el jazz, como acota él mismo–, con la brújula dirigida hacia sus venerados The Beatles y The Who. Su vocación literaria le lleva a narrar una historia abigarrada, casi de realismo mágico, con un circo, brujas buenas, una villana estirada y dos jóvenes amantes en busca del amor. La obra termina siendo una celebración de la vida y de la música, que no deja de ser lo mismo.

Nos encontramos en las oficinas de Sony del Paseo de la Castellana. El pianista derrocha encanto y lucidez. Por si no hubiera suficiente, en unos meses publicará un libro con sus reflexiones sobre la música.

¿Por qué completas ahora una idea que se remonta a finales de los ochenta? Es algo bastante insólito.
No lo sé. No te puedo decir “por esto o por lo otro”. Seguramente sean muchas cosas juntas. Yo supongo que, como me ha pasado con otras disciplinas, incluso con la música, a veces el tiempo es central en el armado del cuadro, del guion o de la historia. En este caso era complejo, porque es una historia basada en el guion de una película. Tuve que escribir primero el guion y después hacer la adaptación a canciones. A la vez era tan… No me gusta la palabra “ambicioso”, pero era tan nueva la tarea, que la fui descubriendo con el paso del tiempo, mientras criaba hijos y hacía otras cosas, por supuesto.

El tiempo suele ser un elemento clave.
Pensándolo ahora, hubo una decisión que fue el golpe mortal para poder hacerlo: la firma con Sony España. Pedí todo y me lo dieron todo. No podía escaparme más del proyecto. En un mes y medio rescaté ocho músicas de la versión original y compuse diecisiete nuevas aquí en los estudios 5020 de Madrid.

O sea, que tenías el guion y ocho canciones.
Exactamente. Las canciones son como piezas de un puzzle. Lo que hice aquí fue terminar de armar el rompecabezas. Necesitaba tiempo, tranquilidad, estar afuera de un ámbito de presión. Y mucha concentración, obviamente. Todos esos factores hicieron que llegara a la luz después de treinta y ocho años.

“Me da la sensación de que tomé de todas las fuentes, no me corté un pelo”

Pues se me ocurre, a bote pronto, que es una cosa única, al menos en el ámbito de la música en español.
No sé si en los mismos términos, pero sí que hay alguna película de algún director que tenía una idea guardada… Mi amigo Adolfo Aristarain tenía una historia escrita con su mamá hace muchísimos años, y eso se transformó en “Roma”. Cómo germinó eso tantos años más tarde, ¿no?

Insistes en que no te gusta la palabra “ambición”, pero es un disco con veinticinco canciones en el que te internas en todo tipo de texturas y paisajes sonoros. En términos musicales, ¿cuál es la mayor inspiración del disco? ¿Las óperas rock de Pete Townshend?
The Who fueron importantes en el formato. “Quadrophenia” cuenta una historia, había un texto, fotografías y las letras. Ese mismo esquema lo he repetido como formato. Después hay una dedicatoria a ellos en “El triunfo del amor” con casi la misma formación y el mismo tipo de toque de “The Punk and the Godfather”. Y hay un homenaje al personaje, que se llama también Jimmy.

¿Y musicalmente?
Respecto a las músicas, me da la sensación de que tomé de todas las fuentes, no me corté un pelo. Quería armonizar a Strauss con la música contemporánea en “El vuelo" y lo hice; un tema más Pink Floyd de la época de “Ummagumma”, y también lo hice… Experimentar con armonías en “Brujas Salem de Prix”; está la canción típica macartiana en “Love Is Falling Over My Heart”; el cabaret berlinés, en “Julius perdiéndolo todo”; “Ob-La-Di, Ob-La-Da” de The Beatles, en “Sale el sol”… Tomé un poco de todo de muchas cosas que me gustan. También me pareció que el álbum podía ser ecléctico, pero no tanto. No quería jazz: me puse ese marco. Tenía que moverme en el ámbito de The Beatles, del rock, porque fue la música que escuché cuando viví esa etapa de mi vida. Las cosas que me marcaron me fueron dirigiendo. Aún así, es un mundo complejo musicalmente.

Bastante psicodélico.
Claro. Entre el “Sargent Pepper’s” y el álbum blanco. Tiene ese espíritu, con la obligatoriedad del relato que Townshend le impuso a “Tommy” y “Quadrophenia”.

Lo grabas durante un periodo de seis meses entre Madrid y los Abbey Road de Londres. ¿Por qué?
Eugenia, mi novia, se vino para Madrid y yo la acompañé. Le dije que debía tener alguna tarea, alguna actividad. No se trataba de estar todos los días leyendo en casa, aunque yo toco el piano y compongo todos los días. Justo había firmado el contrato con Sony España, y les pedí un estudio, un técnico y un asistente. Lo teníamos todo acá. 5020 es un estudio nuevo y buenísimo. Estuve encerrado allí un mes y pico, terminando de componer lo que había iniciado hacía muchísimos años. Nos fuimos una semana a Londres, y después otro mes aquí a regrabar, terminar letras… La grabación en Abbey Road fue muy salvaje: veinticinco canciones en cinco días, dieciséis de ellas orquestadas, y grabando siempre en vivo. Aquí desmalezamos, más que nada. Y el disco salió a Los Angeles, al estudio de Gustavo Borner, que fue uno de los productores, y él allí se tomó su tiempo y empezó a mandarme mezclas.

¿Grabaste toda la base en directo?
Sí. Pero en Madrid grabé muchos teclados y casi todas las voces. La banda y la orquesta tocó en vivo en Londres con todas las voces grabadas aquí. Se armó un momento especialísimo.

El trabajo es ímprobo no sólo en lo musical, también en los textos. Hay muchos personajes y mil referencias. ¿Cuánto tiempo te llevó?
El tiempo real fue el mes y medio en Madrid. Porque ahí tomé conciencia de que las canciones que retomé del proyecto original eran escenas, y que eso tenía que estar enlazado. Ahí me ayudó mucho la figura de la relatora, que en este caso es Lorena Vega, que va ayudando a que la historia se haga más entendible. También hubo un trabajo que fue bien divertido, porque la literalidad siempre es aburrida en las canciones, ¿no? Yo prefiero “She Loves You, Yeah Yeah, Yeah” [risas]. O “I Wanna Hold Your Hand”.

¿En qué sentido?
La narrativa te obliga a poner ciertas cosas para que te entiendan. Tenía que sacarle solemnidad y desacralizar las palabras que estaban escritas en un guion de cine o una novela, y pasarlas al lenguaje de la canción popular. Esa tarea fue hermosa, porque fue muy minuciosa. Hay un ejemplo con The Beatles que es buenísimo. [Tararea] “…She looks like a queen”, decía McCartney en el primer disco. Lennon le dijo: “No, ‘She has seventeen/You know what I mean’”. Está todo dicho, se trata de cambiarlo por frases más cancheras, coloquiales, que entienda todo el mundo. Y esa fue una tarea muy divertida.

El circo es un tema clásico a nivel literario, cinematográfico… ¿Por qué tiene ese poder de fascinación?
Posiblemente porque ha sido un espacio accesible de representación del espectáculo y de la imaginería popular. El público que iba al circo no iba a la ópera, ¿entiendes? Nosotros en Argentina tenemos el Circo Criollo, que se inventan los hermanos Podestá. Y después, los circos de provincia que hay en todo el mundo. El año pasado fui a un circo muy lindo a las afueras de Madrid. Muy a la vieja usanza, sin animales por supuesto, y estaba ese espíritu del artista de variedad: el que hace de trapecista es el mismo que le lleva los caballos a la bailarina… Había algo de tribal.

Y comunal.
El circo es un espectáculo que es un poco como el cine: Vas con tu papá; los animales eran bestias salvajes cuando uno era niño en esa situación tan cercana. Por supuesto, uno ahora lo ve en otro contexto y ves el sufrimiento de esos bichos, pero para un niño que no sabe nada, ver un elefante era un delirio. El circo conlleva la idea de la fascinación para la burguesía mediana. Eso siempre lo hizo atractivo. Porque a la vez, se miran con desconfianza el pueblo y el circo. Y de hecho, en “Novela” hay un encontronazo bastante fuerte, una pelea. Un enfrentamiento que es real también: no llevas a alguien del circo a cenar a tu casa, a eso voy [risas]. Si te dejo en una habitación frente a frente con Charly García, te mearías y saldrías corriendo. Quiero decir, a la gente a veces le da miedo estar con nosotros [carcajadas].

“La música es una artesanía y un oficio, pero también algo que no podría definir”

¿De dónde sale la motivación para, después de haber hecho veintiocho discos, atreverse con uno de esta envergadura?
El deseo, así de fácil. No hay mucho misterio: Tienes ganas de una nueva aventura.

Pero debes tener ganas de verdad. Si no, es imposible.
Claro. Creo que en todos los artistas existe eso. Chico Buarque está terminando un álbum y sacando un libro nuevo con ochenta y dos años. Yo creo que eso no se apaga. Se transforma, en todo caso. Hablando de música específicamente, el año que viene voy a comenzar a estudiar dirección de orquesta. Las orquestaciones de los discos son mías en general, y eso lo toca alguien. Pero lo quiero manejar yo. Eso me va a volver a obligar a estudiar, a conocer las cosas. Siempre hay una curiosidad, porque la música es una artesanía y un oficio, pero también algo que no podría definir. Es esa atracción fatal hacia ella, un lugar en el que te sientes bien, en el que el tiempo se pasa rápido, vas descubriendo cosas… Con la escritura me pasa lo mismo.

Pero escribir es más árido, ¿no te parece?
La música se hace en soledad también, ¿eh? Toda la parte primera de composición es uno solo en una habitación. La escritura también, y encuentro mucho placer en eso. Es como respirar, pasar el tiempo ahí arriba con el piano o en la mesa… No me imagino una vida en cualquier lado sin eso.

El álbum acaba en lo más alto con “Sale el sol”…
Tenía una versión que no me gustaba, de hace bastantes años. Era como funkera. No me gustaba la melodía. Cambié todo, salvo la estructura armónica.

Te lo preguntaba por si la tenías de hace años y querías acabar justo ahí.
No, la encontré en el trayecto. Esa canción la terminé de encontrar en Madrid. La grabé con el piano con el que The Beatles hicieron “Martha My Dear” y “Ob-La-Di, Ob-La-Da” en Abbey Road. Terminó transformándose en una canción central en el álbum porque es el mensaje, lo que quería transmitir: “Si algo aprendimos en el viaje es que nadie tiene razón/Todos esperamos que la vida nos regale ese beso que ilumine y nos abra el corazón”. Eso era todo.

Nuestra revista cumplió treinta años el año pasado, tú llevas más tiempo en esto. ¿Cómo has vivido todos los cambios que ha vivido la industria, la tecnología y de cosas como la IA?
Lo estoy viviendo. Se lo decía a un colega tuyo: Son épocas extraordinariamente estimulantes, sobre todo para pensar, escribir y hacer. Ahora, yo más que un intelectual soy un artista. Si bien ahora estoy terminando un ensayo sobre la música, que se llama “La música en tiempos de demencia masiva”, y saldrá a finales de año o principios del próximo, porque ahora saco uno de poesía. Y en ese ensayo desarrollo un poco más esto sobre lo que me estás preguntando. Hubo muchas revoluciones tecnológicas desde mitad del siglo pasado.

Desde el principio de la música grabada.
Y la última, muy salvaje, a finales de los ochenta, cuando se junta el nuevo orden mundial, la caída del Muro de Berlín, Silicon Valley y la invasión de Estados Unidos a Panamá, que es el lugar en el que surge el reggaetón. Hay muchos elementos que están confluyendo para generar estéticas que van a eliminar casi por completo la melodía y la armonía del lenguaje musical, que son dos de las tres patas centrales: armonía, melodía y ritmo. Hay mucha tela para cortar y pensar. No para dictaminar, pero sí para preguntarnos qué pasó, porque el lenguaje perdió dos elementos de golpe.

“Hay muchos elementos que están confluyendo para eliminar la melodía y la armonía”

¿Para convertirse sólo en ritmo?
Se convierte sólo en ritmo, o ritmo y alguna audacia erótica. Como si no la hubiéramos encontrado en la literatura, en la calle misma o en cualquier prostíbulo. Hay algo ahí que está ligado a la mutilación más que a la degradación de un lenguaje, en pos de llenarle las arcas de dinero a mucha gente. Nadie va a creer a estas alturas del partido que Silicon Valley fue un experimento ingenuo, o que se les fue de las manos, cuando tienen el mundo entero dominado en un teléfono. Todo cabe acá, incluso Spotify [señala el móvil]. Eso lo voy llevando sin prejuicios, uso lo que me da la gana. Cada vez menos tecnología, porque me siento más cómodo en la vibra de la música, cuando todos tocamos juntos. En la banda ahora somos diez músicos. Pero no tengo prejuicios, lo uso.

¿Y la Inteligencia Artificial?
Lo de la IA es simpático por momentos. Están hablando de la peligrosidad de que las máquinas hablen entre ellas, y que hagan música. Bueno, hasta que no la escuche para mí va a ser una abstracción. Yo soy generoso hacia el ser humano, y necesito que mi música vaya hacia el otro. Si no puedo compartir con nadie esa música, sólo confirma que no son seres humanos y que no tienen esa calidez. Por otro lado, lo insólito de la música nunca va a poder ser abordado por la IA. Aunque sea algorítmicamente, nunca va a tener el desplante, el error, la caída, la desafinación… Eso, aunque lo programes, nunca va a ser humano. Yo tengo más miedo de que logren hacer que las paredes hablen [risas].

¿En la nueva gira este nuevo disco es el centro del show?
Es parte. Cuando Paul McCartney hace una gira, o cuando Bowie la hacía, tocaban un tema del nuevo disco. Yo hago cuatro [risas]. Y toco también “EADDA9223”, que es la versión nueva de los treinta años de “El amor después del amor”. También, temas que casi nunca toco en vivo, de discos como “Rey Sol” o “Naturaleza sangre”. Hay cosas de “Futurología Arlt”, de “La conquista del espacio”, de “Giros”…

¿Y cómo eliges las canciones con tantísimo material acumulado?
Es una de las tareas más difíciles con los años. Con los discos se te van sumando problemas…

Supongo que tienes que complacer al público, pero también tocar lo que te apetezca.
Yo no tengo esa diferencia, porque las canciones que gustan a la gente a mí me gustan. Tocar “11 y 6” para mí es un placer. Son canciones, músicas hermosas, y yo amo lo que hice. Las hice con amor, y creo por eso se sostuvieron tanto en el tiempo. He revisado algunos álbumes, como “Giros” y “El amor después del amor”, y francamente pienso que son clásicos modernos. Se pueden tocar, con dedicación, como te dedicas a Mozart o a cualquier artista del 1700. Si lo haces con dedicación y amor, eso está ahí para ser apreciado.

Ya…
Lo que sí hago esta vez –de forma intuitiva– es poner algunas canciones que nunca he tocado en vivo. Y los momentos que hemos creado en las salas son hermosos. Los discos tenían entre nueve y quince canciones, y muchas no se tocan. Pete Thomas, el batería de Elvis Costello –los dos son colegas y amigos–, me decía: “No sé para qué graba discos, si después no toca ningún tema” [risas]. Él no incorpora muchas nuevas, pero sí es un artista muy prolífico en el estudio. A mí sí me gusta colar cositas… Y tocar las clásicas. Porque con los clásicos ahí se genera aquello de lo tribal, de la ceremonia, que es lo más importante. No mostrar lo genio que eres, sino ir al lugar a intentar encender el fuego, y que esa gente entre de una manera y salga de otra. Para eso necesitas ciertas “pócimas”, que son las canciones que cantamos todos.

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