Musicalmente, este es mi disco más accesible
Entrevistas / Alberto Montero

Musicalmente, este es mi disco más accesible

César Campoy — 07-12-2020
Fotografía — Patricia Gázquez

Tras la gestación de “La catedral sumergida” (B-Core, 2018), magna y ambiciosa obra, el artista valenciano se enfrentaba a un reto mayúsculo. ¿Hacia dónde dirigir sus pasos tras semejante hazaña?

La solución, como casi todo en la dignísima trayectoria de Alberto Montero, surgió de forma natural, dejándose empapar por la realidad que le envolvía y los sentimientos que le rondaban. Así ha nacido “El desencanto” (B-Core, 2020), una nueva creación a la cual, otra vez más, pocos peros se le pueden encontrar, y en la que el músico mira hacia atrás y hacia delante para armar una criatura repleta de vericuetos, rabia y sensibilidad, y que, como era de prever, coronan unas voces de ensueño.

Gran parte de la filosofía de "El desencanto" hace referencia a esa sensación de continuo proceso de descomposición y decadencia social y universal que, en momentos de pesimismo existencial, nos invade a muchos seres humanos. En los tiempos que vivimos, ¿resulta difícil resistirse a seguir esa corriente de pensamiento?
Sí, resulta difícil porque no hacemos más que recibir ese tipo de influencia. La abrumadora cantidad de información que recibimos a diario desde radio, televisión y, sobre todo, redes sociales nos está sumiendo en el pesimismo, la desesperanza y la resignación. Por eso, creo que deberíamos desconectar más, o por lo menos dosificarnos mucho el acceso a estos medios. Porque también se sobredimensionan mucho ciertos problemas o percepciones cuando las vivimos desde las redes sociales, por ejemplo.

De aquel otro “El desencanto”, el de los Panero, también emanaba patética decadencia, pero de ella surgía cierta belleza artística. ¿Hasta qué punto te ha resultado sencillo, en ese proceso de exorcismo personal, rascar y convertir esa negrura pesimista en una criatura sonora tan hermosa?
Mi intención era dar rienda suelta a una vertiente mía más pop que no he explotado mucho en mis otros discos, por una parte por prejuicio musical y por otra porque quizás estaba más metido en otra onda en ese momento. Después, al ir escribiendo las letras, me di cuenta de que mi cabeza estaba llena de esos temas tan de actualidad, a veces políticos, otras veces simplemente reivindicativos. Vi que empezaba a ser un tema recurrente cada vez que me ponía a escribir algo, y eso le dio cierto hilo argumental al disco. Al final, “desencanto” creo que es la sensación que mejor define lo que sentía escribiendo. Así que el proceso fue a la inversa: le añadí negrura a una música luminosa.

No deja de resultar sorprendente que la gestación de este trabajo fuera anterior a la irrupción de la pandemia. De haber coincidido de lleno, ¿crees que esa filosofía hubiera mutado de alguna manera?
Es cierto que hablo de temas que estaban más de actualidad antes de la pandemia, como la crisis ecológica del planeta (“Mientras cae la oscuridad”) y que ahora prácticamente no se tratan. Creo que durante la pandemia se habría potenciado en las letras esa sensación de crisis global, de decadencia y de no ver la luz al final del túnel. Supongo que la situación tan crítica en la que vivimos le da mas vigencia al disco.

"Se sobredimensionan mucho ciertos problemas o percepciones cuando las vivimos desde las redes sociales"

Da la sensación de que las dos voces femeninas presentes en este disco (Lætitia Sadier, de Stereolab, en “Le soleil”, y tu hija en “Canción para Ariadna”), se convierten en algunos de los referentes más claros a la esperanza que surgen de este trabajo.
Sí, sobre todo la de mi hija. Es una canción de cuna, pero también es una bonita metáfora de cómo vencer a la oscuridad juntos, en compañía. De estar cerca de los seres queridos, de cuidar al que tienes al lado. Yo creo que es una bonita enseñanza que podemos sacar de esta terrible pandemia. De lo importante que es cuidarte tú, pero también cuidar al que tienes al lado.

“Le soleil” también es una canción de amor, en este caso hacia tu pareja. De atreverse a dar ciertos pasos que nos pueden proporcionar felicidad, pero también nos dan miedo.
En mi caso personal, habla de mi cambio de residencia. De dejar Barcelona después de haber vivido 10 años allí, de haber construido toda una vida.

A efectos sonoros, algunos pasajes de este disco recuerdan a “Arco mediterráneo” (B-Core, 2015) e, incluso, a tu época con Shake. ¿Tenías claro que, tras la magnífica aventura de “La catedral sumergida”, todo volvería a su lugar en tu universo personal, o crees que este disco vuelve a suponer una nueva ruptura?
Para mí, “La catedral sumergida” fue mi realización máxima y la consecución de un reto que creía difícilmente alcanzable. Es el que considero mi disco más especial. Pero, después de eso, me apetecía hacer un disco el cual poder llevar al directo de forma más relajada. Hacer un disco más disfrutable a la hora de juntarte a tocar con tus amigos. Seguramente, por eso hay canciones más rockeras, que recuerdan a mi época de Shake, como “Todo es cíclico” o “Lluvia”. Quizás eso no le ha gustado a todo el mundo, por lo que en cierta medida es una ruptura. Al final todo forma parte de cómo veo la música y cómo la disfruto; esa esencia ha estado ahí siempre.

El proceso de grabación de “El desencanto” discurrió entre los seis meses que van de septiembre de 2019 a abril de 2020, en varios estudios entre Valencia y Barcelona. Esto es algo bastante común en tus trabajos. Lo de ir dilatando ese proceso de gestación, ¿es una cuestión de infraestructura, o prefieres ir creando tus discos poco a poco?
Fue una cuestión de infraestructura, sí. En septiembre de 2019 solamente grabé “Canción para Ariadna”. Ya que iba a cantar en el disco, quise que mi hija viviera la experiencia de grabar en un estudio de verdad. Así que nos fuimos a Río Bravo, en Xirivella, con Xema Fuertes, y Ariadna lo disfrutó mucho con siete años recién cumplidos.
En realidad, el grueso de la grabación no fue hasta enero, ya con la banda. Durante esos meses tuvimos la baja de Marcos, tuve que buscar batería nuevo, Xavi estaba de gira con Stereolab, Román vive en Barcelona... Al final pudimos montar dos o tres ensayos Xavi, Luis (Torregrosa, batería) y yo, e ir cerrando el repertorio para encarar la grabación. En enero grabamos las baterías y casi todos los bajos en casa de Luis, tocando en directo. Y después Xavi acabó de grabar los bajos en su casa en su estudio de Villarreal, yo grabé las voces en mi casa y Román sus pistas en la suya. Fue un proceso que se fue alargando debido a las disponibilidades de cada uno, pero creo que ha beneficiado al resultado final. A pesar de no haber podido ensayarlo mucho, las canciones suenan muy maduradas, con los arreglos muy acertados.

Efectivamente, tanto Román Gil como Xavi Muñoz siguen disfrutando de ese papel de escuderos de lujo, en casi todos los procesos. ¿Qué te aportan?
Hay espacios, en lo que concierne a lo musical, en los que me siento muy inseguro. Me siento bastante seguro componiendo y cantando. Pero, como instrumentista, me considero muy justito. Y en temas de sonido no tengo ni idea. Y, en esos dos aspectos, tener a Xavi y a Román es un verdadero lujo. Son dos intérpretes increíbles, y en esos asuntos de sonido me fío mil veces más de su gusto que del mío propio. Además, son muy buenos arreglistas. Y encima cantan muy bien. En fin, que no sé qué haría sin ellos. Mis discos son mucho mejores con ellos, sin duda.

Lo avanzabas antes: quien ya no está es Marcos Junquera. ¿Es algo definitivo?
Bueno, nunca se sabe. Es uno de mis mejores amigos, y llevo media vida tocando con él. Se me va a hacer raro salir de gira sin Marcos. Pero Luis es un batería increíble, ha hecho un trabajo muy bueno en el disco. Y nos llevamos muy bien también. Siempre ha estado en el aire lo de continuar Aleta, un proyecto que empezamos los hermanos Junquera [Fernando y Marcos], Xavi y yo. Igual ahí volvemos a tocar juntos.

¿Qué valoración haces de todo lo vivido con ese ambicioso “La catedral sumergida”: desde su gestación a su puesta en escena?
Como te comentaba, para mí es mi disco más especial. Quizás por eso me esperaba mayor repercusión y reconocimiento, aunque soy consciente de que es un trabajo bastante exigente. En cuanto al directo, la formación necesaria para llevarlo a cabo y la necesidad de tener un piano acústico en el escenario, ha dificultado mucho el encontrar espacios y presupuestos adecuados. No lo pudimos tocar tanto como hubiéramos querido, pero los lugares donde lo hicimos fueron espectaculares: afuera del Teatro Romano de Sagunt, en el claustro de una iglesia de Rocafort, en las cuevas de Sant Josep de la Vall d’Uixó, tres actuaciones increíbles en Portugal... Fueron conciertos muy bonitos y creo que la gente se llevó una experiencia única. Desde luego, nada habitual.

No deja de ser curioso que, en ese ejercicio de simplificación en que solemos caer, se hable de que, con “El desencanto”, retomas tu vena más pop. Quien no conozca tu música pensará que hablamos de tres acordes, dos estribillos pegadizos y poco más, cuando tu trayectoria representa mucho de barroquismo, melodías y arreglos trabajadísimos, infinidad de influencias sonoras de diversos lugares y épocas...
Sí, todo eso sigue presente en “El desencanto”. Pero también es verdad que musicalmente es quizás el disco más accesible y con estribillos más pegadizos de mi trayectoria. En ese sentido sí que se puede considerar el disco más pop.

En todos estos años has conseguido, a partir de algunos giros y recursos y, sobre todo, a partir del uso que le das a tu voz, crear un sonido propio, intransferible, hasta el punto de, sin ir más lejos, hacer tuyo uno de los temas más arriesgados de Camilo Sesto, “Amor, amar”. En tu caso, a la hora de crear esa marca de la casa, ¿se trata de un proceso consciente y cuidadoso, o tiene más de improvisado y natural?
No, para nada es consciente. De hecho, me alegro de que percibas así mi voz, con esa personalidad de la que hablas. En este disco me he dedicado especialmente a conseguir tomas de voz de las que sentirme orgulloso. En otros discos solía dejar pasar tomas que luego acaban martirizándome cuando reescucho las canciones. En este repetí frases, o incluso sílabas, de manera enfermiza. Llegó a ser un proceso bastante paranoico, fue todo un tema lo de conseguir naturalidad en la forma de cantar dentro de un proceso de autoexigencia tan tenso como ese. Pero me siento muy satisfecho con el resultado final. Creo que es mi disco mejor cantado.

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