Se me ocurren pocos libros en castellano en los que la cita bibliográfica a Mark Fisher, Peter Shapiro, Simon Reynolds, Grafton Tanner o Jon Savage no contraste con la endeblez (solidez, en este caso) del entramado argumental previo que el autor expone a lo largo de varios centenares de páginas. Se me ocurren aún menos escribas –más bien ninguno, por decirlo pronto– que sean capaces de elaborar un ensayo de tal calibre alrededor del trap, el reguetón y las músicas (mal llamadas) urbanas tras haber parido un retoño similar en torno al ruido a través de un viaje que nos llevaba de The Kinks a Merzbow, pasando por Throbbing Gristle o John Cage, por citar a algunos de los protagonistas: lo que fue “Un cortocircuito formidable” (Alpha Decay, 24), décimo mejor libro musical español del año pasado para esta publicación.
Cuenta este libro, eso sí, con un hándicap que el autor (sagaz él) no desvela hasta su última página: habla aquí de géneros que ya apenas existen en su versión pura (ahí está el extraordinario último trabajo de Bad Bunny, precisamente legitimado desde algunos prismas por eso), algo que evidencia su condición de lenguajes fácilmente combustibles en su propia brasa, detentores de un recorrido que ha perdido cierta lozanía desde la pandemia. Puede que el timing de este libro no sea el óptimo porque en realidad el trap y el reguetón ya no estén tan de moda y las guitarras hayan vuelto a rugir (sin exagerar, ojo) en manos de la chavalada de nuestro país, pero eso no resta contundencia a sus razonamientos, expuestos con un vigor que aúna estupendamente lo docto con lo didáctico, lo intelectual con lo divulgativo.
Oriol Rosell (Barcelona, 1972) da en el clavo, por ejemplo, cuando se pregunta por qué odiamos tanto el AutoTune –entiéndase el plural mayestático– pero al mismo tiempo simpatizamos con el añejo Vocoder, cuando en realidad no son tan distantes. He ahí la brecha, el sesgo generacional que casi todo lo impregna, y que él desentraña con un brillante recorrido histórico (quizá un poco largo si nos atenemos al título y a su propósito, aunque también es verdad que se lo puede permitir porque el volumen lo trasciende) por las semillas del reggae, del electro, del hip hop y del dancehall como antecedentes necesarios (con derivaciones que explican el rol clave jugado en Panamá con el primer reggae en español o el rap sureño y el crunk en Atlanta como preludios de las trap houses: dos canteras descentralizadas) y, sobre todo, con un exhaustivo análisis sociológico sobre cómo y por qué hemos llegado hasta aquí, con el cambio en los consumos culturales tras la revolución digital, la quiebra del estado del bienestar, la ausencia de alteridades culturales a las que asirse y –en general el más que sombrío porvenir que aguarda a la generación que ha hecho propios los lenguajes tan brillantemente descritos a lo largo de doscientas veintitrés páginas que remata con una ilustrativa playlist. Una veta aún más ambiciosa podría haberse abierto en paralelo a la inquietante deriva demoscópica causada por el abierto rechazo a lo woke y la pujanza de la ultra derecha entre amplios sectores de la juventud: el autor lo apunta en un pie de página sin explayarse, y es que hay jardines tan delicados que cuesta atravesar sin mancharse de barro o pincharse con espinas, al margen de que establecer relaciones de causa–efecto entre ambos factores es peligroso por lo que tiene de simplificación. Ahí habría materia para otra osada tesis.
Siempre habrá quien no se quiera acercar a un libro con este título ni con un palo: a ellos les diría (al resto no hace falta) que estamos ante un ensayo imprescindible (y eso que los libros de Pablito Wilson o Ernesto Castro ponían un listón alto: me da que solo han hecho que este sea mejor) y ante uno de los libros musicales del año en castellano.

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