El nuevo álbum de Peter Silberman, el primero en cuatro años, viene a recordarnos que, al igual que los raveros antisistema de ‘Sirat’, nadie está al margen ni a salvo de los problemas del mundo. Que todos bailamos sobre un campo de minas a punto de estallar. Una nueva advertencia que, como todas, caerá en saco roto. Y es que la humanidad está resultando ser como ese coche que se desprende de su freno de mano y rueda sin remedio hacia el abismo. Pero no pasa nada. Mientras eso sucede, nos flagelaremos con deleite con discos como este. Pequeñas y delicadas llamadas de atención que resuenan como ese Pepito Grillo cabrón sobre nuestras consciencias. Y lo hacen, además, a base de tonadas tenues y delicadas en busca de una conmoción que no acaba de pasar. Estamos tan inmunes como idiotizados.
No sé vosotros, pero yo empiezo estar un poco harto de tanta broma. Estoy harto de creadores que desde una postura eminentemente cool se dedican a sermonear cobijándose en un tramposo envoltorio basado en la melodía más vaporosa, tenue y etérea. Una delicadez que busca conmover, pero acaba por rozar el aburrimiento. Y es que, lo que ha hecho Peter Silberman y sus The Antlers en este disco, palidece hasta la nada si lo comparamos con obras maestras como el “Transatlanticism” de Death Ab For Cutie, el “O” de Damine Rice o el “Good Morning Spider” de Sparklehorse. Por eso, y porque estas joyas fueron creadas hace más de dos décadas, estoy por no perder más el tiempo.
Si quiero conmoverme hasta decir basta me pincho trabajos que me lleguen hasta el tuétano, pero no me conformo con discos que, como este, no me erizan el vello. Canciones que resuenan impostadas por tener unas ínfulas que no se corresponden con lo que ofrecen. Por eso y porque en el fondo son muy facilonas. Solo hay que ponerse en modo creador atormentado en busca de la belleza más frágil para plañir consignas apocalípticas de medio pelo.
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.