Yawn
Discos / Bill Ryder-Jones

Yawn

7 / 10
Raúl Julián — 15-11-2018
Empresa — Domino
Género — Pop

Parece que la tasación de Bill Ryder-Jones como compositor de canciones con sentimiento y calado emocional, todavía no resulta comúnmente destacada ni aceptada. Una evaluación que deja la sensación de que, a fecha de hoy, el autor bien podría estar algo menospreciado con respecto a su valía efectiva. Y es que el de Warrington cuenta en su haber con discos tan valiosos como fueron en su momento “A Bad Wind Blows In My Heart” (Domino, 13) o “West Kirby County Primary” (Domino, 15), con los que probó sobradamente su buen gusto a la hora de completar trabajos de cierta trascendencia.

Por el camino, el músico también ha venido ofreciendo su serie de EP’s “Home Recordings”, en los que versionaba temas de otros artistas desde el sótano de su casa, logrando relecturas ampliamente sugestivas de las mismas. Todo, además, con un estilo tan interiorizado que ha terminado por convertirse en inconfundible, gracias en buena medida a esa interpretación vocal a medio camino entre el susurro y la insinuación arrastrada. Unas peculiaridades a las que añadir la manera con la que trabaja la guitarra, alejada del virtuosismo explícito pero sin duda particular. En estas nos encontramos cuando, el que fuese guitarrista principal de The Coral (abandonó la formación en 2008 para centrarse en su carrera en solitario), publica su cuarto álbum de estudio. Un nuevo compendio de indie-folk en forma de decálogo, con jugosa carencia por el dream-pop y el shoegaze en el que el británico realza esa coalición formada por voz y guitarra, además de unas distorsiones siempre colocadas con sentido y precisión. Unas preferencias a las que añadir remates elegantes, meditados, y alejados diametralmente de cualquier tipo de ostentosidad.

Para probar los elogios quedan piezas inspiradas como “Time Will Be The Only Saviour”, la desgarradora “Recover”, “And Then There's You”, el sencillo “Mither”, “Don't Be Scared, I Love You” o “John”. “Yawn” (Domino, 18) es uno de esos trabajos para degustar con calma (sus más de cincuenta minutos de duración reniegan del consumo rápido), preferentemente en uno de estos días invernales en los que la niebla o la lluvia asoman al otro lado de la ventana. La banda sonora adecuada para una jornada grisácea y fría, ya que su contenido es capaz de hacer de la nostalgia una virtud cálida y acogedora.

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