Rock’n’Roll en el Museo
Conciertos / Unidad Alavesa

Rock’n’Roll en el Museo

8 / 10
Holden Fiasco — 19-03-2024
Fecha — 15 marzo, 2024
Fotografía — Holden Fiasco

Son casi las doce cuando, por fin, se abren las puertas del Itsasmuseum y la gente va entrando, con paciencia y sin ansias, en el auditorio. Jolgorio hay. Ya se fue creando antes, en una terraza abarrotada donde corría la cerveza fresca y el kalimotxo con hielos. Se fue echando encima la noche, con el reflejo de la grúa Carola desfigurándose sobre el agua turbia del dique y un resplandor con sintonía de feria ambulante que llegaba desde el otro lado de la ría, donde se veía el recinto de fiestas de Deusto como una especie de Coney Island transportable. Dentro, un montón de gente lozana ya ha empezado a bailar, como calentando, mientras cantan el “Arratsalde honetan” de Sorotan Bele. La ocasión es la siguiente: bolo de Unidad Alavesa y Odolkiak Ordainetan en la Nave 9, pero, en esta ocasión, dentro, en el auditorio. Como me imagino que iba a contar luego pero mejor lo digo ya y me lo quito, la sala se peta, la gente disfruta, las canciones se levantan a pulso con los coros de la peña, y salimos de allí pasadas las dos y media de la madrugada, más o menos, que tampoco miré el reloj.

Los primeros en salir son Odolkiak Ordainetan. En un momento del concierto, lo dirán ellos mismos: que tocan poco. Se ve que muchas les tenían ganas. La gente que tengo alrededor se sabe las canciones. Las vociferan bien alto; en algunas ocasiones, con los puños apretados y apuntando hacia el techo. No alcanzo a ver la primera fila, aunque, por cómo se me pegarán luego los pies al suelo, entiendo que hubo refriega y ezpata-dantza. Con contrabajo y canciones que rebuscan en el baúl del rock and roll, la banda se mueve entre la americana, el folk rock y el psychobilly, con unas gotas de punk, y, sobre todo, buenas melodías que apetece corear. No me prodigo con esto, pero si quieres algunas referencias, te diría que de The Living End a Dead Bronco, pasando por The Cramps, The Meteors y, sobre todo, Social Distortion. Algo así, más o menos, pero siempre con un toque singular y propio que les hace distintos y particulares.

Arrancan con vocación trilingüe y mucha caña. Creo que la primera es “Damiens”, en euskera; y la segunda “Crazy”, en castellano, mucho más alocada y efervescente que en su primer disco, para el que la grabaron, creo. La tercera me imagino que es “Lonesome Sweet Boy”. Llevan tres y llevan ya tres idiomas. El nivel de agitación va subiendo con buen pulso. La cocción comienza con “Miserable” o “Zer egin?” y la ebullición rompe con una “Izendaezina” que cautiva con ese ritmo tentador. “Odolkiak Ordainetan”, a mi vera, se berrea casi más alto que desde el escenario, igual que pasará luego con “Sarraskia”, aquella que estaba, si no me confundo, en el split que sacaron con Screamers & Sinners. Luego sube Txubi – creo que dicen Txubi, si no es así y me equivoco, me disculpo ya – quien, al parecer, cumple años y es amigo de la banda. Txubi ayuda a arrancar “Udaberririk ez” y luego se baja.

Parece que no lo es porque hemos estado todo el rato a un mismo nivel, pero se acerca el final y se aviva el nervio. Primero, con “Askatasun ipuinak”, donde es el propio público el que se agacha para saltar luego, sin que le dé tiempo a la banda a pedirlo. Seguido, llega el colofón final con tributo al rock and roll de siempre que, en realidad, es una celebración de la actitud oportuna para encarar la vida sin permitir que te siga golpeando: “Hor Konpon”. Pon si quieres el punto final aquí mismo, pero yo tengo que terminar anudando bien el hilo del dobladillo y por eso te digo ahora que sonaron eficaces y convincentes, mezclando pasado y presente, trayéndose el rock and roll a su terreno y haciendo del género algo fresco y atractivo. Todo un acierto.

Unidad Alavesa llega con su Motoki Tour 2024, que no creo que sea un guiño al Motomami World Tour 2022 de Rosalía, o quizás sí, por qué no. Salen, parece, con tantas ganas de empezar que al auditorio aún le falta para volverse a ver repleto como la panza de los personajes de Rabelais. Haritz Artola explica que vienen a presentar disco, así que van a tocar muchas del último, para lo bueno y para lo malo, creo que dice a modo de coletilla. Y así será, porque, si no me confundo, del Motoki, zakurreki, egurreki, cantan todas menos una.

Arrancan, eso sí, con material añejo. Primero, con más templanza en “Gure Jerusalem galdua” y luego con arrebato en una “Arima zartuta” que también quiebra la nuestra, pero con promesa. Si los Odolkiak Ordainetan ya habían demostrado en un suspiro capacidad políglota, estos, que también combinarán castellano y euskera, lo que demuestran en dos canciones es otra cosa: que tienen a la izquierda del escenario a un plusmarquista de decatlón musical, porque llevan dos y Eneko Dorronsoro ya le ha puesto sustento al repertorio con el saxo y la guitarra. Luego sacará también la trikitixa y hará coros, y no toca más instrumentos porque no procede, me imagino, porque tiene pinta de que, si quiere, te hace una partitura a base de golpearte los cachetes.

De aquí en adelante, un repertorio largo y equilibrado, donde pasan, sin esfuerzo, de lo flemático a lo exaltado, recorriéndose toda su discografía, pero con especial querencia por la última, como ya anunciaron. Haritz Artola, a veces, parece que absorbe el auditorio con un vozarrón que retumba y ahonda en los misterios insondables, que no sé lo que significa, pero sí que quería ser exagerado. Los solos de Gurutz Bikuña que pespuntan y el sustrato rítmico que siembran Unai Munduate e Iker Artza contribuyen a que funcione esa argamasa entre folk y rock donde destacan las letras inspiradas, esa forma perspicaz de mirar y ver, alejada del acatamiento y la uniformidad. Lo mejor: que hacen canciones. Buenas canciones con mejores melodías, llenas de pliegues y matices, pero con estribillos que invitan al orfeón y el brindis. Eso hace que la experiencia sea aún más extraordinaria.

Van a por “Mesias berri bat” y se oyen coros entre el público. En este comienzo, también cae “Tranquilo en mi kibutz”. Se acercan a la poesía de mediados del siglo pasado con “Paris Beuret (Bulego Sucks)”. Da pie a comentar el bilbainismo más tópico a través de sus alcaldes y de la saga de los Guerrero, para terminar la canción con un lacónico: “Mirande, el fascista”. Luego viene “Mares del norte” y la trikitixa se apodera de la emoción. Arrancan con “Postmodernismoaren aurka” y vienen luego “Bi mundu batean” y una “Entre De Prada y Stoichkov” que da para volver a hablar de Bilbao. Cuando la acaban, y presentando la siguiente, el cantante se explaya con cierta prensa y cierto partido político, lo que nos recuerda a cuando Iñaki Urbizu “Pela” se pone al frente de los Víctimas Club y no es gratuita la afirmación, que, si no me confundo, Unidad Alavesa ya hablaba de su larga sombra en “Pelaren itzala”, que no cantan. También, mientras les escucho, me acuerdo de cómo escribe Ricardo Gómez, pero no me preguntes por qué que ya me he perdido bastante y vuelvo al hilo: ha cogido Dorronsoro la guitarra y atacan “Jainkoa lagun”, “Hauts eta ke” y una “Cansado y derrotado” que no puedo evitar que me sorprenda por la contundencia con la que la canta tanta gente joven… o más joven que yo.

Llega un momento clave, o yo lo entiendo así, con “El bastardo alumbravidas” y una “Mathematikoon biltzarra (Bingen, Andoni, Gabirel)” que suena con esa vitalidad apocada pero resistente que tan bien invocaban The Pogues. Y, entre estas dos, la hipnótica “Morir en Argentina” se presenta con coña a la filosofía del Athletic y el filón que no explotan en la pampa: “Ezquerro ez da sartzen”. La acaban con un solo tanguero que alguno trata de bailar sin mucho éxito al fondo del bar. Vuelven atrás con “Zegama” o una “Oh Cryer” donde Eneko Dorronsoro se permite, sin terminarla, dejar un instrumento, echarle un vistazo al repertorio imprimido, y coger el que necesita para tocar la próxima.

La próxima es “PSOE” y Artola empieza a despedirse, pero no termina porque vuelve a decir adiós cuando enfilan una “Fede berri baten bila” que se entona casi como un himno, y aún queda más, de nuevo despedidas y esta vez parecen definitivas, dan las gracias y saludan a Odolkiak Ordainetan, antes de apretar el clímax con un regreso certero a su primer disco. “Su eman” sirve para que algunos se desgañiten y otros brinquen.

Buen final, diría, por la música y por la lectura simbólica. La despedida se alarga durante tres canciones, como cuando no quieres que el día termine y te separes de quién sea, que cierren el bar o acabe la madrugada, para volver a la querida oficina de Beuret, o a las plataformas de alquiler de vídeo, la mensajería instantánea y las escaleras metálicas del centro comercial. Pero había que despedirse porque eran casi las tres de la mañana. Me llevé para casa, eso sí, una convicción que no creía, sinceramente, que me iba a encontrar allí: en estos tiempos de augurios apocalípticos sobre el final de la música en directo, fue un placer inmenso ver cómo la gente aún se enerva con el rock and roll. Y, además, en todo su esplendor mutante y entreverado, desde la raíz hasta lo cismático, resbaladizo a las definiciones y etiquetas, que es como más mola, en mi humilde opinión. Opinión que no le importa a nadie, lo sé, pero por eso mismo termino así.

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