Mark Lanegan, la rebeldía del crooner
Conciertos / Mark Lanegan

Mark Lanegan, la rebeldía del crooner

8 / 10
Yeray S. Iborra — 25-11-2013
Empresa — Festival del Mil·lenni
Sala — Músiques en Paral.lel (Antiga sala Barts), Barcelona
Fotografía — Joe Mabel

“Hola Sr. Lanegan, he escuchado sus discos con Screaming Trees hasta la saciedad, crecí con melena descuidada y para padecimiento de mi madre, deseaba llevar su vida”, dichosa correspondencia, sin remitente ni dirección, que bien podría haber escrito hace unos años. Y sé que muchos de vosotros la secundarías también: no por lo de mi madre, yo era un poco flipado, tampoco incluyo los que vivieras los 90 en la trentena -el grunge fue un movimiento de polaridad adolescente-.

El hecho es que Barts fue testigo de cómo, pudiendo estar en un hoyo a los 27 o arruinado y en la calle en la cuarentena, Mark Lanegan ha seguido su evolución convirtiéndose en un auténtico crooner. Y eso choca.

Nunca sabremos qué tanto por ciento de vicio y que otro de convicción ha oscurecido esa voz hasta asimilarla con un Tom Waits, mucho tabaco y gárgaras mañaneras con whisky hacen falta para tener esa carraspera. El caso es que Lanegan controla, moldea y extiende su halo con solvencia. Ahora su máximo recurso son sus cuerdas vocales y su pose, mezcla entre un Stuart A. Staples y un psicólogo de Manhattan. Saca pecho como un gallo en cada alarde, pues no falla ni una nota e interpreta todo lo que canta. Y es que el americano lo trae todo dispuesto para pensar lo justo en algo que no sea él y su respiración.

Mientras la sección de cuerdas y viento recrea paisajes cavernosos -“Hacia rutas salvajes”, pienso-, un bajo profundo y metálico nos recuerda que revisitaremos Estados Unidos de este a oeste. Y, claro, capítulo aparte para los aportes a las seis cuerdas de Duke Garwood –abrió el bolo a pelo con guitarra, cercano a Jeff Buckley-: magistral “Halo Of Ashes” para acabar, con Lanegan sentado y mirando al tendido.

El concierto se movió en la tensión y el silencio. Parco en palabras, sólo las felicitaciones del público por su cumpleaños –curiosa efeméride- llevaron a Lanegan a romper el muro: “Ain’t nobody’s birthday”, se dijo hacia adentro. El cantante cumplió las previsiones y revisó a partes iguales “Black Pudding” e “Imitations” –con espacio para los covers de Sinatra, Sedaka, etc-. Sin prácticamente percusión, a excepción de “Mescalito”, el show transcurrió por aguas tranquilas, en un mismo pantone.

La paleta de matices se amplió gracias a las incursiones de la guitarra por las capas (folk, blues o rock), alcanzando su máximo esplendor con “Solitaire” y “Satellite of Love” (Lou Reed), especialmente ovacionada.

Ay, sí. La americana ya no deja ver los tatuajes y ahora Lanegan va afeitado. Montura de pasta e incluso el dobladillo hecho. Cuesta ver a un ex-grunge en esta tesitura. Pero miren, pese a los trapos, el bolo no careció de violencia y látigo, pues Lanegan es la demostración de cómo el hábito no hace al monje.

La furia, se lleva dentro -digo yo-. No sólo de vaqueros rotos vive el hombre y ahora la rebeldía le sale por otro lado. Simple, por la voz.

2 comentarios
  1. Probablemente el mejor concierto de Lanegan que he visto y han sido unos pocos. Por cierto, ¿alguien podría decirme quién era el primer telonero?

  2. Si era el mismo que en Avilés, su nombre es Fred Lyenn. A mi me pareció impresionante su actuación.

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