Un caramelo contra la angustia
ConciertosBillie Eilish

Un caramelo contra la angustia

9 / 10
Montse Galeano — 16-06-2025
Empresa — Live Nation España S.A.U.
Fecha — 14 junio, 2025
Sala — Palau Sant Jordi, Barcelona
Fotografía — Henry Hwu (Cedidas por la organización)

“Hacía mucho que no venía por aquí”, dice Billie Eilish ante las más de 17.000 personas reunidas por segunda noche consecutiva en el Palau Sant Jordi. Quizás algunas estuvieron también en su primera visita, donde seis años atrás nos abrió las puertas de ese universo interior de inspiración gótica y melodías quebradas. Aún faltaban dos semanas para que su primer álbum "When We All Fall Asleep, Where Do We Go?" saliera a la luz, pero ya entonces irradiaba el aura de quien está destinada a convertirse en la voz de una generación: una generación que busca hablar sin filtros sobre sus miedos, angustias, y esa sensación de no pertenecer. Una generación que, como todas sus predecesoras, necesitaba un ídolo adolescente.

Pero Billie Eilish ya no es (solo) esa eterna adolescente torturada que se mueve entre sombras. Esta noche despliega todas sus facetas: la más pop, la más oscura, la más explosiva y también la más festiva. Todas conviven sobre un escenario diseñado para multiplicarla. En el centro del Sant Jordi se alza un gran cubo, como un altar futurista, del que emerge Billie mientras suena “CHIHIRO”. A su alrededor, dos fosos cuadrados albergan a los músicos —guardianes de este templo sonoro— y, desde lo alto, pantallas imponentes generan una atmósfera cinematográfica que nos envuelve toda la noche. La puesta de largo de "Hit Me Hard and Soft" no podía ser menos.Corre, salta, recorre cada rincón del escenario y baja junto a los músicos, cámara en mano, grabándolos en modo selfie, dándoles el protagonismo que merecen e invitándonos a entrar en su universo particular. A veces aparece suspendida del techo; otras, tumbada en el suelo, loopeando “When the Party’s Over” hasta silenciar por completo al Palau. Ese contraste constante —el hard and soft que da título al disco— lo encarna con total naturalidad.

Nos regala momentos íntimos, como un medley al piano (“Lovely”, “Blue” y “Ocean Eyes”), que enlaza pasado y presente para recordarnos que esa sensibilidad sigue intacta, aunque los aforos se hayan multiplicado. También en “Your Power”, con Billie a la guitarra acústica, reflexionando sobre los tiempos extraños que vivimos y mencionando a su familia, especialmente a su padre, en un guiño al Día del Padre en EE. UU. Porque lograr que todo un recinto contenga el aliento es tan poderoso como hacerlo bailar. Y Billie sabe perfectamente cuándo toca una cosa y cuándo la otra.

Porque la delicadeza no está reñida con ser una máquina de hits pop. “Bad Guy” sigue sonqando tan fresca como el primer día y de la misma manera es capaz de llevarnos a una rave improvisada, bañada en láseres verde brat, antes de lanzarse con “Guess”, su colaboración con Charli XCX, desde el pequeño escenario al fondo de la sala.

No es de largos discursos. Más bien contenida que expansiva —quizás por el ritmo de una de sus giras más intensas, o simplemente porque es una artista que no necesita adornos—, Billie mantiene al público atento a cada gesto: ¿una media sonrisa? Se grita. ¿Desenrosca una botella de agua? Se grita otra vez. Una adoración que se convierte en clamor: “¡Y reina! ¡Y reina! ¡Guapa, guapa, guapa y guapa!”. Pura iconografía pop patria ante la que Billie (explícale tú a una chica de Los Ángeles quién es la Virgen de los Dolores del Cerro) responde con un “no sé qué decís, pero os quiero un montón”. Los piropos inesperados son lenguaje universal, y Billie Eilish, como buena estrella, sabe manejar la euforia colectiva con la mezcla justa de naturalidad y afecto. El público, claro, se derrite.

El clímax llega con las versiones más opuestas —y complementarias— de su identidad: la musa etérea en “What Was I Made For?”, la rockstar en “Happier Than Ever” capaz de incendiar el Palau Sant Jordi a golpe de cañonazo, guitarra eléctrica en mano y tormentas visuales. Como broche, “Birds of a Feather”, uno de sus himnos más luminosos, rompe con la idea de que la sensibilidad nace únicamente de la angustia: es un caramelo contra ella, un canto a la conexión y la comprensión en la mirada del otro. La luz —literal y figurada— inunda el Palau mientras el confeti blanco cae como una postal perfecta.

Hay muchas Billies y todas se subieron anoche al escenario. Hace tiempo que dejó de ser una joven promesa que se movía entre sombras, pero sigue encontrando belleza y verdad dentro de ellas. Y eso, en estos tiempos, no es poco.

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