“Torpedo 1936” ha sido uno de los mayores éxitos del cómic español de todos los tiempos. Miles de lectores, repartidos por distintas partes del mundo, han tenido la oportunidad, desde su nacimiento en 1983, de seguir las andanzas de Luca Torelli, alias Torpedo (al parecer, el término con el que se designaba, en los bajos fondos neoyorquinos, a los asesinos a sueldo). Como todos los fanáticos del personaje sabemos, su primer dibujante fue nada menos que Alex Toth, uno de los más grandes del noveno arte; pero el que se encargó de representar visualmente sus muy particulares hazañas durante la mayor parte de su trayectoria editorial, fue Jordi Bernet, al que podemos hacer responsable, al cincuenta por ciento, de que se convirtiera en un mito. El exquisito trazo en blanco y negro del creador de “Clara de noche” se volvió inseparable del personaje.
La otra mitad del mérito, por supuesto, corresponde a los guiones de Enrique Sánchez Abulí. Torelli nunca ha pretendido pasar por un héroe, ni siquiera por un antihéroe; es un canalla al cien por cien, un tipo despiadado y violentísimo que se mueve en un mundo habitado por individuos de igual o peor catadura. Un universo en el que los tópicos de la novela negra en su versión hardboiled –la creada por Dashiell Hammett y Raymond Chandler– son llevados a un extremo paródico: femmes fatales, policías corruptos, políticos sin escrúpulos, contrabandistas, gangsters, y un largo etcétera. El Torpedo de Sánchez Abulí es un mal bicho, pero nunca engaña a nadie. Permanece siempre fiel a sí mismo, y no se atiene a ninguna norma más allá de su muy particular código de conducta.
Durante todos estos años, las historias de Torpedo (casi siempre acompañado por su compinche y “escudero”, Rascal) han mantenido unas cuantas reglas básicas. Suelen ser bastante breves, no suelen sobrepasar las diez páginas, de modo que su combinación de brutalidad nihilista y humor negrísimo resulta aún más impactante. Se trata de relatos crueles, tensos y, casi siempre, extremadamente divertidos. En 2017 se inició una nueva etapa con “Torpedo 1972”. En esta ocasión, Sánchez Abulí no contaba con Bernet como ilustrador, pero el recambio era de altura: el gran dibujante Eduardo Risso (“100 balas”, “Chicanos”). Juntos nos presentaban a un Torelli avejentado, “crepuscular”, pero tan cínico y peligroso como en su juventud, en los años de la Prohibición.
En este nuevo volumen, “Un hombre llamado capullo”, continuamos esta etapa con otro dibujante argentino, Leandro Fernández, a los lápices. Esta vez en una historia que se prolonga durante la extensión media de un álbum europeo y que recuerda en su argumento –el frustrado asalto a una partida de cartas de tipos adinerados– a la estupenda película neo-noir “Mátalos suavemente” (12) de Andrew Dominik, inspirada a su vez en una novela de George V. Higgins.
No obstante, el aumento de páginas no le sienta del todo bien, y la trama parece algo deslavazada y carente de chispa. Para nuestra fortuna, Torelli sigue sin tener la menor noción de lo que es la “corrección política” y sus apostillas son tan escépticas y salvajes como recordábamos. Aunque se quede lejos, tanto a nivel gráfico como de escritura de las mejores aventuras de Torpedo, es un buen entretenimiento. Y los que llevamos décadas leyéndolo, no nos vamos a quejar por conocer más andanzas de este viejo malhechor.
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