Queridos Difuntos
Comics / Lorenzo Montatore

Queridos Difuntos

8 / 10
José de Montfort — 14-11-2020
Empresa — Sapristi
Fotografía — Archivo

Para comprender lo que no es “Queridos difuntos”, de Lorenzo Montatore, podemos pensar en otro título con el que coincide en las librerías: “El marqués de la ballena” (Nuevo Nueve, 20), de François Place. Esta sí una tragicomedia en seis actos formalmente teatral, con diálogos acotados e ilustraciones que acompañan la narración dramática, y de estilo surrealista. También hemos de pensar en muchos otros cómics en los que la idea de la tragicomedia deviene no tanto del marco estilístico como del tratamiento de los temas, pero no formalmente sino en su yuxtaposición. Así, por poner un ejemplo reciente, la tragicomedia sería en “La gente honrada” (Norma, 19), de Jean-Pierre Gibrat& Christian Durieux, una mezcla de la risa y el llanto. No obstante, la narración se guía por un marco realista y con un encuadre temporal evolutivo.

Por su parte, Montatore lo que hace es recontextualizar y ensanchar el significado de la tragicomedia (formal) en su acepción clásica, en tanto que comedia humanística (en la que el diálogo prima sobre la trama). Mantiene la estructura de los actos y la presencia del coro, pero con funciones y materiales distintos. Esto es, la narración no se realiza formalmente de manera diálogica (en el sentido de que no hay acotaciones, pero sí se mantiene la importancia del diálogo), incluso se compone de viñetas sin textos. De otro lado, incluye también un prólogo (que no precede a la entrada del coro, sino que está integrado en el acto 1) y la función del coro no es de carácter moralizante ni didáctico, aunque sí mantiene al carácter ritualista, de elemento de transición.

Asimismo, se ocupa el coro no de introducir los elementos cómicos, sino de anunciar el relato del acto siguiente, igual que en las novelas clásicas se anunciaba al comienzo el contenido de cada capítulo (el coro no dialoga con los personajes, pero los personajes sí que son conscientes de la presencia del coro). A este respecto, vale la pena también mencionar el guiño quijotesco de su pareja protagonista, claro homenaje a la más tragicómica de las novelas de la tradición española, El Quijote.

Antes de entrar en la trama, quiero destacar que “Queridos difuntos” se abre con una cita de Alejandro Casona, uno de los renovadores del teatro español del s. XX y del que Montatore rescata su mezcla de lo real y lo fantástico, así como su componente social y un cierto tono poético (la idea de la muerte como burocracia). La subversión aquí, de vanguardia del siglo XXI, si se quiere, es precisamente lo que se le adhiere a esa forma clásica tragicómica, con lo que se le adereza, y que es la estética de los videojuegos de 8 bits y las dos dimensiones en el dibujo. Este anacronismo, por decirlo en palabras de Carlos Pardo, “es una subversión de la linealidad”.

Pero vayamos con la historia. El punto de partida, de naturaleza metafísica, aunque sencillo en su formulación, encierra una brutal potencia narrativa: la Muerte tiene una crisis existencial. Quiere liberarse de su destino trágico (la inmortalidad) y volver a ser cuerpo viviente (aunque sea por un solo día). Así, la trama comienza a echar el vuelo cuando la Muerte, junto a su inseparable compañero, un demonio metamórfico aficionado al anís, se dan a su “experimento”. Se trata, a partir de aquí, de asistir al entendimiento de la naturaleza humana: el dolor, la tristeza, la pena, la melancolía, la memoria, la alegría, la duda, etcétera. La Muerte y su inseparable demonio irán encontrándose en su visita a un pueblo innombrado de la meseta castellana con toda una serie de personajes que les servirán para ir desbrozando la esencia de lo humano, en una suerte de análisis empírico de la realidad.

Tal como sugiere Gerardo Vilches en el prólogo, muchas de las imágenes de “Queridos difuntos” permiten una interpretación simbólica, pues presentan reflexiones visuales adaptadas a la estructura del microrrelato. Una semántica autoconsciente que sirve para evidenciar “estados de ánimos más que emplazamientos”. No obstante, se ha de señalar, que la probabilidad de lo abstracto aquí se matiza con un gusto por el habla popular, un cierto folclorismo pop que encuentra en las canciones que pueblan todo el cómic su mayor aliado para que sintamos “Queridos difuntos” como algo afectivamente cercano, inmediato y, con todo, muy reconocible. Por resumir: un cómic extraordinario.

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