Para ser escritor no hace falta saber escribir. Con esa premisa todo es más fácil en la vida. Y quizá no le falte algo de razón. Una idea que es la que sobrevuela el segundo volumen de los que Van Sciever está dedicando a su personaje fetiche y de cuyo primer volumen ya dimos buena cuenta en esta sección. Los parámetros, evidentemente, no han variado. Volvemos a encontrarnos con historias cortas –no olvidemos que su autor si en algo ha destacado ha sido en ese género– que funcionan prácticamente de manera independiente, y que nos hablan de un personaje al que, si en la primera reseña reconocía que es difícil pillarle el punto e identificarse con él, en esta segunda sí que empieza a despertar en el lector una cierta sensación de cariño. Él sigue siendo un paria. Un crápula. Carece de escrúpulos. Envidioso. Es sucio. Y, por supuesto, siempre está borracho. Pero al final le coges el gusto a sus historias, casi siempre con un final vergonzoso para la mayoría de nosotros.
Yo no querría ser Fante Bukowski. Ni usted. Ni el de más allá. Pero pasar ratos con él, conociendo sus aventuras de manera a veces telegráfica nos hace pasar buenos momentos. Y eso ha conseguido que, si bien tras leer el primer volumen tuviera suficiente y me pareció que el personaje ya había dado todo lo que podía dar de sí, ahora estoy deseando cazar un hipotético tercer volumen y volver a echarme unas risas. Con una cerveza en el reposabrazos del sofá, por supuesto.
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