El juego de las golondrinas
Comics / Zeina Abirached

El juego de las golondrinas

8 / 10
Laura Madrona — 19-09-2022
Empresa — Salamandra Graphic

“El juego de las golondrinas” es un claro ejemplo de por qué un libro –en este caso una novela gráfica– no debe ser juzgado por sus tapas. Si así lo hiciéramos, correríamos el riesgo de pensar, equivocadamente, que nos encontramos ante otra “Persépolis”. Pero esta es una obra que habla con voz propia, sin necesidad de comparaciones, que muchas veces pueden ser odiosas y empañar las sobradas virtudes que podemos encontrar en sus páginas.

Una noche. Una noche en el Beirut de 1984. Eso es lo que vamos a vivir junto al desfile de personajes que se congregarán en la entrada del piso de la niña que narra esta historia y su hermano. Sus padres no han podido volver a casa por uno de los habituales bombardeos que asedian la ciudad, pero no están solos: sus vecinos harán acto de presencia, uno tras otro, y les harán compañía hasta su regreso. A través de los ojos infantiles de la narradora, conoceremos sus historias. Personajes variopintos, de distintas condiciones, unidos en la guerra, una guerra civil que duró quince años, aunque aquí sólo veamos una de sus muchas noches. Y quizás esa es una de las tragedias que mejor nos cuenta este cómic: lo rutinario, lo normal, lo cotidiano para todas esas personas son los bombardeos, las barricadas, los toques de queda, las reuniones en la única estancia del edificio que quedaría en pie de caerles encima una bomba. La guerra es la rutina y la vida es capaz de desarrollarse en habitaciones cada vez más pequeñas. Abirached consigue transmitir ese forzado enclaustramiento gracias al contraste que se establece entre las primeras páginas, compuestas por viñetas que nos muestras las calles vacías de gente, y las últimas, donde la salita acaba repleta de vecinos que esperan y esperan. También lo consigue atrapando a los personajes en páginas donde las viñetas son prácticamente idénticas y sólo varían unas de otras por una mirada o un gesto. Porque la guerra parece capaz también de detener el tiempo.

En contraposición a las cuadrículas que separan y confinan a las personas en pequeñas habitaciones, Abirached dibuja a sus personajes con una riqueza de formas que recuerdan a las figuras de los tapices árabes (como el que decora la estancia en la novela), desarrollando un estilo naíf y amable de líneas suaves y redondeadas que contrasta con la barbarie del exterior. Al final resulta terrible, pero esperanzador, observar cómo la vida continúa incluso en las circunstancias más atroces, cómo, a pesar de los bombardeos y los francotiradores, queda aún espacio para canciones infantiles y para recitar Cyrano de Bergerac. A eso contribuye el hecho de que la autora nos convierta en observadores de este relato coral a través de la mirada inocente de una niña.

Salamandra amplía además la edición de 2007 con un anexo en el que Abirached explica el origen del título del libro. Material extra que nos muestra el poder de las palabras y que consigue poner un emocionante broche final a esta historia sencilla y profundamente humana.

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