El final de todos los agostos
Comics / Alfonso Casas

El final de todos los agostos

7 / 10
Joan S. Luna — 04-10-2017
Empresa — Lunwerg

Da igual si los lectores conocían ya la trayectoria de Alfonso Casas, si le habían descubierto como dibujante de “Marica tú” (con Julián Almazán, 2010), por su “Amores minúsculos” (2015) o por esas ilustraciones con mensaje que ha ido soltando en álbumes, en periódicos o en Internet. Y digo que tanto da, porque cada una de las piezas que componen su carrera no hacen más que sumar pasos y elementos que le están ayudando a crear una obra global, con sentido propio y emocionalmente personal. En ocasiones se muestra más autobiográfico, en otras acude a personajes melancólicos que funcionan sobradamente a la hora de transmitir sentimientos humanos y muy reales, pero uno siempre imagina que el verdadero protagonista de cada historia es el propio autor. “El final de todos los agostos” no es una excepción, algo que no hace sino confirmar esa sencilla nota al final del cómic: “Este libro se imprimió veinte años después del final de todos los agostos”.

El dibujo de Casas vuelve a ser tan risueño como de costumbre, con sus rasgos ya característicos, pero esta vez el colorido tenue de algunas páginas, el blanco y negro sutil de otras y el tamaño de las viñetas suman a la hora de convertir a “El final de todos los agostos” en una obra que se lee muy bien y se disfruta con suma facilidad. Casas consigue, sin acudir a demasiados lugares comunes,  momentos emotivamente preciosos en esta historia de retorno al pasado, de dudas, de silencios y malententidos, de vidas que pudieron ser y que nunca fueron, de miedos jamás enfrentados. Su protagonista vuelve al pueblo en el vivió de esos primeros amores que nunca se olvidan, que quedaron suspendidos en el tiempo y clavados en algún pequeño gran lugar del corazón. Y la verdad es que tan tiernas son las partes de la acción que se desarrollan en los años de infancia como las que se emplazan en la actualidad, lo cual resulta ser un logro. Sumemos a eso que la obra gana con la edición de Lunwerg, por tamaño, por el papel empleado y por esas páginas que emulan fotografías de ayer enfrentadas a los momentos de hoy.

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