Héroes: Silencio y rock & roll
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Héroes: Silencio y rock & roll

8 / 10
Toni Castarnado — 26-04-2021
Empresa — Netflix
Fotografía — Archivo

Juan Valdivia siempre soñó que un día tocaría la guitarra por una pasarela, como The Rolling Stones. Llegó a conseguirlo con Héroes del Silencio, aunque posteriormente el sueño se truncó por una patología en una mano y porque entre los miembros del grupo ya no se entendían. Sobre todo él y Enrique Bunbury. Ha pasado en infinidad de ocasiones –y seguirá ocurriendo–. Los egos, los deseos, la presión o el éxito cambian las relaciones humanas y chocan como trenes de mercancías. Llega un momento en el que las ambiciones o la creatividad de unos y otros buscan caminos distintos. Y toca romper la cuerda. Los cuatro miembros de Héroes del Silencio iban de la mano durante el tiempo que abarcó el lanzamiento de sus dos primeros discos. Todos tenían voz y voto, Valdivia, Bunbury, Pedro Andreu y Joaquín Cardiel. Hicieron apuestas decididas. Se subieron a la furgoneta y recorrieron kilómetros y kilómetros cuando pocos creían en ellos. Empleaban las mismas energías tocasen en Cádiz o en Bruselas. Y así Héroes del Silencio fueron creciendo y creciendo, aquí y en el extranjero (llegaron a congregar a tres mil personas en sus conciertos alemanes).

Todo esto y mucho más se explica en “Héroes: Silencio y rock & roll”, el documental dirigido por Alexis Morante, que coincide en tiempo e intención con el libro “Héroes de leyenda” (firmado por Antonio Cardiel, hermano de Joaquín). Ambos lanzamientos conmemoran que se cumplen veinticinco años de la disolución del grupo, pero hay un factor que marca la gran diferencia entre el documental y el libro. En el primero participa Enrique Bunbury, hablando sin resquemor ni divismo sobre su trayectoria, mientras que se bajó a última hora del libro. Por eso la cinta de Morante tiene gran valor. Primero por contar con el testimonio de sus protagonistas a día de hoy, una vez ha pasado el tiempo; segundo, por contar con un atractivo material de archivo, tanto de sus inicios como de conciertos, horas de estudio y momentos íntimos.

En principio parece sencillo poner su historia en perspectiva: cuatro chicos de Zaragoza que se conocen y ponen en marcha una nueva banda en la que creen desde el primer momento. Influidos por artistas como The Doors, Bowie o The Cure, la confianza en ellos mismos y una cierta arrogancia jugaron a su favor frente a un entorno que no les acababa de ubicar. Ni la industria discográfica (firmaron un contrato que pedía como requisito vender 5.000 copias de un single y multiplicaron esas ventas por seis), ni la prensa (que, en su mayor parte, no supo cómo enfrentarse a su propuesta). Algunos no entendieron el fenómeno, ni que su propuesta se colase en las listas de ventas. En ese sentido, se contrastan opiniones de críticos que lo vivieron de cerca (es vital el testimonio de Matías Uribe) con las de un Diego Manrique que se los miró siempre con distancia.

En el relato cobran suma importancia, tanto el mánager, Pito Cubillas –un hombre que vio el potencial del grupo y que después cayó presa de sus propios demonios y Martín Druille –el road manager que les acompañó a todos lados y que ejercía de padre, consejero y elemento de cohesión–. Druille falleció en un accidente de tráfico sobre el que Pedro Andreu habla con honestidad, llegando a emocionarse. Es posible que ese vacío lo cubriera en parte el nuevo miembro, el mexicano Alan Boguslavsky, quien se convirtió en una pieza básica del grupo sobre todo por el factor humano y por su conexión con Bunbury. Por otro lado, además de ser un documento ágil sobre la historia de uno de los grupos más importantes del rock en español, “Héroes: Silencio y rock & roll” también es el reflejo de una época, la de playbacks en televisión o los peinados punk de la desaparecida periodista Concha García Campoy.

En lo estrictamente musical, se trata con mimo el papel clave como productor de Phil Manzanera, quien –además de ser miembro de Roxy Music– produjoSenderos de traición y “El espíritu del vino”, quien entendió mucho más el concepto de Héroes del Silencio de lo que lo haría el mítico Bob Ezrin, un productor estrella del rock en sí mismo, con sus puros kilométricos y alejado de la filosofía de los maños. Pero hay mucho más. Desde la influencia del viaje a la India para el desarrollo de “El espíritu del vino” hasta su gestación con la banda casi fuera de control a causa de los excesos, incluyendo el día de la disolución de la banda con desplante a la delegación de agentes discográficos japoneses. Se agradece que el documental no insista en subrayar las diferencias personales, que es obvio que las había, optando por mostrar en todo momento respeto al prójimo en todas las declaraciones, algo que acabamos apreciando más que cualquier titular amarillista de periódico. Eso no significa que se eluda el tema, algo que subrayan momentos como Valdivia admitiendo que no se sintió respaldado por el resto cuando conocieron sus dolencias; Bunbury explicando que no se entendió lo que quería aportar de cara al futuro del grupo; Andreu recordándonos que él hubiera querido continuar adelante con la aventura del grupo, etcétera. De todas formas, Alexis Morante da cierre al documental con momentos de amistad, reflejando la exitosa gira de reunión de 2007, diez fechas que sirvieron para cerrar muchas heridas, para luego dejar que la leyenda continúe por su propio camino.

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