Misa de medianoche
Cine - Series / Mike Flanagan

Misa de medianoche

8 / 10
Marcos Gendre — 28-09-2021
Empresa — Netflix

Después de habernos regalados dos de las muestras de terror más convincentes de estos últimos años, por medios de “La maldición de Hill House” (2018) y “The Haunting of Bly Manor” (2020), la expectación generada por la más reciente creación de Mike Flanagan estaba llegando a niveles de pura euforia. No en vano, el propio Flanagan ayudaba a caldear al personal con tweets como el que lanzaba este nueve de agosto, que reproduzco a continuación:

"Voy a admitirlo ya. ‘Misa de medianoche’ es mi proyecto favorito hasta la fecha.

Como un antiguo monaguillo que está a punto de celebrar tres años de sobriedad, no es difícil ver por qué es algo tan personal. Las ideas en las raíces de esta serie me aterrorizan profundamente. Hay una oscuridad operando en Crockett Island. En parte es sobrenatural, pero lo más terrorífico nace de la naturaleza humana. No es difícil ver la oscuridad que anima esta historia en nuestro propio mundo, por desgracia.

Pero esta serie va sobre otra cosa también... la Fe en sí misma. Uno de los mayores misterios de la naturaleza humana. Cómo incluso en la oscuridad, en los peores momentos, en la ausencia de luz (y de esperanza) seguimos cantando.

Espero que disfrutéis de nuestra canción”.

Con declaraciones de este tipo y mediante el aval alcanzado hasta el momento por el propio Flanagan, “Misa de medianoche” se convirtió en uno de los estrenos de Netflix más esperados del año, por no decir el que más. Ya sólo quedaba comprobar si el revuelo montado era para tanto… Y, la verdad, esta mini-serie no decepciona en absoluto, teniendo como único lastre cierta densidad argumental, en varios diálogos innecesariamente quilométricos, que, si bien ayudan a adentrarnos en los personajes que pueblan la isla protagonista, su acentuado tono discursivo se impone forzosamente a través de la narración, lo cual le hace restar puntos al cómputo global, uno muy alto, en lo que al resto de aspectos de la serie se refiere. No en vano, “Misa de medianoche” comienza como un drama bíblico con ciertas connotaciones horror folk (aunque sin paganismo), para ir progresando de forma constante hacia un relato de terror moral, repleto de puntos de contacto con la atmósfera habitual con la que Stephen King moldeó novelas en espacios rurales perdidos de la geografía norteamericana como “La tienda”, “El cementerio de animales” o “El vampiro de Salem’s Lot”. La coincidencia con esta última llega al tema vampírico, aquí enfocado desde una perspectiva más atroz de lo habitual, con el supuesto ángel de Dios como hacedor de milagros, que van condenando a todos los habitantes de Crockett Island, emplazamiento en el que Flanagan desarrolla sus habilidades con su obra más personal hasta la fecha, muestra inequívoca de los límites entre el terror y el horror, aquí abordados desde la composición de una obra coral construida en forma de gran novela rusa, lo cual imprime un ritmo más narrativo que cinematográfico en muchos momentos del metraje.

A partir de este modo argumental, en los dos primeros episodios, Flanagan nos introduce en la vida de cada uno de los lugareños, al mismo tiempo que cruza historias personales de odio y resentimiento entre ellos. No en vano, como el propio creador de la serie ha llegado a declarar: “Lo más terrorífico es la naturaleza humana”. Si este lema ya había sido abordado con brillantez a través de la familia disfuncional que protagoniza “La maldición de Hill House”, ahora lo lleva al límite a través de figuras tan turbadoras como Bev Keane, aliada del cura-vampiro milagroso Padre Paul, que cuenta con un parecido más que razonable (y simbólico) con Nick Cave. Dicho personaje central eleva a niveles de intensidad sofocante sus plegarias, aunque también aporta un perfil tan perturbador como su manera de tratar las adicciones (en este caso, el alcohol) por medio de la sumisión al mensaje de Dios. Este último punto adquiere una dimensión especial al subrayar el enfoque realista bajo el que Flanagan ha abordado el cóctel molotov de creencias (de la musulmana a la católica, pasando por el ateísmo) que dinamitan los giros argumentales que se dan en el pueblo, las cuales amplifican el discurso subyacente, en todo momento, dentro de una serie que, entre otros muchos valores, expone como ninguna otra los peligros del fanatismo; en este caso, todavía más presentes debido al mismo aislamiento de un pueblo que funciona como microcosmos rural de creencias religiosas. A través del mismo, Flanagan acaba por componer un mega puzle narrativo donde, a pesar de cierta acentuación redundante, todo acaba cuajando en un tramo final absorbente, donde todas las piezas mostradas a lo largo de los cinco primeros episodios van encajando de forma natural y contundente. Sin duda, una sinfonía cinematográfica estremecedora que acaba por convertir a Flanagan en el autor más convincente del actual cine de terror para las masas.

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