The Gentlemen: Los señores de la mafia
Cine - Series / Guy Ritchie

The Gentlemen: Los señores de la mafia

5 / 10
José Martínez Ros — 27-02-2020
Empresa — Vértice Cine
Fotografía — Coach Films UK Limited

Han pasado ya un par de décadas desde que Guy Ritchie se presentó ante nosotros como el Quentin Tarantino británico. “Lock & Stock” (1998) y “Snatch. Cerdos y diamantes” (2000) ofrecían una visión picaresca y colorida de los bajos fondos londinenses. Cargadas de energía y humor, con diálogos ingeniosos, una ironía típicamente posmodernista y una gran banda sonora, lanzaron a su creador a una repentina fama. Sin embargo, da la impresión de que Ritchie nunca ha superado esos logros iniciales y, por eso, cada vez que su prestigio como director ha peligrado, ha corrido a refugiarse en el género criminal donde forjó su reputación.

Su catastrófica –sobre todo a nivel cinematográfico, basta con acordarse de engendros como “Barridos por la marea” (2002)– relación con Madonna hizo que reaccionara con la muy entretenida “RocknRolla” (2008). Ahora, tras vender su buen nombre en Hollywood con resultados que han oscilado entre lo lamentable –“Rey Arturo. La leyenda de Excalibur” (2017)– o lo, simplemente, inane y perezoso, como su versión del clásico de Disney “Aladdin” del año pasado, nos llega “The Gentlemen: Los señores de la mafia”. Pero el tiempo no ha pasado en balde, y en esta ocasión la fórmula está demasiado desgastada para volver a funcionar.

Digámoslo ya desde el principio: “The Gentlemen” no es, desde luego, tan divertida como “RocknRolla” y se queda lejísimos de “Snatch”. Quizás, tras tantos años en la cumbre, ha sido incapaz de reconectar con el febril ritmo callejero de sus primeras películas. Quizás ha llegado el momento de cuestionarse la carrera de un director que parece haber tenido sólo un par de chispazos de inspiración, a los que ha intentado volver una y otra vez. “The Gentlemen” es una versión lenta y cansina de lo que en los noventa, por muy obvia que fuera su inspiración en Tarantino, nos parecía fresco y audaz.

El héroe de Ritchie esta vez no es británico, lo cual tal vez resulte significativo: se ha traído a una gran estrella de Hollywood, Matthew McConaughey, para interpretar a Mickey Pearson. Si en las primeras películas de Ritchie, sus protagonistas aún estaban en contacto con las cloacas del submundo del crimen y trataban de ascender a fuerza de chulería e ingenio, en este caso es un triunfador. Pearson llegó al Reino Unido como un desheredado y ahora es dueño de un vasto imperio basado en plantaciones clandestinas de marihuana. Proyecta retirarse junto a su esposa Rosalind (Michelle Dockery) para disfrutar de su fortuna, pero necesita un comprador. Un ambicioso compatriota, Matthew Berger, (Jeremy Strong) aspira a sustituirlo, pero en sus tratos se interpone un mafioso chino (Henry Golding) particularmente despiadado. Como Ritchie no sería Ritchie sin una trama absurdamente enmarañada, todo esto está enmarcado por una historia paralela: el narrador es un investigador de la prensa sensacionalista, Fletcher (Hugh Grant), que trata de chantajear al hombre de confianza de Pearson, Raymond (Charlie Hunnam). Como guiño meta, Fletcher amenaza con convertir todas las intrigas entre Pearson y sus rivales en un guion cinematográfico y vendérselo a Miramax, la productora del caído en desgracia Harvey Weinstein.

Al final, y al más puro estilo Tarantino, todo se reduce a una serie de confrontaciones casi teatrales entre los personajes masculinos, que se presionan, se insultan y tratan de engañarse los unos a los otros. Hay diálogos notablemente más inspirados que otros, y por ejemplo, Hugh Grant parece pasárselo muy bien con su amanerado y retorcido personaje, mientras que McConaughey da la impresión de que sólo está de paso, aguardando el momento de que le paguen su cheque y pueda volver a su mansión en Los Angeles. En los viejos tiempos, Ritchie habría conseguido que, a pesar de lo a ratos mecánico y a ratos absurdo del argumento, esa sucesión de maquinaciones nos resultase animada y atractiva. Pero en algún momento, en los últimos años, perdió ese don. Esta ya no es una película de Guy Ritchie, el brillante imitador británico de Tarantino, sino de un burdo imitador del Guy Ritchie de antaño; y de uno sin demasiado talento.

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