Nunca antes se nos había propuesto mirar la arquitectura de las calles y los barrios desde una perspectiva de género como la que se nos plantea en el documental “Ellas en la ciudad” (25). No es, ni mucho menos, una ocurrencia trillada ni un capricho oportunista de su responsable, sino una invitación abierta a entender desde un ángulo diferente el sentido que hay detrás de cada decisión urbanística que nos rodea (especialmente, cuando estas han sido tomadas por hombres).
El propósito de la pieza se le atribuye a Reyes Gallegos, novel en tareas de dirección y guion, pero con una dilatada experiencia como arquitecta y paisajista. Nadie mejor que ella, en plena crisis con su profesión y frustrada por la distancia entre esta y la realidad, para enunciar esta crítica desde la sensibilidad y la protesta. Junto a ella, y a través de su cámara, descubrimos la verdadera esencia de la periferia sevillana: las mujeres que la habitan. La sal de la tierra, como ella llega a denominarlas. Ciudadanas que levantaron a pulso sus barrios en los 70 y que pelearon por conseguir derechos básicos para todos los convecinos.
A lo largo de su hora y diez minutos de duración, Gallegos mantiene una discreta función de narradora, caminando entre planos generales y limitándose a una presencia en off que nos acompaña a lo largo de este emocionante viaje. Sabe que las que se merecen figurar con voz y rostro son ellas: Juana, Victoria, Natividad, Toñi y Mª Dolores, entre otras tantas. Mujeres que cuidan, que trabajan, que pelean y dan guerra, que no callan, que exigen, que bromean, que aprenden, que cultivan su cuerpo y su mente, y que se quieren. Mujeres que no paran, porque si paran ellas, para el mundo. Un póquer de protagonistas que se come la pantalla con cada intervención, citando de carrerilla a Lenin, hablándonos de feminismo o lamentando a puro corazón su falta de alfabetización, con el pesar propio de quien ha padecido penurias que nunca deberían ser olvidadas.
Lo que empezó siendo un simple estudio por encargo sobre los orígenes de determinados puntos de su ciudad, termina llevando a Reyes a confeccionar una reveladora crónica de cada conquista nueva que sus entrevistadoras nos relatan. Desde crear cadenas humanas de madres en los recreos para evitar que sus hijos se salieran del colegio (por falta de vallado público) hasta llegar a cortar las calles que hicieran falta para reclamar la construcción de parques, huertos urbanos o bibliotecas.
Especial mención merece el papel de las asociaciones independientes que respaldan las peticiones y pugnas de las vecinas, al tiempo que nutren su escaso tiempo libre con actividades socioculturales con las que estrechan sus entrañables lazos. A su vez, el documental reconoce el mérito póstumo de alguien que, sin su constante insurrección, el presente de estos barrios sería mucho más deficitario. Una suerte de libertadora de extrarradio llamada Guillermina Elías (“Mina”), a quien por fin se le pone en su lugar.
Es imposible no llevarte algo de todas ellas tras escuchar sus testimonios. Gallegos firma, poniendo el foco en la belleza de lo colectivo, una de esas joyas audiovisuales que, aunque pequeña, no podría pasar desapercibidas ni queriendo. Una lección magistral de sororidad y lucha social que nos recuerda el poder plural, tan necesario entonces como ahora.
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