Chemical Hearts
Cine - Series / Richard Tanne

Chemical Hearts

6 / 10
Rubén Romero Santos — 21-08-2020
Empresa — Amazon Prime Video
Fotografía — Archivo

Son jóvenes, son inocentes. Se les nota en lo que hacen y en lo que dicen: quieren ser escritores en el mundo digital. ¿Alguna prueba más de lo perdidos que están debido a los altibajos químicos propios de la adolescencia a los que hace referencia el título? Mientras el mundo asiste al reinado de Instagramers y Tiktokers, a los que incluso se apela para frenar una pandemia, ellos son los típicos frikis que pretenden hacerse populares participando en la redacción del periódico del instituto…

Esta nueva producción de Amazon parece pretender competir en un sector, el del público juvenil, que hasta ahora parece coto vedado de Netflix. La adaptación de la novela “Efectos colaterales del amor” de Krystal Sutherland versa sobre los desajustes hormonales y los calores de instituto. Añadamos que, desde ese punto de vista, es una adaptación excelente: del mismo modo que la novela de Sutherland es el clásico producto de laboratorio, perfectamente diseñado para atrapar a un público teenager ansioso por abrazar la narrativa folletinesca, todo en esta película está pensada para que esos mismos lectores, llevados por la curiosidad, le echen un ojo a cómo Hollywood ha trasladado a esa pareja que ellos soñaron.

Como mandan los cánones de Sensación de vivir, los adolescentes son encarnados por dos veinteañeros hechos y derechos. Él, Austin Abrams (que interpreta a Henry Page), es una especie de Timothée Chalamet de Hacendado conocido por sus papeles en “The Walking Dead” y “Euphoria”; ella, Lili Reinhart (Grace Town), también productora del filme, es más celebre como bitch de “Riverdale”, y se pasa el filme cojitranca por culpa de un trauma acompañado de traumatismo. Es bastante borde, pero oye, la muchacha lee los “Cien sonetos de amor” de Pablo Neruda, escucha Beach House compulsivamente y es aficionada a dar de comer pan de molde a los pececillos en una cabaña de lo más lúgubre que no desentonaría en una nueva versión de “La última casa a la izquierda”. Ella sufre y no para de sufrir (“ser joven es tan doloroso”, dice con un mohín apenado) y a uno le entran ganas de gritarle que no sabe lo que se le viene encima. Obviamente, él se enamora perdidamente de ella… y esas cosas que solo pasan en las películas, porque en el mundo real él lo tendría difícil para que ella le mirara por debajo del hombro. Y así se desarrolla la cosa: con bastante sosería, normalizando (¡por lo menos!) cuestiones como el fumeteo de marihuana o las relaciones lésbicas y escuchando a Black Marble y a Tourist.

El filme defiende que la adolescencia es un momento en el que la química interna de los adolescentes bulle como el cocido en una olla a presión. Planos de neuronas se acompañan de la voz en off de Austin Abrams diciendo cosas pretendidamente trascendentes para apoyar este punto de vista. Desde luego, es innegable biológicamente que la adolescencia es un periodo de cambios neuronales y así lo señalan los médicos. Desgraciadamente, no ocurre lo mismo en una película que no estimula nuestra actividad cerebral.

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