Ahora vuelven a visitarnos formando parte del cartel del Deleste Festival (16-17 mayo, Valencia) y Noches del Botánico (16 julio, Madrid).
El imprescindible
Bandwagonesque
(1991)
“Estos tíos son maestros en fundir ruido con melodía”. Se lo solté así, con la soberbia propia de la juventud recién estrenada, a un buen amigo mientras les divisábamos desde la grada de la Plaza de Toros de Valencia, un 2 de julio de 1992. Eran teloneros de Nirvana. Minutos antes había visto a Norman Blake deambulando por la calle, en busca de una cerveza. Pasaba completamente desapercibido. Lógico. En realidad, quienes eran los putos amos de aquella ecuación habían sido Hüsker Dü, pero el factor diferencial de Teenage Fanclub era combinar estruendo y delicadeza, lirismo y feedback, como nadie antes lo había hecho entre los émulos de Big Star. Los escoceses debutaron en largo en el año de gracia del sello Creation: “Screamadelica” (Primal Scream) y “Loveless” (My Bloody Valentine) partían la pana. No era fácil despuntar. Y lo hicieron gracias a un puñado de canciones preñadas de palpitante ternura, chorreantes de emoción juvenil. “The Concept”, “What You Do To Me”, “Star Sign”, “Metal Baby” o “Alcoholiday” se ganaron un cielo del que nunca han bajado. Su obra maestra.
La rareza
Man-Made
(2005)
Los escoceses también se han aventurado en excursiones: con Jad Fair como aliado (“Words Of Wisdom And Hope”, 2002) o con John McEntire como productor en este disco, en el que el músico de Portland se confirmó como el mejor hombre de refresco del rock norteamericano de principios de los 2000, habida cuenta también de lo que hizo con Wilco y con Sonic Youth. Mejoraba todo lo que tocaba. Esto es lo más parecido que han hecho nunca Teenage Fanclub a una refundación, aunque el término en su boca suene exagerado. Un sonido conciso, corpóreo, dinámico y muy orgánico, que resultó relativamente sorprendente en su momento, y al que no hubiera estado mal que dieran cierta continuidad en años posteriores, teniendo en cuenta que discurrieron en modo piloto automático con frecuencia, aunque fuera al servicio de canciones irreprochables.
La decepción
Howdy
(2000)
Teenage Fanclub se fueron convirtiendo durante el siglo XXI en taimados delimitadores de una fórmula sin apenas variaciones. Se nos hicieron mayores. Se nos volvieron funcionariales. Ley de vida, seguramente: no todo el mundo tiene la capacidad para reinventarse durante tres décadas. Ese camino le emprendieron con este disco: el primero que me dejó, particularmente, completamente frío. Por mucho que citaran a los Hollies, a la americana o al power pop como fuentes de inspiración. Con el tiempo he aprendido a apreciar las propiedades curativas de “I Need Direction”, “Dumb dumb dumb” o “My Upstart Life”, pero en su momento me pareció más de lo mismo. Y en peor. Creo que quienes atribuyen injustamente a “Thirteen” (93) un rol bajonero se quedarían ya sin argumentos ante este.
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