Gracias por tanto, Robe
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Gracias por tanto, Robe

Jesús Casañas — 15-12-2025
Fotografía — Óscar Caamaño

Pocos días después del fallecimiento de otro grande, Jorge Ilegal, nos dejó Robe. Varias generaciones lloramos la pérdida de una de las figuras más auténticas, audaces e irrepetibles de nuestro rock. Necesitamos que vengas, que se nos lleva el aire.

Dicen que nuestra propia muerte empieza con la de los demás. Este martes, 10 de diciembre se ha muerto un pedacito de cada uno de nosotros. Roberto Iniesta, ‘Robe’, nos dejaba a la edad de 63 años. Todavía no habíamos empezado a encajar la ausencia de Jorge Martínez (el icónico líder de Ilegales, que fallecía apenas 24 horas antes tras unos meses luchando contra el cáncer), cuando de forma temprana nos despertaba un terrible comunicado con la fatídica noticia en las redes sociales del artista y de su compañía discográfica, El Dromedario Records. La primera reacción era de incredulidad. Y es que, aunque en noviembre de 2024 tuvo que cancelar los dos últimos conciertos de Ni santos ni inocentes (la gira de presentación de “Se nos lleva el aire", su último disco de estudio) por un tromboembolismo pulmonar –lo cual le obligaba “a guardar reposo absoluto, poniendo en grave riesgo su salud en caso contrario”, según se explicó en aquel momento–, pocos se esperaban este apresurado y fatídico devenir de los acontecimientos.

Una pérdida que hemos sentido cercana, como la de un ser querido, aunque no nos tocase nada. El motivo es que ha sido la banda sonora de nuestras vidas. A muchos, su música nos llegó con el éxito de “Agila” (96), el disco que encumbró a Extremoduro a la fama gracias a la exquisita producción de Iñaki ‘Uoho’ Antón (guitarrista de Platero y Tú por aquel entonces), que plasmó su elegancia a las excelentes composiciones de Iniesta. Enseguida supo a poco, y hubo que saciar la sed de más con sus trabajos anteriores (aunque fuese grabándolos en cintas de casete): “Rock transgresivo” (89, regrabado en 1994), “Somos unos animales” (91), “Deltoya” (92), “¿Dónde están mis amigos?” (93) y “Pedrá” (95).

Como suele ocurrir entre la ortodoxia rockera, para muchos de los que ya conocían a esta banda (fundada en su Plasencia natal en 1987), aquel salto al mainstream supuso una “traición” y dejaron de seguirles. A cambio, toda una generación se enganchó a aquel rock ruidoso, que bebía de los riffs de Leño y de la visceralidad de Eskorbuto, pero que podía combinar las frases más brutas y lapidarias con unos versos inspirados y costumbristas a la altura de Miguel Hernández o Antonio Machado. Consiguieron llenar el Palacio de los Deportes (actual WiZink) el 8 y 9 de noviembre de 1996 sin apenas promoción. Y es que, gracias al boca a boca, todo el mundo se había rendido a sus pies. Gustaban a punks y rockeros, heavies y hippies, pijos y bakalas, a tu hermana y a tu cuñado. Era lo que debería ser cualquier músico: un tío de la calle, auténtico, que había logrado transmitir sus inquietudes a una juventud que las hizo propias. Allí no había artificios de agentes de marketing trajeados con sus estudios de mercado. Los medios no tuvieron más remedio que rendirse a sus pies. Y su discográfica, DRO (absorbida por Warner), no volvería a ponerle pegas a ninguna exigencia.

Uoho se uniría oficialmente a Extremoduro como guitarrista, productor y coautor de la música. Robe había encontrado a su mano derecha, y tras años dando tumbos lograría asentar por fin una formación estable junto a José Ignacio Cantera (batería) y, unos años después, Miguel Colino (bajo). El salvajismo inicial de la denominada “época del caos” había terminado. Seguirían el directo “Iros todos a tomar por culo” (directo, 1997), y los discos de estudio “Canciones prohibidas” (98) y “Yo, minoría absoluta” (02), además de los recopilatorios “Grandes éxitos y fracasos” (04).

Aquí vendría una crisis creativa de Robe, que estuvo varios años sin verse capaz de componer una canción y aprovechó para escribir una novela, “El viaje íntimo de la locura” (publicada en 2009). Mientras tanto, Iñaki y el resto hicieron un grupo paralelo llamado La Inconsciencia de Uoho que terminó acuñándose simplemente como Inconscientes. Hubo muchas generaciones que se sumaron ya en el nuevo milenio. Hubo quien se aburrió y se bajó del barco. Y hubo quien volvió con el rabo entre las piernas con “La ley innata” (08), la catarsis tras años de sequía. Un disco conceptual, plagado de rock progresivo, sin duda su gran obra maestra. Seguirían “Material defectuoso” (11) y “Para todos los públicos” (13). En 2014, sin que ellos mismos lo supieran, dieron su última gira, con la que además de toda España recorrerían por segunda vez Latinoamérica (la primera había sido en 2012, apenas dos años atrás).

Robe en solitario

En 2015 se lanzaba “Lo que aletea en nuestras cabezas”, el primer disco en solitario de Robe, al que pronto seguiría “Destrozares, canciones para el final de los tiempos” (16). Había montado una nueva banda con músicos de su tierra. Jóvenes, con ideas nuevas y mucho talento: el intrépido violín de Carlitos Pérez, el bajo y los vientos de David Lerman, la eficiente batería de Alber Fuentes, la portentosa voz aguda de Lorenzo González y las teclas de Álvaro Rodríguez Barroso (con, además, una gran maña para la producción).

Con ellos llevó sus canciones a otro nivel, dejando en estos dos primeros discos la guitarra en un plano acústico y totalmente secundario, y cediendo el protagonismo a otras instrumentaciones y sonidos, más cercanos al folk. Tras recopilar aquellas canciones en el directo “Bienvenidos al temporal” (18) volvió a ensayar con Extremoduro, pero la cosa ya no fluía. Fuera por la razón que fuese, decidieron deshacer el grupo con una gira de despedida que, por culpa de la crisis sanitaria de 2020, nunca se pudo realizar. Aquello llevó a un lamentable cruce de comunicados entre Robe, Uoho y Live Nation que se zanjó con una enemistad aparentemente insalvable entre los músicos y una denuncia de la promotora a Iniesta (quien, por suerte, fue absuelto).

Robe retomó su banda en solitario añadiendo la destreza de Woody Amores a la guitarra eléctrica, con quien transportarían el proyecto hacia un rock progresivo y sinfónico en “Mayéutica” (21, la excelente segunda parte de “La ley innata”) y “Se nos lleva el aire” (23). Cada vez que parecía que había tocado techo, nos callaba la boca. Fue capaz de sorprender hasta el último momento, reinventándose a base de experimentación, arreglos bestiales y letras sublimes. Era como un Rey Midas de la música.

Reconocimiento en vida

A Roberto Iniesta, por suerte, le llegaron muchos reconocimientos en vida. En septiembre de 2014 recibió la Medalla de Extremadura, máximo galardón que otorga esta comunidad autónoma, momento que aprovechó para pedir “locales de ensayo para los chavales”. En febrero de 2024, el Museo del Prado de Madrid hizo un vídeo con imágenes de Velázquez, Tiziano y Caravaggio junto a la música de “El poder del arte”, aquella canción en la que afirmaba que “tal vez, si pudiera hablarte de si fuera cierto que el poder del arte bien nos pudiera salvar de una vida inerte, de una vida triste, de una mala muerte”. En marzo de 2024 recibió las Cerezas de Oro, máximo galardón que otorga el Valle del Jerte (Cáceres) por su promoción de la zona (diez años atrás había recibido el Premio Picota del Jerte en 2014 por “su autenticidad y difusión de la región”).

Asimismo, como afirma la nota de prensa de su defunción, estos últimos meses “han cristalizado y confluido muchos reconocimientos en torno a tan irrepetible figura, fruto todos ellos de una impecable trayectoria profesional y ética” como la Medalla de oro a las Bellas Artes 2024, el nombramiento de Hijo predilecto de Plasencia, los locales de ensayo Roberto Iniesta en la antigua iglesia de San Juan (en respuesta a la petición de Robe el día de la Medalla de Oro en 2014) o la inauguración de la Avenida Roberto Iniesta en Plasencia.

A su muerte ha habido innumerables reacciones de todo tipo. Todos los partidos políticos de su ciudad natal le han dedicado bonitas palabras (y es que, como apunta el comunicado, es “capaz de poner de acuerdo a PSOE, PP, Unidas Podemos y Vox”). Músicos de todas las edades y estilos se han acordado de él, desde Bunbury hasta Parabellum pasando por Estopa, Fermín Muguruza, Rubén Pozo, Amaia Montero o su querido Fito Cabrales.

Iñaki Antón, tras ponerse él mismo a cantar bajo el simple nombre de Uoho y tener que retirarse temporalmente por padecer covid persistente, había anunciado hacía apenas unas semanas que tenía un proyecto nuevo llamado Rebrote con Jaime Moreno a la voz. El mismo día de la muerte de Robe (casualidades de la vida) ha sido ingresado en el hospital por una intervención quirúrgica programada: “Si todo va bien, requerirá un tiempo de reposo y convalecencia”, explica en sus redes sociales, pidiendo “paciencia” y “comprensión” durante su recuperación. Horas después, ha compartido una canción nueva titulada “Cuando no estás tú…” (una balada que, a pesar del título, no parece hablar sobre Robe, a juzgar por frases como “…y recuerdo que te dejé sola”) con una foto de él y Robe juntos y la siguiente dedicatoria: “Allá donde estés… Esperamos que te guste”.

En la posdata, el comunicado de El Dromedario Records informa de que en los próximos días darán “la información necesaria sobre el lugar y la hora, en Plasencia, del homenaje donde todos juntos podremos despedir a Robe”. Nos ha dolido mucho su pérdida. Se han esfumado las esperanzas de escuchar nuevas canciones o asistir a nuevos conciertos. Se han muerto con él recuerdos que van desde nuestra adolescencia hasta nuestra historia reciente. Su música y su poesía estuvieron a nuestro lado cuando nos sentimos raros, marginados, tristes o cabreados. También cuando estuvimos eufóricos, borrachos y enamorados. Incluso cuando fuimos rebeldes y nos atrevimos a soñar con un mundo mejor. Gracias por tanto, Robe.

 

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