Museomaquia

Dos de los nombres imprescindibles del mundo del cómic nacional unen fuerzas por primera vez (de hecho, es la primera ocasión en la que Sánchez trabaja con guión ajeno) en una obra que se publica con la intención de celebrar los veinticinco años de trayectoria del Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid.

El fruto de esta inesperada alianza es una obra en la que el dibujo brilla con peso en el conjunto, pero que toma caminos tan surrealistas que resulta complicado sumergirse en lo que García nos está intentando contar. Ahora bien, existe un motivo para ello. Y es que las cuarenta y ocho páginas de este cómic no pueden desligarse de las pinturas expuestas en la galería. Viñetas inspiradas en clásicos de Durero o Caravaggio, combinaciones de detalles de cuadros emblemáticos allí expuestos, etcétera. Santiago García se paseó por el museo para tomar apuntes, para impregnarse del espíritu de lo que le transmitían las pinceladas de Dalí o Hopper, y luego dar forma a una suerte de odisea quijotesca a través de iconografía religiosa, pesadillas surrealistas o magia expresionista. A eso se suma la sorprendente capacidad de Sánchez para adaptar a su estilo algunos de esos clásicos de la pintura.

Obviamente, esos elementos convierten a “Museomaquia” en un cómic no apto para todos los públicos, y mucho menos todavía para aquellos que, en las novelas gráficas, se guían por la narración (aquí más centrada en entrelazar detalles adaptados de los cuadros de los que se listan en las últimas páginas de “Museomaquia”). Más bien diría que se trata, por encima de todo y al margen de suponer un alucinógeno viaje al mundo de la pintura), de uno de esos trabajos que salpican la viñeta española de experimentación y de esa libertad alocada que hace falta de vez en cuando para abrir un poco más el abanico de expresividades y narraciones de aquí y de ahora.