“Nuestra obsesión era que la obra y las canciones fueran mundos muy pegados”
Entrevistas / Tulsa

“Nuestra obsesión era que la obra y las canciones fueran mundos muy pegados”

JC Peña — 09-01-2024
Fotografía — Archivo

“Amadora” (Matxitxako Records, 23), séptimo disco de Tulsa, vuelve a mostrar a una Miren Iza desbordante de emociones a flor de piel y cómoda en un lenguaje musical propio ajeno a las etiquetas.

Su buen momento se nota: está exultante tras las representaciones de la obra teatral homónima en las que ha participado en los Teatros del Canal de Madrid, dentro del Fesival de Otoño. Una oportunidad única que surgió al trabajar con la dramaturga María Velasco después de haber compuesto las canciones. El álbum ha sido álbum grabado de nuevo por Ángel Luján, y en él, por primera vez, Miren se mete en la piel de una mujer ficticia pero universal a la que dota de vida propia. Una mujer que representa a todas “las madres que nos parieron”.

La “señora” en la que ella misma se está convirtiendo -confiesa con naturalidad y humor- le ha servido para alumbrar un disco maduro y complejo que rehúye cualquier etiqueta y rebosa de verdades humanas, muchas veces tan incómodas y complejas como la vida misma.

Este disco está asociado a una obra de teatro, pero ¿vienen antes las canciones?
El origen es el disco. La idea que tengo yo es contar un personaje en todo el álbum. No lo había hecho nunca. Se puede decir tranquilamente que es un disco conceptual (risas). Como el tema me parece sencillito, siento ganas de llevarlo a otros terrenos. Y entonces, contacto con María Velasco, a la que no conocía. La abordé muy tímidamente como fan, y me dijo que sí: que le apetecía escribirlo. Le interesó el tema y le apetecía hacer su propia investigación, encontrar sus propios motivos para hacerlo. Han ensayado como bestias, y se está representando ahora. Y las canciones se tocan con banda.

¿Tú estás también en ellas?
Sí, sí. Yo y mi banda estamos en el escenario todo el rato, mientras ocurre ese texto. Nuestra obsesión, y nuestra idea inicial de hecho, era que las dos cosas formaran parte del mismo lenguaje. Porque hemos visto mucho espectáculo híbrido, que además está de moda, que adolecía de falta de comunicación entre el texto y las canciones. Nuestra obsesión era que esto no ocurriera, que fueran mundos muy pegados. Por eso he estado en todos los ensayos del teatro, en todo el proceso de escritura. Y aunque no es mi mundo y no tengo ni idea de cómo se levanta una obra de teatro, lo he visto y a lo mejor he aprendido algo (risas).

“Sólo estando en una determinada posición te puedes permitir abrir ciertas puertas”

El álbum arranca descarnado, se va haciendo más abierto -como el single “Melocotón”- y termina casi desafiante. ¿Era ésta la idea?
Sí, hay un arco narrativo. Al principio está la disociación en una parte de mí, que se pierde a sí misma, está por supuesto la presencia del dolor, está el terapeuta y esa historia, la identidad en “Santamártir” de la que ella de repente es consciente y contra la que se tiene que rebelar, una negación. Ella se dice “esto que me han dado igual no era tan mío”. En esa primera parte la envoltura musical pretende ser minimalista por momentos. En “Santamártir” hay algo de kraut rock -hay algo que genera angustia que yo relaciono con esa música-. En “024” toca fondo y es el punto de inflexión. En la propia canción hay una especie de última oportunidad para seguir. El 024 es el número de Atención al Suicidio.

No lo sabía.
Es que es reciente, mucha gente no lo sabe. Ahí ella se dice que hay una serie de cosas que le quedan por hacer. Frívolas o no, me voy a quedar a ver qué pasa. En la segunda parte aparece la fuga de “Melocotón”, que tiene que ver con dejarse llevar y soltar un poco de represión.

Musicalmente es difícil encasillar estas canciones, lo cual creo que casi siempre es bueno. ¿Tienes en cuenta lo de no parecerte a nada?
Es que no lo tengo en mente. Por eso precisamente sale este disco tan deforme (risas). Hay desde Disney a Portishead, pasando por Lana del Rey y Can. Yo es que reivindico la bastardía, porque con los años vas perdiendo prejuicios y vas acumulando gustos diversos también. Entonces emergen cuando menos te lo esperas. A veces los invocas más, pero otras salen, están ahí y dices: “Ah, mira, esto viene de ahí probablemente”.

Además, exceptuando la última, las canciones son muy cortas. El disco es breve. Dices y expresas muchas cosas, pero está todo muy condensado.
Creo que en mis inicios me acomplejaron un poco con la duración de las canciones, y yo misma también me lo he reprochado después. Yo creía que una canción tenía que ser “Like A Rolling Stone” todo el rato (risas): como veinte estrofas. Y me parece más interesante esto, que sin dejar de contar algo que te escama y te incomoda, le des un envoltorio leve. En este disco más que en ningún otro es muy importante tener un ojo en la levedad, porque si no, no podrías hablar de temas tan chungos como el dolor o el suicidio. Creo que sólo estando tan bien como he estado -a veces he estado deprimida como una rata, pero ahora estoy muy bien- puedes hacer esto.

Cuando estás baja de ánimo, ¿no haces canciones tristes?
Tiendes a hacerlas, pero este disco, que habla de una tristeza que está en el campo externo, lo he hecho soportable porque estaba fuera de eso. Lo puedo hacer, pero a lo mejor es insoportable y lo retiran del mercado. Lo censuran por apología del dolor…(se ríe) Esto es broma, pero hay veces que sólo estando en una determinada posición de puedes permitir abrir ciertas puertas que están relacionadas con el abismo.

Es valiente hacer canciones así, no es tan fácil.
¿Tú crees que es valiente?

Sí. Porque aunque hables por boca de un personaje ficticio, como hace cualquier escritor tienes que bucear en tus propios sentimientos, en tu propia vida. No sé si puedes tener la sensación de estar exponiéndote demasiado.
Yo soy muy consciente de las relaciones que ha tenido con mi propia historia. Al convertirme yo en “señora”, esto que me está pasando, es cuando he tenido necesidad de hablar de ellas. En qué me estoy convirtiendo, qué tipo de señora soy, ¿soy la que mi madre quería que fuera? No lo soy, obviamente… Ese conflicto está ahí. No me atrevo tanto a decir que sea valentía, pero sí me siento con menos miedos a reconocer estas cosas dentro de mí y expresarlas. De nombrarlas y meter el dedo a ver qué hay ahí.

“No tengo en mente no parecerme a nada, por eso sale este disco tan deforme”

Mi frase preferida del disco es “No contaba con quererte de esta forma indecente”. Me gusta.
(Risas) En psicoanálisis (Miren es también psiquiatra) hay una cosa que se llama “neurosis de transferencia”, que es una fase que se ha de dar para que ocurra el vínculo psicoanalítico y se dé la cura psicoanalítica. Es una especie de transferencia que a veces es amorosa, y que a veces puede ser materno-filial. Tú pones en el terapeuta libidos que vienen de otros sitios. Cuando se habla de transferencia amorosa es porque sientes un amor brutal por el terapeuta. Y esto me pasó. El propio encuadre psicoanalítico lo fomenta para que se den las condiciones óptimas de la cura.

¿Y no es peligroso?
Bueno, es interesante, intenso (risas). Si tú te “enamoras” del terapeuta -en realidad, es una transferencia- vas a poder ver en un entorno seguro otras cosas que en otros amores haces de otra manera. El terapeuta, además, sabe lo que está pasando. Estás “en el laboratorio”. Como la transferencia es un término técnico, me hacía gracia tratar con humor la cuestión del amor. Además, es una oportunidad para que Amadora conecte con su erotismo, su deseo sexual. Se enamora del terapeuta, algo se mueve, la libido está ahí chisporroteando. La frase también juega con lo que para cada uno es indecente.

Has repetido con Ángel Luján (que es su pareja) en todo el proceso de la grabación.
Es el tercer disco. Con él he encontrado la manera de introducir la grabación del disco en mi vida cotidiana: estamos en una casa, nos levantamos, grabamos, lo dejamos cuando queremos. El periodo de grabación está todo el rato ahí durante meses en la casa que tenemos alquilada en la sierra. Allí hay convivencia, talleres de verano (risas). Es muy bonito. Puede ser problemático por momentos, pero como, por otro lado, no hay filtro, es una grabación completamente libre. Te iba a decir que ya desde “Centauros” empecé a sentir esa libertad, aunque a mí todavía me costaba relajarme tanto como para que no hubiera filtros de ideas. Así que no fue así del todo. Pero me encanta trabajar con él porque si me olvido de que es mi pareja, y le analizo como productor, en realidad no he conocido a nadie como él. Tiene una relación constante con de dónde venimos y a dónde vamos. De dónde viene lo que he hecho desde el principio, antes de él, y qué imagina qué puede ser lo que vaya a hacer.

Para que no te repitas o…
O por simplemente cómo te ve, qué estoy leyendo, qué estoy escuchando, qué energía tengo, qué le voy mostrando obviamente...Es como que está en una capa meta-musical. Está en lo que estamos trabajando y en la reflexión de en lo que estamos haciendo.

Y tú, además de cantar, has tocado bastantes cosas.
Sí, guitarras, sintetizadores…Hay canciones que le he dado más dirigidas -se necesita mucha soledad para hacer una canción como “Santa Mártir”- y luego en canciones como “Melocotón” él ha sido crucial. Los sintes asesinos que hay son lujanescos (risas).

“Me gustaría que el mundo del teatro intoxicara de alguna manera los directos”

La última canción, “La estrella”, creo que tiene una historia curiosa.
Viene de una base que me mandó David Rodríguez. Íbamos a hacer un proyecto con Betacam y Soleá Morente, que murió en el intento. Se iba a llamar “Haba”, en lugar de “Abba” (risas). Yo rescaté esa canción. Hubo un ensayo, nos juntamos con cinco o seis canciones que están por ahí guardadas…Soleá se apuntó al carro (fantasma) en un concierto de Manel.

En todo caso, sacar un séptimo disco quiere decir que tienes ya una carrera muy considerable. ¿Cómo lo llevas?
Como un galón. En la obra hay una frase que dice: “Me desprendo del dolor, antes era un galón”. Digo: “Siete discos, joder, qué bien”. Me doy una palmadita, porque es algo inesperado.

Y lo publicas con tu propio sello.
Sí, también fue así con “Ese éxtasis” -salvo alguna canción que sacó Intromúsica-. Quería hacerlo yo porque teniendo dinero para grabar no le veo sentido a depositar tanto en un sello. Luego, se externaliza muy fácilmente. Los medios de producción más o menos los tengo dominados. Está Gran Sol, vieja conocida, distribuyendo, y es muy sencillito hacer un disco. Luego el directo nunca ha sido territorio del sello, en realidad. Es territorio del booking. Pero que tampoco es idear grandes cosas.
Ahora tengo una oficina que sí está conmigo pensando, más allá del booking. En este momento me gustaría que el mundo del teatro intoxicara de alguna manera los directos dentro del circuito musical. Ahí muchas veces me he sentido muy sola, pero cuando alguien te apoya -y más bien es un apoyo moral-, es más fácil llevar a cabo ideas. En soledad, yo al menos me desfondo. Si no tengo con quién contrastar las ideas, pues no las hago.

¿Lo que vas a hacer después entonces, tras las representaciones de la obra, es incorporar estas canciones a tu repertorio?
Sí, pero cuando tienes un disco tan reciente, el apego es muy fuerte también. Yo quiero tocarlo entero, como si no existieran los otros. Pero claro, existen seis, ¡somos ya muy viejos! Lo suyo sería no dejarlos atrás. En el Canal me lo he pasado muy bien porque la calidad de sonido era sublime y era un formato muy lujoso. Había actrices dando voz a lo que ocurría.

Te malacostumbras…
Claro, ¡menos mal que sólo han sido dos días! Si no, no me bajan de esa burra (risas).

Hablando de sonido y estas cosas, en el podcast que hicimos hace unos meses me decías que no considerabas que un festival fuera el mejor entorno para tu música. ¿Lo sigues viendo así?
Es que el formato festival, en realidad, ¿para qué música está bien? Igual que cuando pienso en la modernidad: ¿A quién le gustan los tiempos de ahora? ¿A quién le gusta vivir en precario, con ansiedad, todo el mundo machacado por la productividad, abrumados por todos los productos culturales que hay, por la música? ¿Vosotros? Todos los medios estáis fatal: no digieres nada, no disfrutas de las cosas. Ya tienes la presión interna, que ni siquiera es externa muchas veces, de que te estás perdiendo cosas, que no llegas a todo. ¿Dónde queda el ser humano ahí? Es una especie de ameba flotante que no sabe muy bien para dónde tirar.

Es complicado, sí.
Y los festivales están muy vinculados con esta cultura de la híper estimulación. De lo “híper”, en general. El otro día iba andando con Clara Collantes -la guitarrista que está ahora conmigo- después del estreno y lo comparábamos con un festival reciente que hicimos en verano. No voy a decir cuál, que ya tengo bastantes enemigos (se ríe). Si lo analizas auditivamente es una locura: una megafonía por un lado, cuatro conciertos diferentes por el otro, un martillo neumático…Yo diría que un parque de atracciones es zen al lado de esto. Entonces, la experiencia del Canal ha sido como un templo. Una cosa pura, espiritualmente maravillosa. La gente atenta con el móvil apagado en el puto bolsillo. Es imposible que a nadie le vaya bien esto, en algún momento petará. El péndulo va a tener que volver necesariamente al otro lado y vamos a hacer las cosas desde nuestra escala. Porque estamos con la obsesión de ser modernos y de que todo lo nuevo es bueno, y nos estamos dando cuenta de que “lo nuevo” nos está trayendo muchos problemas.

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