"Al final, el disco habla de cuán limitada está nuestra imaginación"
Entrevistas / Maria Arnal I Marcel Bagés

"Al final, el disco habla de cuán limitada está nuestra imaginación"

Yeray S Iborra — 08-03-2021
Fotografía — Álex Rademakers

Rechazar el cambio estos días es abocarse al sufrimiento. A la desrealización. Maria Arnal y Marcel Bagés han sabido asirse a los tiempos. Su segundo y esperado largo, “CLAMOR” (Fina Estampa, 21), es duda y milagro. Una apertura arrojada. Sonoridad densa, voces múltiples y emociones hechas estribillos.

“Siempre decimos que es un milagro”, atiende Maria Arnal en las oficinas de su discográfica. Sus ojos miran cómplices a los de Marcel Bagés, y su sonrisa, que asomaría por encima de la más holgada de las mascarillas, demuestra que, tal vez, el milagro esta vez sea mayor. Sacar un disco es un milagro. Pero ahora mismo está a la altura de –dolorosa metáfora– tener un piso en propiedad antes de los treinta.

Por ello, están emocionados. Por más turbulencias que hayan vivido estos meses, han hecho el disco que han querido: “CLAMOR” es una apertura de miras exigente, arrojada, y baila sobre una idea tan potente que asusta: hay que salir del ensimismamiento, echarle imaginación y abrirse a algo más grande, universal. Nuevos centros . Nuevos principios para viejos finales. Un álbum contrapandémico: no queremos “vieja normalidad”, hace falta “nueva”, nueva de veras.
El dúo ha abrazado otros universos en su ideario. También en lo sonoro: espacios densos, llenos de ambientes, voces múltiples (clamores), emociones y ficciones hechas estribillos. “CLAMOR” es un compañero de viaje con cantidad de enseres.

Siempre es un milagro. Pero esta vez…
(Maria Arnal) Yo nunca he pensado que no pudiera salir. Sí recuerdo que cuando envié el máster estuve una semana que espontáneamente me ponía a llorar. Como un samurái que por fin está en el spa...
(Marcel Bagés) ¿Los samuráis van al spa? [Ríe]
(Maria) Sí, ¡después de la guerra!

"Tenemos poco material, muy poco material para todo el rato que dedicamos: muchas horas".

No ha habido poca guerra estos meses atrás.
(Maria) El mundo cambia de forma severa. Aunque la idea del disco viene de más atrás: en 2018 tuve una circunstancia personal... Y en ese momento estaba muy interesada en eso de “cuántos finales tenemos que pasar en la vida”. Y qué hay en ese momento en que ves la luz por fin. Y de repente eres capaz de rehacerte.

Llegábais a 2018 tras un frenesí...
(Maria) Frenesí total. Tengo letras de aquel momento... Estaba muy despistada creativamente. [Ríe] Pero tuvimos una revelación: justo salió una exposición en el CCCB que comisariaba José Luis de Vicente [Sónar+D], “Después del fin del mundo”. Empecé a tener conversaciones con él sobre diversas ideas: es una persona muy apasionada, que lee mucho. Durante el primer año, solamente quedamos. Sin más. Tardamos mucho en ponernos con las canciones. Necesitábamos descansar.

Y de esas conversaciones nacieron las sacudidas del disco.
(Maria) Hay mucha polaridad en el álbum, sí. Las más luminosas en la primera parte, después llega “El cant de la Sibil·la”, y lo hace todo ultra oscuro...

Y antes, “Fiera de mí”. Primer adelanto. Difícil encontrar una para representar al conjunto, ¿no?
(Maria) “Fiera de mí” me gustaría que explicara, simplemente, que dentro del disco habrá sorpresas.

"No sé, veo el disco como si todo fueran puertas. Como si fuera un mismo paisaje con diferentes voces: el clamor".

Y las hay. Muchas...
(Maria) En el disco cada canción funciona como si fuera una voz diferente. Desde su punto de vista, cada tema termina siendo como una especie de personaje. No hay ninguna canción que sola explique todo el álbum.
(Marcel) “Fiera de mí” tiene de representativa que no te esperabas que hiciéramos algo así. Representa un movimiento, un desplazamiento. Con el anterior disco, muchas canciones ya eran conocidas por la gente. Aquí las hemos tenido que hacer en dos años, muy obsesionados con que cada una tuviese su carácter. Eso sí, que todas tuvieran estribillo, menos las raras. [Ríe]

Os lo habéis pasado por el forro...
(Maria) Nooo. [Ríe]

Es un disco que tiene mucha información. ¿Os da miedo confundir?
(Maria) Se irá desgranando. “Meteorit ferit”, por ejemplo, es una canción que habla sobre la vulnerabilidad. Y cada canción tiene su conflicto interno. El meteorito se va desintegrando y, por su potencia, mientras se va haciendo cada vez más pequeño, se va abriendo. El meteorito somos nosotros ahora: la extinción masiva no vendrá por un meteorito que nos destruirá... La especie humana acabará consigo misma antes.

Trabajar las letras a tantas escalas no debe ser fácil.
(Maria) Hay una primera persona. Desde una emoción muy concreta, por ejemplo “Ventura” habla sobre la fe y la no capacidad de creer todo lo que no se ve, pero que puede ser posible si crees en ello... Pero después todo se va volviendo complejo en significados, sí. No ha sido fácil. Volviendo a “Meteorit”, por ejemplo, estuve escuchando mucho a Manel, e incluso le pedí a Guillem [Gisbert], cuando la letra era todavía más larga, que qué opinaba de ella. Me dijo que era más interesante si lo dejaba flotando. Si no sabíamos si el meteorito se acababa desintegrando o no. “Pero a los sparrings no se les hace caso”, me dijo. [Ríe]

¿Qué hiciste?
[Asiente y sonríe]

En el disco se escuchan todos vuestros referentes: Arca, Filastine... Incluso Violeta Parra.
(Maria) Total. “Milagro” es totalmente Violeta Parra, está hecha en décimas. Pero hay muchos más referentes: “El gran silencio” es una historia de Ted Chiang [escritor estadounidense de ficción especulativa]. La letra está hecha para que sea muy críptica, para que la gente en algún momento, si le gusta la canción, lea el relato. No sé, veo el disco como si todo fueran puertas. Como si fuera un mismo paisaje con diferentes voces: el clamor. Si te paras a escucharlo, puedes entrar totalmente dentro de él y ser el personaje; lo puedes mirar desde fuera y de repente vivir toda una riqueza que hasta ese momento no habías vivido. Y si eres capaz de ponerte en el lugar del otro, te puedes acabar transformando.

Antes los archivos eran sonoros, de tradición oral, ¡y ahora de voces!
(Maria) ¡Exacto! Con Jose Luis decíamos que “todas las voces del universo” de “Tú que vienes a rondarme” ahora son todas estas voces que se escuchan en el álbum. Al final, el disco habla de cuán limitada está nuestra imaginaciónEn el disco cada canción funciona como si fuera una voz diferente. Como decía, siempre pensamos en los mismos finales. Incluso colectivos. Siempre tenemos las mismas imágenes distópicas: la misma idea de apocalipsis, pero apocalipsis en griego significa revelación y la Sibila es la profetisa del Apocalipsis: en realidad ella aporta una revelación. ¿Cuál es la revelación de este disco?

¿...Que haya salido?
[Ríe Marcel Bagés y sigue Maria Arnal] La vida es exuberante, grande, enorme: ¡Mucho más de lo que habíamos pensado! Y nuestra mirada no puede ser únicamente hacia nosotros mismos, en términos de especie, y tampoco en términos individuales... Cuando estás en un momento oscuro...

"Los tres hemos trabajado a tope para que el disco tenga entidad propia. Para que sea más grande que nosotros".

No hay que ensimismarse.
(Maria) Exacto.

¿Os preocupa que todo esto se comunique bien? No es un disco de primera, ni de segunda, ni de tercera escucha.
(Marcel) Es un disco honesto. [Maria Arnal ríe de fondo] Hay unos desplazamientos, una materia prima creativa que siempre ha estado ahí, pero no de la manera en que la hemos utilizado ahora. El loop siempre ha estado, por ejemplo.

Tú te has liberado de sostener todas las canciones con la guitarra...
(Marcel) ¡Sí…!

Y tú de la voz principal...
(Maria) Sí, la voz no es siempre la voz solista. Hay más voces.

¿Es el disco que pensabais que saldría cuando empezasteis con él?
(Maria) Hay algo muy mágico... El disco mismo al final te acaba cogiendo a ti. ¿Es lo que me había imaginado? No, pero me gusta. No sé, vas haciendo canción por canción y de repente, con el tiempo te gusta. “Tú que vienes a rondarme” también fue una sorpresa gigante para mucha gente que venía de “Verbena”. Seguimos nuestra intuición. Lo hemos vuelto a hacer. Estoy muy orgullosa; lo estamos todos.

¿Qué sería que “un disco funcione” hoy día, como está el panorama?
(Maria) Que la gente conecte con lo que quieres explicar, que la gente se lo haga suyo. Más allá de una canción concreta. Aquí [en el disco] hay un punto de luz; abrir la mirada.

¿Cómo abrís vosotros la mirada? ¿Cómo os cuidáis?
(Maria) A ver, si digo que soy muy intensa, no descubro nada. [Risas]
(Marcel) Somos muy intensos. Tenemos poco material, muy poco material para todo el rato que dedicamos: muchas horas. Y David Soler igual. Ha dedicado veinticuatro horas. Se ha liberado de trabajos. Hemos ido a seis manos y David ha puesto muchísimo tiempo, y él es igual o peor con su dedicación que nosotros; a las cinco de la mañana te manda un WeTransfer. Y yo igual: salgo del local a las ocho de la mañana y envió un trocito de tal o cual... A las ocho de la mañana... No eres muy cerebral. [Ríe]

¿Cómo hacéis para que no os mate la autoexigencia?
(Maria) Estar ahí, al menos a mí, me salva; le da sentido a todo. Los tres hemos trabajado a tope para que el disco tenga entidad propia. Para que sea más grande que nosotros.

¿Habéis tenido miedos estos meses? Sacar disco y no presentarlo...
(Marcel) Somos bastante de saltar al vacío.
(Maria) Mi gran revelación en la pandemia es que a mí los bolos me encantan y me lo paso muy bien en ellos, pero me gusta por igual hacer canciones y seguir aprendiendo a producir. Así que todo bien.
(Marcel) ¡Pero que vengan todos a los conciertos, eh! [Ríe]
(Maria) Es complicado si uno piensa en cómo lo haremos. La cosa es hasta qué punto dejamos que todos esos miedos nos cojan. Mientras tanto, pienso en escribir una letra, aprender a cantar diferente o tocar no sé qué instrumento. Y sí, podemos estar muy desprotegidos, pero tenemos millones de privilegios.

Y todo, teniendo en cuenta lo importante que ha sido para vosotros el directo... Sin el cambio escénico, sin ese “levantarse”, no existiría este disco.
(Maria) Sin duda. Pero lo iremos viendo. Porque al final la idea era sacar el disco e íbamos a hacer una gira de festivales... Cayó todo esto. Hicimos todo el diseño escénico de luces... Y al final todo se hizo para que fuera para un auditorio, un teatro de barrio o un escenario grande. ¡Pero que mole muchísimo visualmente!

A menos bolos, más importancia cada uno.
(Maria) Ciertamente, hacer conciertos hoy día no es una experiencia muy agradable, cuesta mucho; ser público hoy día es muy complicado. No es algo que apetezca, pero todavía hace más especial que la gente que ha ido a verte lo haga con sus dudas y sus miedos, con sus riesgos. En un contexto de altísima desprotección, sin apoyo institucional para el mundo de la cultura y de la música en directo. Y bueno, no ganaremos el dinero que pensábamos, pero hemos sacado el disco, y a partir de ahí cuáles sean las cartas, las jugaremos. Y jugamos mejor con creatividad, y para ser creativos necesitamos estar bien emocionalmente. Cómo se cuida cada uno aquí, ya es otro tema. Yo sé que si hago “canciones que sí” y las puedo hacer lucir, estoy bien. Y si luego tengo que cambiar de piso a uno más pequeño, con menor alquiler, ya lo haré; para mí, la riqueza es otra. Y vuelvo: es un privilegio poder plantearnos todo esto. Seguimos el viaje. Como el disco: centrarnos en nuevas cosas y no en lo perdido. E imaginar. Esa es la gran revelación.

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