J.T.
Discos / Steve Earle

J.T.

8 / 10
David Pérez Marín — 26-01-2021
Empresa — New West records
Género — Alt-Country / Americana

La cariñosa y descarnada despedida de un padre ausente que, masticando océanos de pena, celebra en cada vibrante reinterpretación la vida y obra de Justin Townes. Un duelo en once canciones que conforman el imposible intento por reencontrarse, surcando la infinita extensión de la herida más incicatrizable y dolorosa, con su hijo perdido. Aquel que fue reflejo de su padre en lo bueno y en lo malo, Justin Townes Earle, adelantó su muerte a los treinta y ocho años el pasado 23 de agosto en Nashville, a causa de esa sobredosis de drogas que tantas veces le rondó y esta vez sí encontró el centro de la diana.

Dicen que no hay nada peor que sobrevivir a tus hijos, y más aún si se despiden de la vida inesperadamente. En la historia del arte y de la música en particular, hay muchas obras alumbradas por esa sombra que porta guadaña y nos arrebata, sin avisar, aquello que más amamos. Una búsqueda de luz en las tinieblas, un intento por recuperar el sentir propio en la creación artística, un tributo que aporte algo de redención tras la mayor de las pérdidas. Del “All My Love” que compuso Robert Plant tras la muerte de su hijo Karac, a esas “lágrimas en el cielo” que lloró Eric Clapton y que se convertirían en una de sus canciones más conocidas y hermosas, la eterna “Tears In Heaven”. Hasta llegar a la monumental y desgarradora obra maestra que tejió con hilo negro Nick Cave en Skeleton Tree(16), quizás el disco más verdaderamente conmovedor y demoledor de las últimas décadas. Pena individual y universal tan desbordante e inapagable que, en el caso de Cave, siguió compartiéndola en la película “One More Time With Feeling” (16), abriéndose el pecho vacío en canal y, poco a poco, recuperando el pulso de sus días en Ghosteen (19), continuando la senda del duelo en otro trabajo imprescindible.

Bajo esa lluvia de tristeza en la que nos ahogaríamos cualquier mortal y en la que, en cambio, algunos artistas han conseguido crear obras que dejan marca y recomponer (en parte) su vida y a veces hasta la nuestra, volvemos a retomar los pasos de nuestro protagonista, un Steve Earle que se sumerge en su tormenta interior y pública en plataformas (la versión física no verá la luz hasta el 19 de marzo) “J.T.” (así llamaban a Justin en familia), el día que su vástago fallecido hubiera cumplido treinta y nueve años (4 de enero), revisitando una decena de canciones de Justin Townes y cerrando con esas palabras finales que le dedica y firma, “Last Words”. Pista inédita en la que cuenta parte de esa última conversación telefónica que compartió con Justin la noche antes de su muerte, en la que su áspera y ronca voz se quiebra en cada fraseo y nos araña por dentro. Ese abrazo añorado en una vida de desencuentros entre padre e hijo, saldado en la distancia con ese “te quiero” mutuo que deja pasar un hilo de luz y cierta paz en la despedida.

Diez temas elige Steve de la amplia producción de su hijo (un EP y ocho álbumes en trece años), para reinterpretarlos a su manera, desprendiendo amor y colorida energía country (la misma que refleja la preciosa portada) junto a The Dukes, banda habitual de Earle por la que pasó brevemente Justin antes de volar solo, alcanzando grandes cimas que lo convirtieron en uno de los jóvenes referentes con más personalidad del género.

Earle comienza el valiente viaje con los brazos más vacíos que nunca y “I Don’t Care”, tema rescatado de aquella carta de presentación desnuda de 2008, “Yuma”, EP en el que Justin Townes ya mostró la profundidad de sus raíces y esa esencia folk y naturalidad para transmitir que no todos poseen, dejando claro que el apellido “Townes” que le puso su padre en honor al mentor y amigo Townes Van Zandt, le corría por la sangre. Steve y The Dukes le impregnan un plus de matices instrumentales y, como dice la canción, aunque “no sepamos a dónde vamos, no nos importa”, porque Earle y la banda hacen que salga un sol de invierno que calienta y alumbra durante todo el trayecto.

Así nos adentramos en el primer largo de Justin Townes, el vibrante “The Good Life” (08), disco del que Steve toma más canciones, cuatro en total: los Dukes y Earle le sacan brillo al espíritu honky tonk de “Ain’t Glad I’m Leaving”, nos mecen en la hermosa “Far Away In Another Town”, con la voz rota de Earle rezumando verdad y sentimientos a raudales, más mandolina, dobro y violín al mando; y, a la tercera, caemos tocados y hundidos, con otra masterpiece de su debut, “Turn Out My Lights”, esa en la que Justin te atrapaba a fuego lento, con una armónica que parecía guardar la esencia de los grandes clásicos de la música americana, Springsteen a cada soplo, y que ahora su padre la recrea sin perder un ápice de alma, con la banda fluyendo como una brisa sanadora y el maltrecho corazón de Earle resquebrajándose a cada estremecedor fraseo. La cuarta de aquellos primeros surcos es el folk-fronterizo “Lone Pine Hill”, al que los Dukes y el progenitor le inyectan músculo y aspereza que le queda como anillo al dedo.

Brillan por sí solas piezas maestras de J.T. como “They Killed John Henry” de “Midnight At The Movies” (09), con un extra de bluegrass y montañas en vena para la ocasión, “Harlem River Blues” del disco de mismo nombre de 2010, ganando pulso country y perdiendo ahora su sabor a Louisiana y aquellos omnipresentes coros (rescatados solo al final), pasando por la deliciosa cadencia rockera de “María”, de “Nothing’s Gonna Change The Way You Feel About Me Now” (12), o reventando los termómetros con “Champagne Corolla” de “Kids In The Streets” (17). Del sobresaliente último trabajo de J.T., “The Saint Of Lost Causes” (19), es el tema titular el que resuena, conservando parte de su serpenteante y tormentosa oscuridad, con esa letra que retumba y duele en la boca de un padre que, desafiante, mira con rabia a los ojos al Santo de las Causas Perdidas. “I'm a bad dream”, así comienza “The Saint Of Lost Causes” y ojalá todo fuera un mal sueño… Mientras nos despertamos o no, Justin Town y Van Zandt chocan sus copas desde las estrellas y la música continúa.

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