Mundos Inmóviles Derrumbándose
Discos / Nacho Vegas

Mundos Inmóviles Derrumbándose

8 / 10
David Pérez — 20-01-2022
Empresa — Oso Polita
Género — Canción

Parafraseando libremente al gran Ángel González, a veces hay que huir del invierno, del “recurso de andar solo, / de vaciar el alma de ternura / y llenarla de hastío e indiferencia, / en este tiempo hostil, propicio al odio”. En ese marco circunstancial nace “Mundos Inmóviles Derrumbándose”, dentro de una omnipresente pandemia que sigue pausando nuestras vidas, pasando por esas enfermedades del alma que llegan sin avisar y no entienden de mascarillas, distancia de seguridad ni vacuna. De los mundos que habitamos a los mundos que nos habitan. Nacho Vegas, tras “arder en el agua y ahogarse en el fuego”, vuelve a renacer en los surcos de estas diez nuevas pistas que poseen una palpitante herida abierta que borbotea fragilidad, soledad y cruda belleza marca de la casa. Y entre tanta doliente oscuridad, a través de los escombros vitales individuales y colectivos, un hilo de esperanza, un rayo de sol en la lucha que siempre deja (momentáneamente), a base de música y canciones, la sombra vencida.

En esa desarmonía del vivir es dónde Vegas teje y nos golpea con la genuina verdad de su cancionero, “flotando como una mariposa y picando como una abeja”. De esa afilada sensibilidad se vale para removernos por dentro, derrumbando mundos y construyendo otros nuevos. Proceso que realizó en primera persona dejando Xixón y huyendo de una tristeza galopante que comenzaba a calarle hasta los huesos, encontrando refugio en el pequeño pueblo pesquero de Ortigueira (Asturias). Allí, acompañado de uno de sus mejores amigos de toda la vida, Juan Ablanedo (compañero de banda en Eliminator Jr. y Manta Ray) y Tass, el perro de Juan, en una casa de dos plantas, rodeado por el inmenso mar cobalto que se fundía cada día con el cielo gris cegador, Vegas montó un pequeño estudio de grabación y purgando penas, fraguó estas viscerales y al mismo tiempo, por momentos, luminosas canciones. Diez pequeños faros que hacen girar su foco de luz y, mostrando ese laberinto de mareas opresivas y “el rumor de la locura”, encuentran entre los parpadeantes resplandores de su girar, ese “don de la ternura” que reanima, poco a poco, el corazón helado y dolorido bajo un inesperado y salvador sol de invierno. Así, al son de “El don de la ternura” y ardiendo en el fuego fatuo de “El mundo en torno a ti”, bailan estos planetas que se desmoronan y dan a luz otros nuevos. Temas donde el amor y la crueldad se rozan y penden de un hilo y, sin regocijarse en la disforia, sino mirándola a los ojos, bailan un vals calmado en ese horizonte donde se ahoga el día y amanece otra, quizás penúltima, oportunidad.

Menos cínico, igual de directo y con un plus, tan necesario en estos tiempos, de sentimentalidad compartida y empatía como único remedio y punto de encuentro. Una revuelta confesional a fuego lento donde no pierde un ápice de mordida y resuena el hechizo malsano y adictivo de obras cumbres de su carrera. Con el eco de sus momentos más descarnados e introspectivos, desde el sobresaliente debut en solitario, hace ya dos décadas, con “Actos inexplicables” (01), pasando por la profundidad compositiva y reconfirmación como songwriter crepuscular, en la doble dosis de resplandeciente oscuridad de “Cajas de música difíciles de parar” y “Desaparezca aquí” (05), sin olvidar esos dos zarpazos a tumba abierta de “El manifiesto desastre” (08) y “La zona sucia” (11).

Por esos derroteros de lamentos (sin regocijarse en ellos, sino afrontandolos cara a cara) en el difícil duelo de vivir, comienza el viaje y “cae a plomo un nuevo amanecer” bajo la épica solemnidad de los coros y el chello de Mursego en “Belart”, con percusiones que truenan en la niebla de guadaña y aplastamiento que nos envuelve tras la pérdida de un ser querido y la dificultad del simple sobrevivir con ese inabarcable e incomprensible vacío. Misma culminación del dolor recorremos, pero con unas melodías más dulces y reconfortantes, con hermosos arreglos de cuerdas incluidos, en la desnudez verdadera de “Ramón In”, dándonos la clave sonora y sanadora de este sobresaliente noveno largo del asturiano, y segundo con nueva agencia, Oso Polita, tras el mucho más que un recopilatorio “Oro, salitre y carbón” (20).

Así, como reza la festiva (musicalmente) canción/panfleto-bomba “Big Crunch”, con la participación del Coru Antifascista Al Altu La Lleva, el tema más intrínsecamente político (junto al adelanto “La flor de la manzana”) del lote, en el que late ese deseo de implosión del capitalismo y todo lo que nos deshumaniza: “Siempre hay luz ante tanta oscuridad”. Y es que, en estos “Mundos Inmóviles Derrumbándose”, Vegas parece haber encontrado ese punto medio perfecto con el que juguetea como nadie, haciendo que, entre dentellada y dentellada de esa compartida infelicidad de las relaciones afectivas que terminan por descarrilar, la soledad y la denuncia social, crezcan enredaderas de luz en cada una de las heridas, haciendo que la neblina de tristeza poética de las letras, dance con melodías vibrantes y rebosantes de texturas esperanzadoramente luminosas.

Si “Big Crunch” se encuentra en ese plano de compromiso que abrió y en el que fue zigzagueando más concienzudamente con y desde los epés “Cómo hacer crac” (11) y “Canciones Populistas” (15), pasando por surcos de Resituación” (14) y desembocando en “Violética” (18), el Vegas amante del folclore y la tradición que cristalizó en el homónimo proyecto Lucas 15, defensor de la particularidad que nos hace únicos, las raíces y la cooficialidad de las lenguas, está también presente en “Mundos Inmóviles Derrumbándose” con dos canciones cantadas en bable: El hermoso final de los finales con “Un principiu de crueldá”, entre nana morfínica y espiritual, y la versión homenaje a su querido John Prine, que este año murió por coronavirus, “Muerre’l Branu”, una maravillosa adaptación del mítico “Summer’s End”.

Con “Teatro” (98) de Willie Nelson de disco de cabecera y versos de Raymond Carver inspirando esa proclama central de la ternura como única arma para abrirnos paso y compartir las angustias del mundo, Vegas “redespega” dejando una brillante estela a su paso. Mención aparte y mérito añadido, el tener que reformular el proyecto y rehacer la banda tras la inevitable marcha del nido de los leones (León Benavente). Tomando Nacho los mandos de la producción junto a un equipo que se erige como sus nuevos Bad Seeds: Hans Laguna, Ferrán Resines y Cristian Pallejà, además de los habituales e indispensables Joseba Irazoki y Manu Molina. El arte del álbum, con esas bellas y mágicas bolas de cristal que contienen diferentes escenas y enigmáticos mundos inmóviles, queda a cargo del ilustrador Miguel Brieva. Otra colaboración que aporta nuevos colores al proyecto, es la de la banda puertorriqueña Mancha ‘E Plátano, bañando “La flor de la manzana” con ritmos afrocaribeños, inyectándole una calidez extra a otra sátira social basada en hechos reales trágicos e invisibles para muchos medios, gobiernos y consejos de administración: La huelga de hambre de los trabajadores del puerto marítimo de Xixón, que tuvo lugar en plena pandemia. En dicha lucha, uno de los trabajadores, tras treinta y siete días sin comer, sufrió graves secuelas físicas.

El mar y siempre el mar y, tras ese “Cien veces llegué hasta el precipicio para contemplar un vacío atravesado por mi soledad”, nos dejamos caer y llevar por el vaivén de unos preciosistas arreglos que nos hacen flotar y esperar “La séptima ola”, no pandémica, sino esa serie que todo surfista sueña con coger y a nosotros, gustosamente, nos arrastra en otra de las composiciones más poderosas e hipnóticas del disco.

Y si siempre el mar, también el amor y el desamor, un permanente volcán activo, que te revuelve, encuentra y quema, como una lengua de lava, en la orilla y en las profundidades. Un lugar para “cantar a lo indecible” y “volverte a encontrar en esta noche eterna”, bajo el balanceo de estrellas muertas en “La noche que nunca acaba”, con otra delicada y mágica atmósfera tejida por teclados, coros y guitarras que nos hace jirones por dentro. El querer en fuga que se desangra eterna y dulcemente tras amarse hasta el final.

Quizás la música no tenga ese poder transformador que muchas veces le otorgamos, pero sí puede acompañarnos en procesos vitales y sociales e insuflarles ese empuje y brisa que nos ayuda, cuando más cuesta reencontrarse con la ilusión, a proseguir el viaje hacia un nuevo destino. “Mundos Inmóviles Derrumbándose” es una muesca imborrable más en el inconsciente sentimental colectivo del que, con permiso de nuestro añorado Rafael Berrio, sigue siendo el songwriter a batir.

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