Dos caminos se cruzan y deciden seguir juntos. Así nace “Lágrimas de Plomo Fundido” (El Volcán música, 25). La unión entre El Canijo de Jerez y Los Estanques podía parecer anecdótica, pero acaba convirtiéndose en una de las alianzas más inspiradas de los últimos años. Desde la primera escucha se percibe que aquí no hay ensayo de estilo ni choque de mundos, sino un diálogo real entre la raíz garrapatera y andaluza de Marcos y la experimentación norteña y psicodélica de Iñigo. Lo que los une no es una estrategia, sino la amistad: una química que sostiene y atraviesa todo el proyecto.
El disco se grabó en un pequeño pueblo cántabro, entre cintas analógicas y tomas completas. Esa elección define su carácter: un álbum que se mueve con naturalidad. Las canciones respiran, se expanden, se transforman. Lo que empieza como una rumba termina en un delirio progresivo; lo que parece un cante se disuelve en rock experimental.
La huella del rock andaluz de los setenta, representada por Triana, Smash o Alameda, se cruza con el progresivo europeo de grupos como Focus o Premiata Forneria Marconi, en una fusión que nunca suena impostada. Los Estanques no imitan; reinterpretan. El Canijo no renuncia a su raíz; la expande. Producción y composición se funden en un solo cuerpo donde todo fluye con libertad. Y ese es el secreto de este álbum.
“El murmullo de los perros”, segundo single, condensa el espíritu del disco. Arranca con un guiño a “La leyenda del tiempo” de Camarón, se transforma en pop-rock, se disuelve en progresivo y regresa al punto de partida, donde Pedro Pimentel aporta guitarra y palmas, un duende que también deja en “La llave secreta del bazar” o “Ciclo vital”, en esta última el cante de José de los Camarones parte el tema en dos como una grieta luminosa.
Algo similar ocurre con “Fatigas Dobles”, un tema que crece desde la sensualidad hasta una orgía guitarrera, para volver al paso lento y cerrarse en un enfoque coral. Cada canción se mueve en varias direcciones: “Luna, tú me llevas” nos transporta al sonido Caño Roto; “Fumata grupal” y “Estamos listos para golpear” se lanzan al rock, el primero ligado al pop, el segundo al urbano, mientras los pasajes instrumentales conectan con la tradición progresiva sin perder la tierra. Escuchar “Lágrimas de Plomo Fundido” es descubrir un disco de idas y venidas, de matices y complicidades. Un encuentro improbable que funciona con una naturalidad desarmante.
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