San Felices

Comenzar la escucha de “San Felices” (Universal Music, 25) es como abrir la puerta de la casa del pueblo después de toda una vida sin haber estado. Ese momento en que los recuerdos se atropellan, los olores que parecían olvidados regresan con fuerza y la vida parece no haberse detenido. Porque La Maravillosa Orquesta del Alcohol están de regreso cuatro años después de su último disco, pero este nuevo trabajo se siente como si nunca se hubiesen marchado. Como si el tiempo no hubiese cambiado nada, sino que simplemente les ha llenado de experiencia y vida en el equipaje.

Son trece canciones que respiran el tiempo y la calma con la que seguramente fueron construidas. Un álbum tejido sin prisas, donde cada detalle está cuidado y en el que la producción de Carlos Raya aporta claridad y calidez. No hay artificios ni riesgos aparentes, pero tampoco hacen falta. Musicalmente se siente como un trabajo cálido y honesto, donde las capas acústicas se entrelazan sin imponerse, como si de un puzle se tratase. Guitarras, banjo, saxo, acordeón… nada sobra, todo suma. No hay riesgo, y al mismo tiempo los hay todos. No hay nada que suene nuevo o extraño, y sin embargo todo vibra distinto. Todas las pistas se asocian inmediatamente con el universo de los burgaleses, y eso podría haber sido peligroso. Pero ocurre lo contrario: “San Felices” es una reafirmación. Una evolución que no reniega de su identidad. La M.O.D.A. se consolidan confirmando lo que ya se sabía: hacen canciones que narran historias, historias que guardan memorias, memorias que perduran en el tiempo.

Y aunque ellos mismos han reconocido no ser muy amigos de las colaboraciones, las dos que aparecen aquí son un acierto absoluto. Repion en “No te necesito para ser feliz” aportan presente y futuro, en una canción que grita identidad. En “Subiendo como El Chava Jiménez”, junto a Leiva, firman uno de los temas más redondos. Por la intensidad narrativa, por la historia musical que encierra y por ese tono de tributo sincero con el que resulta imposible no sentirse identificado de una forma u otra. Pero es necesario destacar que aunque esa última pieza - o también “Alsa pa Madrid” -, tenga todas las papeletas para convertirse en la más destacada, lo cierto es que “San Felices” se vive como un viaje donde cada parada es importante y necesaria. Un recorrido por distintos rincones vitales en los que asoman el barrio, la nostalgia y la amistad, con un afán casi sanador.

Es un disco que pide ser escuchado de principio a fin, con calma, saboreando cada segundo. La posible ausencia de un “gran tema” se convierte, paradójicamente, en una de sus mayores virtudes: cada corte sostiene al siguiente, y juntos construyen un relato emocional del que cuesta salir. Porque, además, con cada escucha, cada canción reclama su lugar, como si pidiera ser oída en el momento exacto en que le toca brillar. Las letras, sencillas y directas, no buscan metáforas imposibles ni se visten con ropas innecesarias. Hablan de lo cotidiano, de la vida que pasa y deja marca, de la necesidad de reconciliarse con uno mismo. Son canciones que sirven para arreglarse por dentro, para acordarse y valorar, aunque duela. Canciones para viajar, para seguir adelante con la mochila llena de recuerdos.

En definitiva, esta es la obra de una banda que habla alto y claro sobre quiénes son y qué papel quieren tener en la música. Un disco que encajará a la perfección entre sus fieles, pero que también puede convertirse en la carta de presentación ideal para quienes descubran ahora su mundo. Un álbum pensado para escucharse con pausa y atención, saboreando cada segundo y sintiendo, al terminar, cómo algo se ha movido dentro. Cuatro años han pasado desde “Nuevo Cancionero Burgalés”, y ahora La M.O.D.A. da un golpe sereno sobre la mesa: un regreso maduro, sosegado, un disco hecho para llorar, celebrar y recordar quien se es mientras se escucha.