El Primer Vuelo de las Aves
Discos / Monte Terror

El Primer Vuelo de las Aves

8 / 10
Daniel S. Botello Cohen — 28-10-2021
Empresa — Desorden Sonoro

Desde su primera aparición, Monte Terror elaboraron una especie de lenguaje dirigido a la Almería sumergida bajo la arena del desierto. Su ya más que conocida y aplaudida fórmula fueron crujidos ruidistas, muchos detalles en las cuerdas e interminables juegos vocales llenos de intensidad. Siempre oníricos y progresivos, pero con ese cristal intelectual tras el que observar otros mundos que a veces reflejan este, pero sin perder de vista los bancos del barrio o el poyete del puerto de Roquetas de Mar. Y es que, cualquiera que sepa como un lugar define un sonido no puede olvidar, pese a que el volcán de la isla de Ross de la cual saca el nombre la banda se encuentra en la Antártida, que Monte Terror contiene altas trazas marineras de tempestad, con redes azules sobre la cubierta y bollas descoloridas esparcidas. El barco de la banda de Dani Salvador, Miriam Cobo, Juan Muñoz, Manolo Illescas y Juanjo Rodríguez comenzó su botadura hace algunos años y disco tras disco nos han ido dando cada vez mas de ese particular universo del que el noventudo shoegaze, es ya un palabro obligado cuando se habla de ellos. Pero cogiendo la franqueza como guía, en su música tenemos muchos ingredientes que cuajan compactos incluso en cualquier pico de distorsión, eco o en el silencio con el que juegan siempre en sus composiciones. Con este nuevo viaje hacia el otoño de una juventud ya pasada, aunque palpitante de vida a bordo de un barco hogar o, a lomos de un ave que atraviesa la tormenta y la calma mirando desde un mástil o entre las nubes batiendo las alas. Monte Terror deslumbra en el artwork del disco una vez más, contando con su habitual artista de cabecera, Pablo Foruria y haciendo que quieras tenerlo físicamente, aunque luego lo escuches de forma digital.

Tal y como te contábamos en estas páginas hace menos de un mes, el disco ha sido grabado en La Mina bajo la batuta maestra de Raúl Pérez en las máquinas y sin duda, ha hecho que un grupo de por si brillante en concepto y forma, suene más poderoso si cabe. Lo decimos porque desde que las pistas comienzan su viaje con Ardea Cinerea sabes que estas ante la intensidad de siempre, pero con algo añadido que te deja en lo alto. No es de extrañar, porque al cambio de track Miriam Cobo toma el micro para subirnos literalmente hasta La Cima y desde allí volar con las alas desplegadas del que fuera el video single de adelanto, La Línea de Sombra, y cuyo video, realizado por Cristina Meca y Rubén Carrillo ya nos dejaba entrever el nuevo escalón de la banda almeriense. Y luego está lo de los interludios. No todos los grupos practican lo de hacer un alto en el camino y susurrarte otro paraje mientras te reacomodas en la cubierta, para ver hacia donde continúa el horizonte. Monte Terror lo hace siempre bien, y con maestría en La noche es algo tan largo para devolvernos a la luz, con esa percusión repleta de uniformes sin insignias llamada, El desencanto, el duelo y la calma, literatura para la puesta de sol hecha canción.

Lo mitológico, lo tribal, algo de costumbrismo marinero y dulzura hecha ruido cuando suenan los primeros acordes de Damas Oferentes sobre un barco para que la voz de Manolo sea de nuevo la del coro frente a la de Miriam Cobo en primer plano, otra de las novedades en la banda que hace que nos guste más si cabe y que, junto a la progresión de las melodías cada vez más elaboradas, hacen que esta (a título personal) sea una de las favoritas del disco con el interludio de despedida, Hace viento y lloverá. La llegada a tierra que es Isla Desolación, a pesar de la bella tristeza que emana su letra, nos sitúa en el final y allí, tras contemplar el camino recorrido, nos acabamos encontrando con uno de los trabajos más redondos de principio a fin de la banda almeriense. Ahora, solo nos queda esperar lo realmente importante para que la música de Monte Terror complete su despegue de aves marinas, tocarla en vivo y girar con ella por mil sitios, para algún día llegar a la Antártida y completar un ciclo que empezó hace mucho y que cada vez vuela más alto y silencioso.

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