Treinta años creciendo juntos
Conciertos / Womad Cáceres

Treinta años creciendo juntos

8 / 10
Miguel Amorós — 09-05-2022
Empresa — Consorcio Gran Teatro de Cáceres
Fecha — 07 mayo, 2022
Sala — Ciudad Monumental de Cáceres, Cáceres
Fotografía — Antonio Marín


De esta manera definieron los organizadores del festival lo que está ocurriendo entre la ciudad de Cáceres y este singular evento musical y cultural de primer orden.

Cumplir treinta años de convivencia y que, año tras año, ese gran trabajo colme las expectativas creadas, es una difícil tarea. 
La organización de este año, por ejemplo, con todos sus condicionantes, les ha hecho sudar tinta. Pero la satisfacción de que 140.000 personas pudieran disfrutar de estos cuatro días de música, arte y danza, compensa el esfuerzo. Así que de nuevo felicidades por el éxito.

Esta edición también se calificó como la del reencuentro. Y no solo ha sido de la ciudad con el Womad, sino que el público lo ha vivido como un espacio social donde ha podido reencontrarse después de estos dos años de ausencia.
Lo cierto es que muchos de los que acuden, no solo lo hacen por el conocimiento de un artista en particular, sino también para descubrir nuevos grupos, para dejarse sorprender por la música de otros países o por participar de las múltiples actividades paralelas que les ofrece.

En particular en la edición de este año hay que resaltar el protagonismo de las propuestas femeninas y feministas. Grupos como Ayom, Les Amazones d’Afrique, Tarta Relena, Dobet Gnahoré, Virginia Rodrigo, Liraz o Ana Tijoux defendieron mensajes a favor de los derechos de la mujer.
Pero centrémonos en la parte musical.

Jueves
 5 de mayo

A Shoul & Libra Loggia les tocó el privilegio de abrir el Womad. Su propuesta nace del rap y el hip hop, urbano y callejero. Llevan ya más de ocho años y están en una línea musical que podría enlazar con lo que hacen Ajax y Prok. Les costó calentar el ambiente en poco más de media hora, pero al acabar su último tema, “El Malo”, el numeroso público que empezaba a llenar la Plaza Mayor los despidió con un gran ruido.

La rumba con denominación de origen cacereña que trajo Darío González siguió con la tarea de ir calentando motores. El presentarse él solo armado de su guitarra, da fe de su valentía y desparpajo. Recordó a todos que relativamente hacía poco que estaba tocando esas mismas canciones, para sus colegas, en la celebres escalinatas que se encuentran en medio de la plaza. Canciones como la que cerró su concierto, “Besos de fresa”, que cantó arropado por unos cómplices seguidores que se agolpaban en las primeras filas.

Él dio paso a Ayom, el primer grupo internacional. Y ese adjetivo está bien escogido porque lo componen músicos de Brasil, Italia, Angola, Grecia con sede en Barcelona. Cuentan que sus melódicas y rítmicas canciones son para danzar, sonreír y pensar. Pues las utilizaron para llevarnos en un viaje musical donde brillaron los ritmos brasileños, afrolatinos y afrolusitanos. Por encima de ellos, la voz rica y dulce de Jabu Morales, en el centro de la escena cantando y tocando percusiones. Algunas de sus canciones tienen mensajes claros “dicen que la mujer no puede hacer lo que quiere, no te canses de luchar”. Aunque tuvieron algún problema interno en el sonido que les incomodó, no afectó al exterior y sus canciones se acogieron con gusto.

Lo dejaron todo preparado para la explosión de color y ritmo que suministraron Les Amazones d’Afrique. Este proyecto abierto y cambiante defiende un objetivo común, la lucha por la igualdad de género. Y que mejor forma de hacerlo que con mucho ritmo. Sus canciones están pasadas por un tamiz urbano y electrónico que refleja esa África femenina y contemporánea que ellas representan. Las tres solistas que formaban en esta ocasión Les Amazones fueron la gran diva malí Mamani Keita, Fafa Ruffino de Benin y Kandy Guira de Burkina Faso. Además, invitaron a Dobet Gnahore, que actuaba al día siguiente en el festival, para que la fiesta fuera mayor. Cuatro solistas cada una con una amplia carrera que vale por sí misma, pero que juntas multiplicaron el efecto. Apoyadas por batería, guitarra y un dj y teclados, su mezcla de raíces con electrónica, house y funk, funcionó a la perfección y cumplió con una de las promesas del festival que aseguraba que este año íbamos a bailar.

Foto: Songhoy Blues

Viernes
 6 de mayo 

Tras un primer día con gran afluencia de público, el viernes auguraba aún mejores perspectivas, y así fue. De nuevo dos bandas extremeñas para empezar a hacer boca en la Plaza Mayor. Primero fueron Rui Díaz & La Banda Imposible. Este cacereño además de componer cantar y tocar la guitarra, tiene varios libros editados. Y la Banda Imposible no solo destila contundencia, sino que, gracias al violonchelo y teclados, es capaz de crear paisajes acogedores para esas letras particulares. A pesar de que solo disponían de media hora, dejaron un buen show entre acústico y muy eléctrico.

Algo parecido ocurrió con Los Niños de los Ojos Rojos. Sabían que solo tenían ese tiempo, y llevaban sin tocar casi cuatro años, así que salieron dispuestos a darlo todo desde el principio. Vale que la banda incorpore violín y bouzuki, algo que los hace diferentes, pero sus letras sociales, su actitud y aceleración hacen que esa “fusión atemporal de géneros”, se convierta en un auténtico punk folk difícil de aguantar quieto.

 Y esto es el Womad, un mundo de contrastes. Porque tras ese frenesí musical, en la impresionante Plaza de San Jorge estaban las catalanas de Tarta Relena.
 Si no las conoces y te hablan de dos voces cantando casi a capella, no sabemos que puedes imaginar, sin embargo, su puesta en escena tiene un halo de magia difícil de explicar. Quizá por ello han actuado y van a actuar en múltiples y distintos festivales. A pesar de que no pudieron utilizar la parte visual de su espectáculo, bastó su magnética combinación vocal, que a veces resulta hasta estremecedora. Repasaron su disco “Fiat Lux” donde rinden tributo a excepcionales mujeres (en general, poco conocidas) a lo largo de la historia. Antes de cada canción la explicaron para poner en contexto su interpretación, y con una presencia escénica que ellas califican de “estatuas”, añadían unas bases simples y hasta inquietantes, que resaltaron esas voces ricas en matices. Actuación hipnótica y repleta de misterio.

De nuevo salto total de estilo para ver a una de las triunfadoras de esta edición del festival, la costamarfileña Dobet Gnahore. Una artista completa que canta con una voz poderosa, toca percusión con maestría, compone, produce y además baila con energía desbordante. Como hemos comentado, el día anterior había estado invitada por Les Amazones d’Afrique, con las que se lo pasó en grande. Pero ahora defendía su propio proyecto y con una banda reducida y compacta, demostró que el escenario es su hábitat natural. Presentaba “Couleur”, su último disco, con mensajes por la emancipación de la mujer y el panafricanismo y que se nutre de muchos estilos, afropop, soukous, electro, etc, pero una idea los atraviesa a todos: el baile. Y lo consiguió, puso a bailar a toda la plaza. Disfrute total.

Mensaje también femenino el de Virginia Rodrigo, pero en otra dimensión. Su teatral show es una especie de monologo musical donde también, antes de cada canción, pone en contexto la historia que va a cantar. Todo con un hilo de humor simpático, pero mordaz. En el escenario solo un guitarra y ella con diferentes tipos de percusión en una línea musical urbana, pop y electrónica. Su hit “Arroz pasao” caló en quien no la conocía y su propuesta en la repleta Plaza de San Jorge fue muy bien recibida.

Cambio de escenario para ver a los italianos de Canzoniere Grecanico Salentino. Ya habíamos visto como con su frenética pizzica (tarantela) volvían loco al público del Womad de Las Palmas el pasado año y aquí lo volvieron a hacer. Sus cantos junto a panderetas, acordeón, violín y gaita pueden pasar de la exquisitez al “peligro” en pocos minutos. Porque pueden acelerar el ritmo de tal manera que te puede llevar al trance. Además, incorporan una bailarina que anima a seguirla, pero ¡cuidado! atente a las consecuencias.

Para los que quisieron seguir con ese espíritu rítmico, que mejor que ver a Taxi Kebab. Su propuesta musical y lo que demandaba el público a esa hora, empastaron a la perfección. La mixtura musical de este dúo franco marroquí compuesto por DJ Romain Henry encargándose de sintetizadores y cajas de ritmos y de Leïla Jiqqir a la voz, guitarras y buzuq (de la familia del laúd), hacía prever lo que pasó, que arrollaron. Lo suyo se gestó hace cuatro años a base de improvisar en directo, donde Romain ponía las bases y Leïla añadía cantos en amazigh y ritmos norteafricanos. Ahora todo está mucho más compactado y construyen con facilidad esa música cíclica, dinámica y bailable, haciéndola subir, bajar o explotar, consiguiendo una comunicación total con el público. Si lo hubieran completado con un buen show de luces, aquello hubiera sido una “carpa dance”.

La noche del viernes la cerraron el cuarteto de Malí, Songhoy Blues. Han dicho de ellos acertadamente que son una banda africana, pero por encima de eso, son una autentica banda de rock. Habían avisado que llevaban desde 2019 sin tocar y tenían muchas ganas. Pues vaya si se notó. Un batería “pulpo” y poderoso como pocos, un guitarra desatado, un bajista que parece estar de fiesta y un cantante bailarín y animador. Además, dejaron subir varias veces a un espontáneo del público, que dominaba el baile africano, y les dio aún más espectacularidad. En estudio sus tres discos tienen momentos eléctricos, pero es que en directo tocaron con tanta energía e intensidad que fueron mucho más “rockeros”. Cerraron con el zeppeliano “Badala” y acabaron agotados pero felices.

Foto: Ana Tijoux



Sábado
 7 de mayo

Los dos grupos locales que empezaron la calurosa tarde del sábado también cumplieron con ese cometido que había prometido el festival sobre animar a bailar. Primero fueron Pacombo Latino, combinación de músicos cubanos y extremeños con un afrocubanjazz de gran calidad. Después el colectivo Cool Up & The Sherlock Horns, una producción del sello Cool up Records dedicados a la música reggae, que con un dj y cantante más dos metales, fueron suficientes para montar una sesión infalible a base de reggae, claro, pero también de rocksteady o rub-a-dub.

La plaza empezaba a dar síntomas de lleno total cuando J.P. Bimeni & The Black Belts tomaron el escenario. Él es de Burundi, pero su destino lo llevó al Reino Unido donde descubrió su admiración por Ottis Reading y hasta llegó a formar una banda tributo al “king of soul”. Otros avatares de la vida le conectaron con la banda madrileña “The Black Belts” y juntos se embarcaron en esta aventura que les ha llevado a grabar varios álbumes. Presentaban su último trabajo “Give me hope” y lo suyo fue una clase magistral de elegante “classic soul” que sentó muy bien a un público ávido de fiesta.

Traslado complicado a la Plaza de San Jorge, porque la afluencia de público era enorme, para ver a la israelí Liraz. Nacida en ese país, pero de padres judíos iraníes, viajó a Estados Unidos donde empezó a trabajar como actriz. Allí conectó con la música de las mujeres iraníes y decidió dedicarse a la música para contar sus historias. En su segundo y último disco titulado “Zan” que significa mujer en farsi, idioma en el que canta, consiguió que músicos y cantantes iraníes colaboraran, aunque no pudiera ni nómbralos por miedo a las represalias. Con esas canciones reivindicativas, su exquisita presencia y su serpenteante electro-pop repleto de aromas persas, atrapó al público. Temas como “Bia Bia”, “Zan Bezan” o “Joon Joon” funcionaron como auténticos hits. Si quieren una referencia, el acid folk turco de Altin Gün puede darles una pista.

El ambiente de auténtica fiesta se empezó a vivir en la Plaza Mayor con el proyecto de Baiuca. A pesar de su sencilla puesta en escena, triunfaron por completo. Alejandro Guillán, creador del proyecto, en el centro con sus máquinas (sintetizador, secuenciador, efectos), a su izquierda dos cantareiras-pandereteiras de Lilaina, y a su derecha el percusionista Xosé Lois Romero. Es cierto que esas bases que se mueven entre el techno, el global bass o la música house, animan a bailar, pero fue impresionante ver como, en algún momento, se quedaban solo las dos voces cantando y hacían vibrar a las 30.000 personas que afirmaban habían en la Plaza Mayor. Repasaron sus dos discos con un acertado orden y acabaron con su gran éxito, “Veleno”. Al final, tanto músicos como público, quedaron bien contentos.

Hasta ahí todo iba a la perfección, pero unas horas antes de que el británico Theon Croos pudiera deleitarnos con su original banda, la organización anunció que por problemas logísticos no podían tocar (habían extraviado en su vuelo todo su equipaje, instrumentos incluidos). Su actuación fue sustituida por una sesión del Dj Pedro Caballero, del colectivo Cool up Records que había actuado a primera hora de este mismo día. Por lo menos su sesión de ritmos jamaicanos hizo digerir mejor la mala noticia.

Faltaba el cierre del festival y quien mejor que la activista Ana Tijoux para ello. En esta ocasión se presentó con banda completa, o sea con vientos también, y eso les dio otro matiz a sus canciones. “Vengo”, “Shock” o “Mi Verdad” sonaron más “tranquilos” y jazzies. Pero eso duró medio bolo, “Antipatriarca” y “Antifa” fueron coreadas a gritos. “Pa que” con un final revolucionado, agitó peligrosamente a la multitud. Y con un celebrado “Somos Sur” cerraron su triunfal actuación y a la vez pusieron punto final al festival.

La edición de este año va a quedar para la historia, pero no solo por la calidad de las propuestas, por la gran afluencia de público o por las enormes ganas que habían de disfrutarlo. Sino sobre todo por el gran trabajo que organizadores y equipo han hecho para poder llevarlo a cabo. Algo que a veces desde fuera no se ve, pero que cuando tienes la oportunidad de echar un vistazo interno, te das cuenta de la gran profesionalidad y arrojo de todos los que trabajan para que se lleve a cabo.

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