La ola de calor no ha supuesto ningún problema para las 123.000 almas que a lo largo de estos maratonianos días se han dejado querer por la electrónica de vanguardia y las propuestas que hacen del Sónar una cita ineludible cada año. Por primera vez el miércoles el festival abrió sus puertas (aunque sólo fuera apara acreditados) con un nombre propio: Björk. La islandesa participó en una charla cuyas preguntas, lejos de abarcar su extensa carrera, se centraron principalmente en esa faceta de Dj que de tanto en cuanto ha desarrollado como complemento a la exposición “Björk Digital” que hasta el mes de septiembre podrá verse en el CCCB. En su intervención ya puso en aviso de que el Dj set de cuatro horas que horas más tarde funcionaría como concierto inaugural durante la primera mitad sería muy chill y, hasta bien entrada la sesión, la chicha no haría acto de presencia. Y así fue: camuflada entre un improvisado jardín botánico que hacía casi imposible poder verla (tampoco ayudaba el imposible modelito que llevaba, entre una momia y el Marlon Brando de “La isla del Doctor Moreau”), la diva no lo puso nada fácil al público. Mezclar, lo que se dice mezclar, no parece algo que le preocupe, por lo que lo reseñable de la cita fue su papel de prescriptora tirando de world music (trazando un atlas sonoro con marcado carácter tribal africano, árabe y oriental) e intercalando píldoras musicales de Kate Bush, su amigo Arca o la propia Rihanna entre abstracciones sonoras y vanguardia. Más que antológico se quedó en anécdota para hardcore fans.
El jueves hubo, como de costumbre diversas sorpresas, aunque alguna menos cómoda de lo esperado (el retraso de Princess Nokia). Tutu abrió el Village y mantuvo mucho el tipo pese a que prácticamente las suyas fueron las primeras notas musicales del evento mientras el sol apretaba inclemente. Aunque la temperatura afectó más a Bflecha, quien tenía que presentar “Kwalia”, su nuevo material en público. Quizás por ello, y también porque a los pocos minutos RayRay y sobre todo MIIIN habían captado la atención de quienes buscaban algo más oscuro. Princess Nokia debutaba en el Village una hora más tarde de lo estipulado, por lo que Bawrut suplió la tardanza con una acertada sesión de house aguerrido (empezó con las percusiones y el acid mandando y fue manejándose realmente bien a lo largo del set) que hizo más llevadera la espera de la estadounidense de origen puertorriqueño. De carisma anda más que sobrada Princess Nokia, que apareció como un torbellino sobre el escenario, pero el sabor agridulce que dejó finalmente por esos pregrabados descarados (que en ningún momento disimuló, aunque ya es algo a lo que nos hemos acostumbrado en los últimos tiempos) y el hecho de estar contestando whatsapps cuando no tocaba empañó una actuación de la que se esperaba mucho, muchísimo más. Se despidió en castellano apenas treinta y pocos minutos después de empezar. DAWN, por su parte, minutos después en el mismo espacio demostró que es una auténtica diva en ciernes. A caballo entre el R&B y el pop, la estadounidense (respaldada por dos b-boys que sudaron la gota gorda) demostró sus tablas y dejó al respetable con ganas de más. A nadie debería extrañarle que dentro de unos años le veamos en la primera liga musical. Minutos antes, el descarado y expeditivo Tommy Cash, colaborador de Little Big y uno de los artistas más populares de la Estonia actual, ofrecía casi una hora de trap y hip hop fusionados con electro o a la inversa, respaldado por proyecciones de anime hentai e imágenes de sus clips. Funcionó porque un poco de suciedad siempre entra bien en el cartel del festival.
Forest Swords (es decir, Matthew Barnes y un bajista) fueron de menos a más en el Hall con un directo que ganó en fiereza y graves con el paso de los minutos, aunque pecó de reiterativo. Digamos que su actuación sirvió como anticipo del show más aplaudido del escenario. Arca con su inseparable Jesse Kanda a los visuales. Aplausos merecidos, porque en esta segunda actuación en el mismo escenario, el venezolano combinó muy acertadamente sus bases quebradas con los números vocales de su último álbum. Su actitud de coplera sadomaso látigo en mano y su teatralidad interpretativa se ganaron al público de inmediato, el cual vitoreó todos y cada uno de sus temas (incluso unos imposibles visuales de fist fucking –bien hizo en prevenir al público de lo que le iba a caer encima-) en el que, probablemente, puede ser considerado el mejor concierto de la jornada. Respecto a hace dos años, Arca ha ganado en seguridad y ha pulido como pocos su puesta en escena, creciéndose como vocalista y showman en tiempo récord. Por lo demás, fue una lástima que Earl Sweatshirt cayese del cartel, que Conor Thomas tuviese tan poco público, que HVOB no actuasen a otra hora, que Yves Tumor coincidiese con Prins Thomas y que Yung Beef no estuviese a la altura de los restantes artistas nacionales que pasaron por el mismo escenario, más que nada por los momentos de caos sonoro en el que uno ya no sabía qué era exactamente lo que estaba escuchando.
El viernes arrancamos con el bonito concierto de Juana Molina, algo que casi nos cuesta la vida. Tuvo que enfrentarse a una audiencia que se escondía en los laterales para aprovechar cada centímetro de sombra que había en el Village. Quizás el próximo año habría que empezar un poco más tarde a programar si el calor aprieta tanto. Algo parecido ocurrió con la alemana Lena Willikens y su oscura sesión, a medio camino entre el techno y la dark wave ochentas, aunque con su sesión acabó obligando al público a que bailase frente a ella sin preocuparse por el clima. Con Roosevelt –en formato banda, como en su show en el Primavera Sound- lo del calor ya estuvo bastante mejor. Pese a ser uno de los nombres más pop de todo el festival, no costó demasiado que el público se soltase a los pocos minutos de show gracias a unas canciones sobradas en clase y que miran de tú a tú al repertorio de artistas más conocidos. De hecho, Stööki Sound perdieron a buena parte del público que, tras la ceremonia pop de Roosevelt, no estaba para bombos y bajos pesados. Es posible que encajasen mucho mejor los clásicos neozelandeses Fat Freddy’s Drop, con su habitual combinación de sonidos de raíces jamaicanas y con su facilidad para mantener el ritmo siempre vivo sin aspavientos.
A diferencia del caos sonoro que deslució la actuación de Yung Beef, Bad Gyal dejó el listón más alto de lo esperado. Pese a unos leves problemas de sonido la catalana fue a lo seguro y nada más empezar se quitó de encima “Mercadona”, uno de sus hits más efectivos. Pese a que le falta aún un poco de rodaje, nadie puede discutir su carisma y el hecho de que, siendo totalmente consciente del escaparate que en realidad es el festival, tanto su entrega como la de sus dos bailarinas fue total. Normal que el nuevo escenario XS estuviera a rebosar en el que fue el mejor concierto que le hemos visto hasta la fecha. Justo a continuación, el colombiano afincado en el Reino Unido Dj Florentino enlazó una sesión fluida y bastante menos evidente de lo que imaginamos previamente. Reggaetón, moombah y bass se fusionaron con agilidad, aunque también es cierto, sin sorpresas que nos hicieran brincar de felicidad. Del escenario Dôme, destacamos en primer lugar el show de Suzanne Ciani, porque verla desenvolverse con un modular como si fuera una científica de primera línea sorprende a estas alturas en las que pocos son los que echan manos de los sintetizadores analógicos para crear sobre un escenario. Tampoco dejamos pasar la actuación de Marie Davidson, que presentaba una propuesta que aglutinaba spoken word y electrónica analógica. Hipnótica y divertida a partes iguales, la canadiense fue de menos a más.
Durante la jornada del viernes hubo muchas otras actuaciones destacables, algunas inesperadas como Jacques, otras que no iban a fallar como las de Clark y Evian Christ. Jacques se lo hizo pasar en grande al público. Tras unos minutos de tranquilidad a modo de introducción, se lanzó con los bombos y la pista se convirtió en una verdadera fiesta. Mientras, él sampleaba sonidos extraidos de guitarras, cajitas, plásticos y lo que le apeteciese. A partir de ahí, el Dôme se convirtió en el infierno hecho escenario. Evian Christ volvió a ofrecer una actuación solidísima en la que la puesta en escena y el fondo encajan a la perfección y en la que los momentos más melódicos y accesibles eran apenas una antesala para que volvieran los sonidos brutos y los bombos tremebundos. Clark, uno de los bastiones del sello Warp, que desde el principio mutó el Hall en una rave de techno hipermusculado complementado con dos bailarinas de danza contemporánea sincronizadas al milímetro. El francés Kiddy Smile, simultáneamente, llamó a cinco bailarines de voguing para trasladarnos a una ball neoyorquina donde el house era el único protagonista. Que empezara la sesión con la siempre a reivindicar “Locomía” ya dejó claro que su maleta no se anda con ningún tipo de prejuicio. Premio a la sesión más divertida del festival, indiscutible.
Si la jornada había sido variada durante el día, no iba a cambiar por la noche. Empezando por un Dj Shadow que nos soltó la lista de créditos de su espectáculo visual y repertorio por las pantallas al despedirse a un Giggs sembrado pero solamente apto para simpatizantes del grime más oscuro, que combinó con densidad trap y fluidez hip hop. Pero si alguien aprovechó su hora de actuación fue el estadounidense Anderson .Paak y sus The Free Nationals.
El estadounidense ya es una estrella por méritos propios (además de un gran batería, como demostró ya en su anterior visita abriendo para Bruno Mars y una vez más en el Sónar), pero lo que no imaginábamos es que su directo estuviera tan bien engrasado. Nadie en su sano juicio pudo decir que se aburriera lo más mínimo, y más con una banda que funcionaba como una apisonadora. La próxima vez que venga por aquí se merece el Palau Sant Jordi para él solo. Fue una lástima que Jon Hopkins y Clams Casino se solapasen, algo que evitó que disfrutásemos lo suficiente del primero y de sus hipnóticos visuales y que nos metiésemos en el oscuro show del segundo como su excelente material requería.
Moderat, como de costumbre, estuvieron mecánicamente impecables a pesar del parón técnico que hubo y el calor asfixiante del SónarClub. La temperatura era tan elevada que hubo momentos en los que se mascaba la tragedia (para el año que viene hay que revisar urgentemente los aires acondicionados por el bien del público, además de contratar a un mayor número de camareros en las barras para evitar media hora de espera). No obstante, y pese a lo poco disfrutable de la situación, pocas pegas se le puede poner a su actuación, más allá de que fuese calcada a la que el año pasado ofrecieron en el Primavera Sound. Soulwax, minutos después, presentaron su reciente “From Deewee” con tres baterías sonando al unísono como mayor reclamo efectista. Aunque no haya sido la actuación más memorable de los belgas el contagioso ritmo de las percusiones, como si de una batucada se tratara, funcionó pese a las altas horas de la madrugada en la que estaba programada su actuación. Ah, uno de los baterías era Igor Cavalera, ex Sepultura y ahora en Mixhell junto a su esposa Layma Leiton, quien también estaba en el escenario como teclista. Por lo demás, destacar sobre todo la participación de dos de las mujeres que mejores momentos nos han brindado. Por un lado Jlin, con una actuación riquísima en detalles y estilos que iban y venían con sutileza y con mucha imaginación. Por otro, Nina Kraviz, que cerró el SonarPub con todos los honores y con una contundencia que la gente no hizo más que celebrar mientras el sol iba subiendo poco a poco. Esta vez no hizo prisioneros.
Con el cansancio acumulado haciendo estragos, el sábado fue un placer empezar a disfrutar del festival con Joe Goddard, quien no defraudó en absoluto presentando su “Electric Lines”. Aunque eso sí, se hubiera agradecido que su show hubiera sido unas horas algo más tarde. El horario no era tan importante para disfrutar o no del show de Thundercat. Precedida por una discografía de calidad, los halagos de Flying Lotus o sus actuaciones junto a Kamasi Washington, su actuación era una de las más esperadas de la jornada. Nadie quiso perderse la aproximación al jazz del bajista estadounidense. Mención especial merecen sus falsetes, ejecutados soberbiamente, y una estética que no casaba demasiado con su momento actual, pero que dejaba entrever que Stephen Bruner no es uno de esos músicos pagados de si mismos. Por el mismo escenario habían pasado el madrileño C. Tangana, que reunió a una sorprendente cantidad de público de lo más variopinto. Obviamente no dejó pasar la oportunidad de llegar a todos ellos y, de paso, ofreció uno de los conciertos más pulidos que ha ofrecido en Barcelona hasta el momento. Y le acompañó parte de la familia AGZ, claro. Suicideyear debutaba en España, y ofreció un set en el que los bpm’s fluían lentos pero asfixiantes. Hubo clase y buenos temas, pero le faltó sangre y algo de dinamismo para mantenernos dentro del show. En cuanto a SonarVillage, no hubo tiempo de llegar a Nadia Rose, que apenas actuó durante treinta minutos, pero estuvo bien disfrutar del directo del trío californiano Keys N Krates. Y decimos directo, porque el suyo fue uno de los que más encajan en el concepto. Batería, teclista y turntablist combinaban sus virtudes con eficacia y acelerando el ritmo conforme iban captando adeptos para su show. El resultado fue bastante más atractivo de lo que, por lo general, es su material en estudio.
La presencia del nuevo rap español llegaba a su fin con los conciertos en el SonarXS del canario Bejo y de los andaluces Dellafuente y Maka. El primero –acompañado por su inseparable Dj Pimp y puntualmente por sus compadres de Locoplaya- ofreció una de sus habituales y desmadradas actuaciones en las que las bromas y la seriedad de entrelazan para crear algo en lo que la diversión nunca falla. Porque bejo se pone muy serio cuando interpreta “8 Misisipi”, “Mucho” o “Mango”, y se convierte en un cómico cercano y contagioso cuando lanza mangos a la audiencia, beatboxea, reparte caramelos entre el público y se lanza a bailar entre el público. Y claro, triunfó entre los asistentes. Más complicado lo tuvieron Dellafuente y Maka. Ni sonaron bien ni consiguieron conectar con el público más allá de las primeras filas. Esta vez no juraron en su campo y la actuación se resintió.
Poco después de que el respetado Fran Lenaers y Fuego Squad (Dj2D2 y Will Blake) abrieran la noche, fue Cerrone quien se llevó el gato al agua por primera vez en la noche. El francés convirtió el SonarClub en una verdadera fiesta disco. Por mucho que la puesta en escena pareciera más propia de la de “Operación Triunfo: El Reencuentro” nadie puede poner en tela de juicio su legado (incluso se atrevió a pinchar “Don't Stop 'Til You Get Enough” de Michael Jackson). Como era de esperar, cuando en los minutos finales su vocalista entonó “Supernature” el público se volvió completamente loco. Así da gusto arrancar la última noche. Ir a Carl Craig y volver corriendo para ver qué tal andaban otros franceses, Justice, parecía una buena idea, pero la euforia disco requería de continuidad y los segundos eran por tanto mejor solución. Puede que no estén pasando por su mayor momento de popularidad, pero lo que estaba claro es que no iban a cometer los errores de su gira anterior, desequilibrada y en la que mutilaban impasibles sus hits. Por ello, ofrecieron un show visualmente apabullante. Sin dar apenas tregua dieron lo que se esperaba de ellos: unas buenas dosis de bombos french touch más brutos de lo que les imaginábamos a estas alturas, pero ideales para hacer el cabra entre amigos. Todo lo contrario de Eric Prydz: una de las mayores decepciones de todo el festival. Ya se sabía de antemano que no iba a venir a Barcelona con su espectacular Epic 5.0 que sí ha presentado en otros rincones de Europa, pero su sesión fue de lo más lineal tirando al aburrimiento supino. Pasó completamente de aquel “Call On Me” que le catapultó a la fama, y entre otras cosas tuvo las santas narices de encasquetarnos el remix de Four Tet de “Opus” cuando nadie lo quería. Para venir a medio gas mejor que no venga.
The Black Madonna no pudo igualar en el cierre del festival la sesión que el año pasado cautivó a muchísimos en el Sónar de Día, pero aun con esas la estadounidense se entregó al público a medida que el sol iba haciendo acto de presencia, y no dudó en dejarse acompañar por Kiddy Smile y sus bailarines de voguing. Cerrar el festival con “Borderline” de Madonna y la versión de Nina Simone de “Here Comes The Sun” sí fue un puntazo por su parte.
Por supuesto, hubo mucho más. Desde la combinación de energía y melodía de Avalon Emerson hasta la demostración de cualidades de De La Soul, que rapean como dioses aunque solamente escuchásemos bombo en la parte musical. Si la musicalidad de sus temas deslumbra en estudio, en directo apenas podían diferenciarse matices. Eso sí, escuchándoles tampoco es que nos hiciera falta mucho más.
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