Reinó la música
Conciertos / Barcelona Rock Fest

Reinó la música

9 / 10
David Sabaté y Eduard Tuset — 10-07-2018
Empresa — Rock´N´Rock
Fecha — 07 julio, 2018
Sala — Parc de Can Zam de Sta Coloma de Gramenet
Fotografía — Eduard Tuset

El Rock Fest Barcelona ha cumplido cinco años de vida consolidado como la gran cita del heavy metal de la capital catalana. O quizás deberíamos decir de Santa Coloma de Gramenet. Una cita fija ya en el calendario de los aficionados al género que congrega cada año a un público creciente y que ha anunciado que amplía en una jornada, del 4 al 7 de julio, la edición de 2019. El evento ha ido creciendo y mejorando en prestaciones: césped artificial para cubrir todo el recinto, zonas de agua pulverizada, una extensa y variada zona de comida o un amplio mercadillo han subido la nota global. Mención aparte merece el atrezzo y las atracciones –guitarras y baterías gigantes para hacerse fotos, un tren de la bruja, sí, han leído bien–, que otorgan un aire de feria a algunos rincones. Para gustos… En cualquier caso, la música ha reinado en el Parque de Can Zam.

Jueves 5 de julio de 2018
La primera jornada empezó con algunos de los platos fuertes del cartel: Ozzy Osbourne y Judas Priest. Pero eso sería a última hora de la noche. Por la tarde, y tras la descarga thrash metal de los alemanes Tankard, pudimos degustar la propuesta de los suecos Eclipse, la banda de Erik Mårtensson, que día tras día afianzan a su público con temas como “Stand On Your Feet” o “Jaded”, que interpretaron junto a otros tantos de su último disco “Monumentum”. Eclipse son unos habituales del festival y lo suyo es puro rock and roll. Eso sí, en un club o una carpa pequeña se disfrutan mejor. Pero bueno, ya va bien que toquen en grandes festivales como este para ilustrar a cierto tipo de público.

Dee Snider, el ex vocalista de Twisted Sister -quienes ya tocaron dos veces en el festival-, se presentó en solitario e hizo gala, una vez más, de tablas y energía desbordante. Su setlist fue el habitual, con sus hits “I Wanna Rock” y “We’re Not Gonna Take It” y, cómo no, con su especial admiración por el público español, con su estrofa predilecta traducida libremente como “Huevos con aceite”. No haremos ningún comentario de valor al respecto. No fue lo mismo que con Twisted Sister pero disfrutamos de su show con la misma facilidad con la que lo olvidamos minutos después. Nos hubiera gustado gustado que tocara “Head Like A Hole” de Nine Inch Nails como hacía en su pasada gira en solitario. Una lástima.

Los chicos de Uriah Heep son una institución y una apuesta segura para los fans del rock and roll. De su line-up original solo queda Mick Box como guitarrista y fundador, pero el resto de los componentes son ya básicos en la formación. Su nuevo disco, “Living A Dream”, estará listo después de verano, y en esta gira rendían tributo a sus temas más importantes, desde “Gipsy”, de su primer álbum “Very ‘Eavy, Very ‘Umble” a “Lady In Black” de “Salisbury”, o “Look At Yourself”, todas sacadas de discos que tienen cincuenta años. Su vocalista Bernie Shaw fue de los que mejor se desenvolvieron en directo, animando y desafiando al público, y consiguiendo que, a pesar de algún problema de sonido, fueran una de las bandas más celebradas del primer día de festival, coronando su actuación con ese himno incunable llamado “Easy Living”, que levantó de la sombra hasta el asistente más perezoso.

Y llegó la tríada de bienvenida. Tres pesos pesados. Los primeros de ellos, los alemanes Accept, arrancaron con “Die By The Sword” y un sonido de guitarras que atravesaba pechos. Directos, sin largos discursos ni rodeos, y quizás conscientes de sus próximos competidores, firmaron un show de máximos en el que sonaron “Restless And Wild”, “Princess Of The Dawn” o su imprescindible “Balls To The Wall”.

Un peldaño más arriba, los británicos Judas Priest llegaron con su mejor disco desde “Painkiller” bajo el brazo: “Firepower”. Abrieron con el tema homónimo para evidenciar varias cosas: la entrada de Andy Sneap en sustitución de Glenn Tipton, sumado al otro guitarrista Richie Faulkner, en la banda desde 2011, ha formado un eje de guitarras más presente y corpulento, si cabe, que en disco; y, en segundo lugar, una rebaja del tempo general de las canciones, algo que, de por sí, no es negativo, pero que produjo cierta sensación de extrañeza en algunos momentos. Además, y aunque Rob Halford siempre es mucho Rob Halford, no nos deslumbró como en su anterior paso por el festival tres años atrás. Con todo, los ingleses tienen un repertorio con el que es difícil competir. La sucesión de temas que son historia del heavy metal no dejó lugar a dudas: “Grinder”, “Sinner”, “The Ripper”, “Tyrant”, “Freewheel Burning”, “Hell Bent For Leather” o la colosal “Painkiller” se sucedieron intercaladas con piezas nuevas que aguantaron bien el tipo, aunque la tríada de los bises nos dejó rendidos: “Metal Gods”, “Breaking The Law” y “Living After Midnight” con el propio Glenn Tipton como invitado especial. De aplauso.

Y de Judas Priest a Ozzy Osbourne con cinco minutos de diferencia. ¡Esto no ocurre todos los días! El exvocalista de Black Sabbath abrió su show con un emotivo vídeo montaje con retratos de su infancia y de sus distintas etapas al frente de los padres del heavy metal. Una retrospectiva culminada por las primeras notas de “Bark At The Moon”, que nos descubrieron al madman en plena forma, mucho mejor que en anteriores ocasiones a nivel vocal, animando al público y evidenciando sus años y años de tablas mezclados con su excéntrico y entrañable carisma. El repertorio no se andó tampoco con demasiados rodeos, con un pie en su carrera en solitario –“Mr. Crowley”, “Suicide Solution”, “No More Tears”, “Shot In The Dark”, “Crazy Train”– y otro en Black Sabbath, de los que recuperó tres canciones repartidas a lo largo del set: “Fairies Wear Boots”, “War Pigs” –¡ese solo épico de su fiel escudero Zakk Wylde!– y “Paranoid” como colofón final. La banda estuvo pletórica y por momentos uno podía imaginarse frente a los Sabbath, quitándose la espina de no haberles podido ver en su gira de despedida.

Viernes 6 de julio
Fue una lástima que el calor coincidiera con las dos primeras banda del segundo día, los veteranos Tygers Of Pan Tang y los suecos black metaleros Dark Funeral, cuyo corpse paint, por suerte, no se fundió sobre el escenario. Lo mismo ocurrió con Lacuna Coil, aunque seguro que los fans de Cristina Scabbia disfrutaron de su concierto, ya que cuando vimos los compases finales todos parecían emocionados y la banda encantada de tocar. A veces uno debe sacrificar grupos, por horarios, tiempo o por qué no puede estar en dos sitios a la vez. Una lástima, pero por suerte están las giras de club para compensarlo. A Ross The Boss sí que lo disfrutamos entero, y es que después de la gozada de show que dio en Razzmatazz 3 hace un año, no verle hubiera sido un delito. Oír temas como “Blood Of The Kings”, “Sign Of The Hammer”, “Fighting The World” o “Hail And Kill” nos transportaron a nuestra adolescencia, cuando Manowar firmaban discos memorables. Lo más parecido a ello que podemos escuchar hoy en día es el Sr. Ross The Boss y si es cierto, como algunos creemos, que Manowar vienen al próximo Rock Fest, van a tenerlo difícil para superar este concierto. En un año veremos si se cumplen nuestros pronósticos.

Axel Rudi Pell nos pareció un poco decepcionante. Es un gran guitarrista y tiene muchos fans, que esperamos no se enfaden con nosotros por esto, pero su estático directo te hace desconectar durante buena parte de su concierto, a pesar de que el cantante de Hard Line Johnny Gioeli, un vocalista excelente, se mueve por el escenario como un poseso para compensar esa falta de espíritu. Mientras, en la Rock Tent, Wolfheart protagonizaron un concierto más que correcto para los amantes de los sonidos más duros, una línea que nos gustaría que se incrementara en la próxima edición.

Lo de Vixen fue totalmente inesperado: Janet Gardner y su banda nos obsequiaron con el mejor show del día, con permiso de los grandes Helloween. Ver en directo a las supervivientes del grupo –la propia Gardner, Roxy Petrucci y Share Pederssen– es ya todo un orgullo para cualquier fan del hard rock, y ellas compensan con creces a sus fans, ya sea con Roxy haciendo malabarismo todo el rato de cara al público o con Janet tocando o dejando la guitarra a un lado para centrarse en su función de vocalista. Mención especial a Britt Lightning, quien pese a luchar con un cable que crujía durante los dos primeros temas, demostró que es una gran guitarrista que toca los temas de Vixen como si fueran suyos. El inicio con “Rev It Up”, “How Much Love” o “Cruising” nos dejó atónitos, entre “I Want You To Rock Me” y “Come Together” se marcaron una versión del “Perfect Strangers” de Deep Purple y terminaron con “Edge Of A Broken Heart”.

La coincidencia de Mägo de Oz con los canadienses Kataklysm fue la excusa perfecta para centrarnos en los segundos. Los canadienses salieron a piñón fijo, con un doble bombo taladrante y la pista llena de headbangers dejándose las cervicales. “This stage is your stage!”, gritó su cantante, y al minuto decenas de personas invadieron el escenario para agitar la cabeza junto al grupo. Un buen show, aunque algo lineal, como también nos pareció la descarga de Stratovarius. La banda tuvo muchos problemas de sonido al principio, con las guitarras simplemente fuera de juego. Tras un tema entero, los riffs y punteos entraron de golpe y todo mejoró, pero su set nos pareció algo frío y aburrido. 

Como si de una de cal y una de arena se tratara, volvimos al metal extremo con los noruegos Dimmu Borgir (en la foto), que volvían a los escenarios tras casi diez años de ausencia. La expectación se podía palpar en el ambiente, y la puesta en escena, cuidada y grandilocuente, despertó el interés de muchos ajenos al black metal. La vertiente sinfónica que practican los de Shagrath pronto puso las cartas sobre la mesa: teclados y coros sobrevolando los riffs y blastbeats característicos del género, llamaradas, cruces invertidas y más medios tiempos de los que cabria esperar. Solo en la ultima parte del set pisaron el acelerador, se dejaron de discursos, y aplastaron com temas como las finales “Progenies Of The Great Apocalypse” o “Mourning Palace”. Su atuendo y algunos pasajes de épica oscura nos hicieron pensar en un intento de los noruegos por recuperar el terreno perdido frente a propuestas como la de los polacos Behemoth, que han venido a ocupar su espacio natural en el metal extremo comercial durante su parón. Lo tendrán complicado. 

Y, contra todo pronóstico, Helloween se marcaron el mejor concierto de la segunda jornada y, probablemente, de todo el festival. Energía, ejecución impecable, emoción y repertorio se confabularon para dar forma al setlist más largo de la presente edicion, dos horas que se hicieron cortas. Los alemanes, que en su presente gira “Pumpkins United” reúnen su alineación clásica sin prescindir de nadie, pusieron de entrada toda la carne en el asador con una épica “Halloween”, de su primer “Keeper Of The Seven Keys”. Una declaración de intenciones y una suerte de carta de presentación, por si algún espectador no los conociera ya, algo que dudamos. Una de las grandes sorpresas fue la voz única de Michael Kiske, casi idéntica a la de hace treinta años, lo que nos erizó el vello en más de una ocasión; fue el caso de “I’m Alive”, una eufórica “Dr. Stein” o “Eagle Fly Free”. Kai Hansen, tercer guitarrista en el actual line-up, tomó el micro para ofrecer un medley de su debut “Walls Of Jericho”, con “Starlight”, “Ride The Sky”, “Judas” y “Heavy Metal (Is The Law)”. Su cantante actual, Andi Deris, por su parte, intentó combatir la retahíla de clásicos con una acertada selección de canciones de su etapa al frente de la banda, entre las que destacaron “Perfect Gentleman”, “Soul Survivor” y “Power”. Las enormes “Future World” y “I Want Out”, aderezadas con un surtidor de confeti y varias pelotas hinchables naranjas botando sobre el público a modo de calabazas voladoras, coronaron un concierto épico con todas las letras que nos recordó la grandeza de los germanos y la época dorada del power metal.



Sábado 7 de julio
El último día de festival es siempre el más duro. La resaca física y mental nos deja a todos, público, redactores y fotógrafos, algo tocados. Por eso no pudimos ver dos bandas que nos encantan como Destruction y Dark Tranquillity, a quienes pedimos mil perdones. Esperemos que el gran Mikael Stanne no sufriera mucho por el sol, como suele ocurrirle siempre que viene a algún festival del sur de Europa. Los americanos Iced Earth cumplieron lo previsto con el heavy metal americano de muchos de sus discos y, cómo no, de su último “Incorruptible” y de nuestro favorito “The Dark Saga”.

Mojinos Escozíos son toda una institución en Santa Coloma. Es alucinante ver la legión de seguidores que tienen y observar las colas que hacen para que el Sevilla les firme algo. Rock gamberro para un público entregado, la banda ha encontrado en el Rock Fest su propia casa. En Wacken tienen a J.O.B y aquí están ellos. A la misma hora, Insomnium tocaron en una carpa a reventar con su death metal finlandés y con un setlist muy distinto al de su última visita junto a Tribulation en Razzmatazz. Sonaron cortes de “Shadows Of The Dying Sun”, entre otros, y Markus Vanhala (Omnium Gatherum) destacó como guitarrista y líder de la banda.

Phil Campbell And The Bastard Sons lucieron a medias. Campbell conserva el aura de haber sido la máquina de riffs de Motörhead durante más de tres décadas, pero precisamente por eso se le exige algo más. Sonaron bien, claro, pero no destacaron. Ni tan solo cuando tiraron de varias versiones de su exbanda, como “Rock Out”, “Born to Raise Hell”, “R.A.M.O.N.E.S.”, con intro del “Hey Ho, Lets Go!” de los neoyorquinos, o la obligada “Ace Of Spades”, una cita que no por previsible dejó de disparar la euforia de la entregada masa que se tostaba al sol. 

Sôber facturaron un show mejor de lo esperado. Lo cierto es que pese a la hora, su propuesta orquestada, con decenas de músicos y un director de orquesta sobre las tablas, funcionó muy bien. Los temas enriquecidos de su último “La sinfonía del Paradysso” se abrieron paso entre la calurosa tarde al ritmo de clásicos del rock metalizado nacional como “10 años”, “Eternidad” o la final “Arrepentido”.

Cogió el relevo el metal cristiano de Stryper, liderados por un Michael Sweet pletórico y temas como “All For One”, “Surrender” o “To Hell With the Devil”. No sabemos qué se habrían dicho si llegan a cruzarse en los camerinos, el día anterior, con Dark Funeral o Dimmu Borgir. Probablemente todo habría quedado como entre políticos o equipos de fútbol rivales: que tras las cámaras olvidan la puesta en escena. O quizás no. También californianos -y reconvertidos al cristianismo-, los pilares del thrash metal Megadeth arrasaron con un repertorio a prueba de bombas y, paradójicamente, netamente antibelicista. Música y proyecciones hacían pensar lo contrario: “Hangar 18”, el disparo de salida; “Take No Prisoners”, con imágenes de Vietnam como telón de fondo; “Peace Sells”, con su mascota, Vic Rattlehead, paseando trajeada por el escenario; o la final “Holy Wars… The Punishment Due” marcaron el hilo conductor. Su setlist basculó equilibrado entre “Rust In Peace” (del que también recuperaron “Tornado Of Souls”), temas primerizos como “The Conjuring” y la vertiente más rock de “Countdown To Extinction” (“Sweating Bullets”, Symphony of Destruction”) y “Criptic Writings” (“She-Wolf”, “Trust”). Acabaron unos minutos antes de lo previsto y nos dejaron con ganas de más.

Como en la primera jornada, y con permiso de Megadeth, el sábado contó con una cabeza bicéfala formada por Scorpions (en la foto) y Kiss. Los primeros tiraron de energía modulada y oficio, con un repertorio que podría haber sido muy distinto. Tal es la cantidad de hits que manejan tras cinco décadas de carrera. Con “Make It Real” y “The Zoo” viajaron a finales de los setenta; lo mismo que con la instrumental “Coast To Coast”, notable pero elegida, sospechamos, para que Klaus Meine recobrara el aliento. El menudo vocalista parecía algo carente de oxígeno en los primeros compases, pero a lo largo del set se fue aclimatando para encarar con aplomo cortes como los incluídos en su medley setentero estrenado con “Top Of The Bill”. En su recta final llegó la cuota obligada de hits encadenados: las baladas en mayúsculas, subgénero que los teutones dotaron de cuerpo y personalidad, como “Send Me An Angel”, “Wind Of Change” o la final “Still Loving You”. Antes sonaron una inesperada “Overkill”, mucho más dura que el registro habitual de Scorpions, con la aparición en escena de Phill Campbell y la reunión en el escenario de dos terceras partes de los extintos Motörhead, con el batería Mikkey Dee como miembro fijo de la banda desde 2016. La dupla de guitarristas cumplió con creces, con Matthias Jabs solemne y Rudolf Schenker con su histrionismo habitual. “Blackout”, “Big City Nights” y “Rock You Like A Hurricane” hicieron el resto.

Y llegaron Kiss. El espectáculo. Más allá de la calidad musical de su repertorio, con más altibajos de los deseables, su propuesta es una experiencia que hay que vivir al menos una vez en la vida. La mirada de los niños maquillados al estilo de los neoyorquinos a hombros de sus padres lo decía todo. Generan ese tipo de fascinación irreal que solía exigirse a las estrellas del rock y que se ha ido desvaneciendo con los años. El problema es que Kiss casi siempre ofrecen el mismo show, al menos así ha sido en sus tres últimas visitas a Barcelona. Allí estaban, una vez más, su deslumbrante logo gigante y su incesante pirotecnia; Paul Stanley, cada vez más justo de voz y convertido en portavoz spanglish del grupo, sobrevolando en tirolina las cabezas de la audiencia; o el número shock rock de Gene Simmons, el mejor de la banda, con su bajo en forma de hacha y sus plataformas imposibles, vomitando sangre y alzándose con las alas abiertas hasta el techo del escenario. Todo impecable pero muy calculado. Y previsible. Por suerte poseen una batería de himnos del rock más que competente: “Shout It Out Loud”, “I Was Made For Loving You” –la tercera de la noche–, “I Love It Loud”, “Love Gun”, “Lick It Up”, “Rock And Roll All Nite” o “Detroit Rock City”. Un repertorio que nos hizo olvidar por momentos todo lo demás y unirnos a las sonrisas, la euforia y la diversión generalizadas, la mejor expresión de lo que sigue siendo un show de Kiss y, al fin y al cabo, de lo que debería ser aún cierto tipo de rock.

Veremos qué cabezas de cartel liderarán la próxima edición. Parece que tocará repetir algunos nombres, ya que el registro de grandes clásicos se agota, y ya son unos cuantos los grupos que han pasado más de una vez por el festival. Las especulaciones se disparan: Manowar, Slayer, AC/DC con Axl Rose, incluso Metallica. En cualquier caso, la audiencia del heavy metal y el hard rock tiene asegurado su santuario en Can Zam. Esperemos que así sea por muchos años más.

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